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Crítica de teatro: «El hotel» de la compañía “La María”, un texto descarnado y brutal Hasta el 1 de octubre en el Teatro La Palabra

Crítica de teatro: «El hotel» de la compañía “La María”, un texto descarnado y brutal

César Farah
Por : César Farah Dramaturgo, novelista y académico, es docente en la Universidad de Chile, Universidad Adolfo Ibáñez y Uniacc. Ha escrito las novelas La Ciudad Eterna (Planeta, 2020) El Gran Dios Salvaje (Planeta, 2009) y Trilogía Karaoke (Cuarto Propio, 2007), así como la trilogía dramatúrgica Piezas para ciudadanxs con vocación de huérfanxs (Voz Ajena, 2019), además, es autor de la obra El monstruo de la fortuna, estrenada en Madrid el año 2021, también ha escrito y dirigido las piezas dramáticas Alameda (2017, Teatro Mori), Medea (Sidarte 2015-2016, México 2016, Neuquén 2017), Vaca sagrada (2015, Teatro Diana), Tender (2014-2015, Ladrón de Bicicletas) y Cobras o pagas (2013-2014, Ladrón de Bicicletas).
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El montaje sigue la estética y las formas tradicionales de la compañía teatral “La María”, con un texto descarnado, brutal, sin ambagajes y fuertemente marcado por el humor negro, incluso cruel; el discurso de “la María” no busca ser políticamente correcto, por el contrario, se inscribe precisamente en el lugar que busca problematizar, perturbar e inquirir sobre los derroteros que nuestra sociedad ha tomado.


Es posible visibilizar a Gramsci como el pensador esencial para entender el paso del concepto de ideología en tanto “modelo de ideas” a uno que supone una práctica social, para definir este concepto de ideología (y ampliarlo), Antonio Gramsci utilizará el término hegemonía, una categoría más amplia, en tanto incluye a la ideología, pero no se reduce a esta. De algún modo, esta última idea implica los modos en que el poder obtiene la complicidad y consentimientos de aquellos a los que controla, gobierna y, por extensión, domina.

La articulación de esta tesis es compleja, no exenta de errores, interpretaciones y –todo hay que decirlo- con ciertas contradicciones. Sin embargo, el concepto de hegemonía resulta de enorme utilidad porque permite visibilizar las prácticas económicas, culturales y pone acento en cómo funcionan estas no en su aparato puramente discursivo, sino también en los procesos materiales que de ellos se desprenden.

Hablamos así, también, de todas aquellos instituciones intermedias entre el estado y la economía, por lo tanto, cierto tipo de periódicos, clubes sociales, iglesias, canales privados de televisión, serían parte integral de la red hegemónica.

En cierto sentido o, desde mi lectura, este es el telón de fondo que se actualiza en “El Hotel” la última obra de teatro de la compañía de teatro “La María”.

En medio de la Antártida, cerca o en la misma base chilena instalada allí, existe un hotel con todas las posibles comodidades modernas, con personal de servicio destinado a las múltiples labores que sus residentes requieren, con total dedicación por ellos, al punto que llegan a configurarse con una suerte de esclavos; los pasajeros del hotel son (cómo no) ex militares, ex vedettes, ex políticos de la dictadura, no queda nunca totalmente definido en qué cargos, pero resulta bastante evidente que se trata de ancianos que fueron personajes de importancia y renombre durante la dictadura.

Posiblemente, el mayor de los lujos de este hotel es que el orden cultural al interior del mismo, la hegemonía social, permanece anclada en los ochentas de la dictadura, con el omnipresente poder de los militares, con políticos títeres de ese poder, con el clásico mal gusto epocal, con la falta de verdad a través de eufemismos ridículos en los medios de comunicación, con la prostitución, el poder, el nacionalismo chabacano como base de una educación social, efectiva e históricamente, militarizada.

El montaje sigue la estética y las formas tradicionales de la compañía teatral “La María”, con un texto descarnado, brutal, sin ambagajes y fuertemente marcado por el humor negro, incluso cruel; el discurso de “la María” no busca ser políticamente correcto, por el contrario, se inscribe precisamente en el lugar que busca problematizar, perturbar e inquirir sobre los derroteros que nuestra sociedad ha tomado. En tanto dramaturgo, Alexis Moreno se ha ganado un lugar en el espacio escritural chileno, con estilo propio, con un evidente plan artístico a largo plazo y con una visión ideológica, así como política (más de la segunda que de la primera) que sustenta su obra.

Del mismo modo, se puede observar en el trabajo escénico de “la María” que esta ha ido creciendo en la cristalización de un lenguaje estético propio que habitan con maestría, incuestionablemente, el grupo posee una forma propia de entender y desarrollar la práctica social que es el teatro, puede gustar o no, pero sin duda hay una toma de posición sobre este respecto. Poseen evidentes –y legítimas- filiaciones con el teatro brechtiano, cosa que puede observarse sobre la estructura episódica de la acción, la configuración de personajes que asumen como un rol por sobre una cimentación psicologísta (por ejemplo) de los personajes, proponiendo una toma de posición política sobre los mismos y, por extensión, implicar al público en un proceso comunicativo en el que éste es aludido, se ve confrontado y apelado a sentir, pensar, reflexionar sobre su realidad.

Las actuaciones de este trabajo son todas –como mínimo- competentes. Los actores y las actrices muestran que no en vano llevan años trabajando en escena, de modo que maximizan los personajes que les corresponden de manera remarcable, especialmente si se toma en cuenta que hablamos de caracteres construidos en virtud de organizar un rol social que aparece determinado cultural e históricamente, de este modo, no hay una psicología profunda a la que apelar ni una forma específica, única e irrepetible de la biografía personal del personaje, por el contrario, es un arquetipo, que es único e irrepetible, pero que es todos y todas en la medida que expresa un sentido de época, una coyuntura verdadera y material, contingente por un lado y a la vez vinculado a toda su herencia histórica por otro.

Alexandra Von Hummel, como siempre, articula su actuación con intensidad y precisión, con esa extraña capacidad de que tienen algunas actrices y actores de producir fuerza y pasión escénica, sin caer en el lamentable descontrol. A ratos sexy, a ratos patética, a ratos juguetona, su personaje encarna una decadencia profunda, vulgar, el de una mujer acabada, pero al mismo tiempo, con una inusitada empatía por la creación que hace, Von Hummel es capaz también de dotar a su personaje de cierto patetismo que le da humanidad, que logra generar una cierta compasión asquerosa que para los pelos.

Rodrigo Soto y Elvis Fuentes son dos actores que parecen una pequeña compañía dentro de la compañía, a momentos funcionan como una suerte de compañeros que organizan la actuación del otro, esto es, en la medida que uno permite al otro desarrollar la amplia escala de acciones y posibilidades escénicas que su compañero tiene, este último brilla. Como el proceso es mutuo, el trabajo logra ecos muy interesantes. Además, es particularmente distinto ver a Rodrigo Soto en la posibilidad de construir personajes más patéticos, con momentos ridículos e incluso con cierta estupidez, (digo esto, porque es un enorme actor con múltiples posibilidades y que uno teme termine siendo encasillado por castings repetitivos) del mismo modo, Fuentes juega su personaje a una relación constante con los otros actores, produciendo una comunicación de acciones y textos que nunca se pierde y que organiza las diversas escenas en un formato coral que mantiene al público atento.

Tamara Acosta, dota a su personaje de una fuerza contenida vinculada a la rabia, al odio y a cierto desdén por los ancianos a los que debe cuidar, al mismo tiempo que también se regocija en humillar y maltratar a sus subalternos; su personaje es ese Chile arribista que, renovado, prosigue (sin conciencia necesaria de ello) con la herencia de la dictadura. Acosta dota de sentido a su personaje desde la rabia, la competitividad, la disciplina por tener y tener, en el fondo, desde la peor herencia ética de la dictadura y, así, resulta un personaje perturbador.

Alexis Moreno siempre ha sido un gran actor. Su peso como dramaturgo y director, tal vez, opacan su trabajo en este ámbito. En este caso, Moreno, reafirma su capacidad actoral con un personaje que transita de la furia al patetismo de no hacer nada con esa rabia, un personaje que “espera” justicia en lugar de buscarla, que “espera” dignidad en lugar de imponerla. Su voz, su discurso, su cuerpo, van desde la humillación a la ridiculez, desde la rabia a la compasión y nunca queda al debe.

Manuel Peña, es un actor de potencia. Tiene ese particular peso escénico que obliga a mirarlo y escucharlo en el escenario: sus movimientos, sus acciones, el modo en que dice sus textos, todos y cada uno de estos rasgos son desarrollados a través de una actuación atenta a lo que sucede con sus compañeros, activa y que siempre posee conciencia del público. Peña es un actor que ha logrado solidificar su técnica, en el sentido que es capaz de manejarla con precisión, pero al mismo tiempo, logra adaptarse a las diversas condiciones escénicas que le tocan.

El diseño escénico, a cargo de Rodrigo Ruiz es un trabajo muy bien cuidado y que también hace eco con anteriores trabajos de “La María”, al establecerse en esa lógica donde los objetos y espacios de la escena cambian, se movilizan, nunca son los mismos y manifiestan distintos modos de aparecer o desaparecer, paralelamente, dotan de diversas posibilidades sígnicas los lugares que los personajes habitan.

La dirección a cargo de Von Hummel y Moreno, es pertinente al trabajo que desarrollan, hablamos de una compañía que lleva años, más de veinte obras y que han ido creciendo juntos a lo largo de este tiempo. La relación texto, puesta en escena y actuaciones está muy bien equilibrada, manifiesta una comprensión de esta triada de elementos teatrales, densamente arraigada en el proceso creativo, así como una búsqueda de articular un discurso propio, sin por ello dejar de vincularse a estilos o herencias del arte escénico anteriores. Rigurosidad y trabajo reflexivo no falta en “El Hotel”; sin embargo, resulta un fastidio (menor) la falta del desarrollo del conflicto de la obra. En efecto, el conflicto no emerge en este trabajo, siendo episódica su estructura, asistimos la ilustración de una situación que busca reflejar, al menos cierta parte de nuestra verdad histórica y social, pero deja de lado, tal vez en virtud de esa misma exposición, la conciencia de lo propiamente teatral.

“El Hotel” es el trabajo de una compañía con historia, de una compañía que posee una serie de trabajos sólidos, inteligentes, penetrantes y bien planteados, en este nuevo montaje están a la altura de ello e, independientemente de gustos o no, es un trabajo que vale la pena ver, por su talento y competencia, así como por la reflexión que termina por emerger frente a ese circo, a esa crueldad a esa visión, descarnadamente verdadera, de Chile.

EL HOTEL

En Teatro La Palabra, Crucero Exeter 0250, Providencia

Hasta el 1 de Octubre. Jueves a Sábado 21:00 horas

Valores de Entradas:
$6.000 General
$4.000 Estudiantes y Tercera Edad
$3.000 Convenio Estudiantes Teatro (sólo boletería)
$3.000 Convenio Adtres y Chileactores

Reservas en: reservas@teatrodelapalabra.cl Tel: 227327212

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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