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Fabienne Bradu, biógrafa de Gonzalo Rojas: «Parra cayó en la antipoesía por su incapacidad de escribir poesía como la de Gonzalo» Entrevista

Fabienne Bradu, biógrafa de Gonzalo Rojas: «Parra cayó en la antipoesía por su incapacidad de escribir poesía como la de Gonzalo»

Héctor Cossio López
Por : Héctor Cossio López Editor General de El Mostrador
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El fin de semana pasado, en la Feria del Libro de Santiago, la escritora Fabienne Bradu, especialista en Rojas y Octavio Paz, lanzó la biografía del poeta chileno «El Volcán y el sosiego». En ella, la ensayista franco mexicana ahonda en su profundidad poética, pero también en su agitada vida y en su compromiso político que lo llevó a ser diplomático de Allende y tras el golpe a ser vilipendiado por la izquierda chilena. En este entrevista, Bradu, habla de sus aciertos y también de sus contradicciones.


Tal como se lee en El volcán y el sosiego, de la ensayista franco mexicana, escritora y crítica literaria, Fabienne Bradu, la figura de Gonzalo Rojas es incendiaria y serena.

Sin renunciar nunca a su capacidad crítica, «única garante de su libertad de juicio», el poeta mayor, el catedrático, el crítico literario que destrozó a Alone -el emblemático crítico conservador de El Mercurio– en su primera aventura literaria, el político que participó con vehemencia de los principales acontecimientos del Siglo XX y que en el ocaso de su vida terminó desencantado por el rumbo histórico que tomaron las cosas; el hermano-enemigo de Nicanor Parra, nunca fue el hombre de la «adhesión total», como decía André Breton.

No quiso callar cuando todos recomendaron hacerlo, rescató poéticamente el heroismo de Miguel Enríquez (a quien conoció de pequeño en Concepción) y asumió la voz del Che en «Octubre Ocho» (Bueno es regar con sangre colorada el oxígeno, aunque después me quemen y me corten las manos, las dos manos…), en uno de los más entrañables poemas escritos alguna vez a Guevara. A la par, recibió también los dardos de la izquierda al no tragarse los dogmas de la órbita soviética en Alemania Oriental y Rusia, ni reverenciar a los líderes del exilio en Cuba aunque le valiera su expulsión del partido.

No titubeó al criticar con dureza los antipoemas de Parra separando las aguas que alguna vez navegaron juntos, ni dejó de contestar con el mismo humor negro las sornas de Neruda, menos todavía dudó en calificar de «afrancesados literatosos» a los miembros del movimiento surrealista La Mandrágora que él mismo ayudó a fundar en su juventud.

Con gran osadía y pragmatismo llegó a documentar cheques en blanco para arrendar un avión y traer a Concepción a intelectuales, científicos y escritores de talla mundial para las Escuelas Internacionales de Verano, sin imaginar (¿o si?) que dichos encuentros darían fruto a lo que después se llamó en literatura el Boom Latinoamericano: Carlos Fuentes, Ernesto Sábato, Mario Benedetti, Jose Antonio Portuondo y Allen Ginsberg, entre muchos otros se dejaron caer en Concepción, regalando con la visita de este último la posibilidad de que Jorge Teillier retratara con «estas certeras pinceladas» al rock star de la generación beat: «Su aspecto varía entre el predicador religioso, comerciante ambulante y guerrillero cubano».

Pero no eran grandes solo los que vinieron, también los que no lo hicieron, pero que enviaron cartas a Rojas disculpándose por la ausencia: André Breton y T.S Eliot, por citar solo a un par de ellos.

Con tan van variados, intensos y tensos sucesos que acompañaron la vida y obra del poeta Gonzalo Rojas, no es fácil construir una biografía, sin caer en la traición de escribir en letra muerta una vida, vivida con pasión.

«Traté de equilibrar lo que es la exactitud de los hechos de la investigación, con el rigor que se se necesita como decía Gonzalo, con un tono narrativo que pretende hacer de esta vida un relato vívido, porque la vida del poeta fue tan accidentada a veces, tan rica en experiencias, en andanzas, que la misma narración de la biografía da, un poco, cuenta de eso», explica en esta entrevista con El Mostrador C+C, la investigadora franco mexicana, también especialista en Octavio Paz.

Tras publicar la suma poética de Gonzalo Rojas en Íntegra (2013) y un compendio de su obra narrativa en Todavía (2014) y con la certeza de la imposibilidad de dividir su obra de su vida, Fabienne Bradu resumió con rigor en la biografía El volcán y el sosiego -lanzada el sábado pasado en Filsa- gran parte de las principales experiencias del Premio Cervantes y Reina Sofía, tras lo cual concluye que siempre estuvo «habitado por los latidos de su sangre», por una consonante ambivalencia y por contradicciones vitales, que también son las propias de su tiempo.

fabiennebradu

-¿Cuánto hay en Gonzalo Rojas de la historia del Siglo XX?

-Yo creo que sucede un poco como fue la vida de Octavio Paz, que son personajes bastante excepcionales cuya vida coincide con un siglo. Gonzalo los vivió de manera muy directa, esa generación, nacida después de la Primera Guerra Mundial, durante la Revolución Rusa, que vivió la Segunda, tuvo su primer gran impacto en la Guerra Civil Española, en que muchos intelectuales, y me refiero a México y Chile que son los dos ámbitos que más conozco, que correspondían a una generación de poetas que tenían 20 años aproximadamente, se comprometieron con España, con la República y quisieron ir a pelear.

Ese ánimo de lucha, de ideales -describe la biógrafa- estaba precedido por un sentimiento de angustia que sería de algún modo una suerte de vaticinio de todo lo que vendría después y que resume muy bien otro poeta de la época, Luis Oyarzún en Crónica de una juventud (1958): «El temor de que la cultura humana entera fuese demolida por fuerzas irracionales desatadas en el fondo del inconsciente colectivo».

«Pero el gran cambio que pasa por su vida es la Revolución Cubana, que corresponde a esos años de mayor compromiso de Gonzalo con la izquierda latinoamericana, en donde el compromiso fue más o menos generalizado en esa época. Luego la Unidad Popular, que fue otro suceso muy extraordinario para Chile, lo vivió siendo diplomático de Allende. Y yo creo que después vino esa especie de desencanto que casi todo el mundo vivió a partir del año 2000, que no responde únicamente a la época de la vejez de Gonzalo, si no también, yo siento, que a un desencanto general del mundo frente a las ideologías de los sueños», presume la biógrafa.

-Un desencanto porque el mundo finalmente no cambió, o no cómo se soñaba…

– El desencanto viene al darse cuenta que los sueños por los que combatió, en tantas etapas e historias, finalmente no se materializaron, que quizás nada sirvió y que no se alcanzaron los objetivos que motivaron a toda esa generación a luchar. En España la República fue vencida, después Cuba cayó en un régimen que no correspondía a las apuestas iniciales, tal como lo que pasó con todo el lado soviético. Gonzalo estuvo asilado en Alemania Oriental, vivió muy de primera mano lo que era la órbita soviética y esa desilusión lo marcó hasta el final de sus días.

-¿Cómo se inscriben esas experiencias y su compromiso político en su legado poético?

-Respecto al compromiso quería puntualizar que estamos hablando de la vida, porque la poesía él no quiso que se contaminara con el compromiso político. No quiero separar obra y vida, porque forman un todo bastante inseparable para mi y eso es lo que lo hace ejemplar, no como tantos otros intelectuales que dicen una cosa y hacen otra. Él estuvo desde siempre muy consciente de que la poesía no tenía que servir a lo político, no se dejaba ni contaminar, ni poner al servicio de, eso lo va a sentir desde muy joven, incluso reseñas que escribía en los años 50 en el periódico El Sur de Concepción, donde hay varios textos en los que insiste que la poesía no es militancia, no tiene que ser propaganda política, entonces de eso se cuidó, eso aparte de dos o tres desvíos en los que se inmiscuyó a veces .

-Como Octubre Ocho, dedicado al Che Guevara…

-Si se leen los poemas escritos a lo largo de la historia sobre el Che Guevara, se encontrarán muchos y muchos muy malos, el de Gonzalo, sin embargo, es bueno, porque fue dictado, según él contaba, con una voz que le dio el punto de vista desde el cual hablar del personaje, que es lo que da una característica muy peculiar a este poema, es muy atrevido y podría haber fallado, porque es la voz del Che Guevara el que está en la acción en ese poema, a través de una frase que él soñaba. Gonzalo me contaba que había hecho muchas versiones y que todas le disgustaban, las tiraba al basurero, porque ese era un poema que nace de la emoción, o sea, cuando él se entera del asesinato del Che Guevara, quiere escribir un poema y al mismo tiempo, trabaja con la lucidez poética que le indica que esta versión no, este borrador tampoco, hasta que se duerme y le viene en el semi sueño las primeras palabras que se transforman en la entrada de un poema que se distingue de todos los otros y esa es una de las características de la poesía de Gonzalo Rojas, el saber conmover sin caer en el sentimentalismo y eso es muy difícil de logar.

Con esta claridad que lo lleva a fijar su compromiso político en este poema, ¿por qué recibe el rechazo de la izquierda chilena en el exilio?

-Le pasó una cosa muy curiosa, fue atacado, vilipendiado, simultáneamente por la derecha, por la dictadura, y a la vez por izquierda chilena y todo por decir la verdad. A causa de otro poema muy fino y hábil y triste al mismo tiempo que se llama Domicilio en el Báltico, Rojas habla de esa experiencia en Alemania oriental y de ese desencanto del régimen comunista. Eso hizo que los chilenos en el exilio lo juzgaran y ocurre al mismo tiempo que en Chile la dictadura le quitara la ciudadanía. Fue una especie de San Sebastián, atacado por las flechas de la derecha y la izquierda y ese es un hecho que lo acerca mucho a Octavio Paz, porque le pasó lo mismo en México por ser el blanco de la derecha y la izquierda, y todo por decir la verdad de un modo u otro.

Tendré que dormir en alemán, aletear,
respirar si puedo en alemán entre
tranvía y tranvía, a diez kilómetros
de estridencia amarilla por hora, con esta pena
a las 5.03,
(…)
Envejecer así, pasar aquí veinte años de cemento
previo al otro, en este nicho
prefabricado, barrer entonces
la escalera cada semana, tirar la libertad
a la basura en esos tarros
grandes bajo la nieve,
agradecer,
sobre todo en alemán agradecer,
supongo, a Alguien.

(Domicilio en el Báltico)

El catedrático

– ¿Cómo eran los encuentros que organizaba el poeta en Concepción y que dieron origen al Boom Latinoamericano?

– Tenía que ganarse la vida, nadie vive de la literatura, ni ahora, ni muchos menos entonces. Hay una parte en la vida de Gonzalo que es el catedrático, y un catedrático que no se conformaba solo con dar clases, tenía que hacer más cosas siempre, es que él tenía una energía increíble,  que todo el mundo se preguntaba cómo le hacía. En esta ambición, en el buen sentido de la palabra, de traer al país voces, escritores, nacieron los encuentros, de los que yo nada más he encontrado la huella, porque nadie sabe exactamente qué ocurrió allí. Vinieron de distintas partes del mundo. Uno se sorprende de la cantidad de gente convocada, poetas, hombre de la literatura,  químicos, premios nobeles,  y más si uno lee las cartas de los que se disculparon como Breton y T.S. Eliot.

– Y llevarlos a Concepción…

-Es impresionante la cabeza y la osadía de Gonzalo, de invitar a toda esta gente, a una provincia. Venían estudiantes de América Latina a estos encuentros en Concepción. Además muestra una gran habilidad estratégica, porque invitaba a la prensa, en las radios se transmitían las ponencias, instalaba una sala de prensa, en esa época, con máquina de escribir y les ponía un auto para que pudieran llevar sus artículos al periódico. A tal punto llegó su osadía que incluso pasó cheques en blanco para rentar un avión, del que no tenía fondos, para traer a los escritores de Santiago a Concepción, y luego tras el éxito después le pasó la cuenta al rector.

Estos encuentros, señala Fabienne, fueron de algún modo la consecución de otros, realizados mucho antes, cuando era un joven inspector del Internado Barros Arana, donde coincidió por primera vez con Nicanor Parra, quien era allí profesor de matemáticas.

«Jorge Oyarzún ha relato mucho lo que hacían allí, lo que leían en esa época, es una fuente interesante de saber, porque yo los veo muy curiosos en esa época. Ahí hacían una tareas de ir a la Biblioteca Nacional, porque no tenían dinero para comprar libros, cada miembro estaba encargado de leer y de presentar a los otros lo que leía, y eso fue un aprendizaje para Gonzalo de lectura, porque devoraba todo lo que caía en sus manos, ese fue un período importante en su vida.

Es común hablar de la pelea con Nicanor Parra, pero también fueron muy amigos ¿no?

-Son como decimos en francés, dos hermanos enemigos, que no pueden coincidir pero que van caminando casi al mismo paso. Fue también la historia de una amistad, es lo que la gente olvida. Fueron muy amigos. Yo solicité a través de intermediarios hablar con Parra, pero no de la pelea, no me interesaba, es lo más trillado, yo quería que me hablara de la amistad, pero no fue posible, lo que lamento mucho. Me hubiera interesado mucho escuchar su versión, de evocar los tiempos previos al distanciamiento.

– ¿Y cual fue el verdadero motivo de ese distanciamiento?

-Yo traté de mostrar todas las razones del distanciamiento, entre los dos, pero la principal y más temprana es un desacuerdo poético. En la reseña que escribió Gonzalo del poema 54 de Nicanor, marca ahí cuál es el riesgo de esa poesía porque no la comparte. Gonzalo mostró con esos poemas de ataque a Nicanor de que él podía escribir antipoesía, que era muy fácil escribir antipoesía…

-Y Nicanor podía escribir la otra poesía..

– Voy a aventurarme a decir una cosa que no está en la biografía pero creo que sucede también. Yo creo que Parra cayó en la antipoesía por su incapacidad de manejar la poesía con “P» mayúscula. Es una hipótesis mía y la digo con todas las reservas del caso, pero creo que allí hubo dos caminos que se separaron, porque Nicanor se dio cuenta que no podía escribir una poesía a la altura de la de Gonzalo y de la de muchos otros, y fue abriéndose esa brecha cada vez más, hasta terminar por no juntarse nunca.

 

 

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