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Crítica literaria de «Tiempo quebrado»: Una prosa anacrónica digna de alumnos enamorados Crítica literaria a la novela de Pedro Staiger

Crítica literaria de «Tiempo quebrado»: Una prosa anacrónica digna de alumnos enamorados

Gonzalo Schwenke
Por : Gonzalo Schwenke Profesor y crítico literario
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«Tiempo quebrado» opera de dos formas: primero el sustento está determinado “el adjetivo que no da vida, mata” y, segundo, la excesiva información, una constante. Lejos de cualquier pertinencia y precisión, la novela lleva a lo más alto la idea de que el destino pone en un trance histórico a personajes que irremediablemente deben confrontarse. Una ficción con la que debes convivir, donde la problematización se debe anular y posteriormente arrepentirse: “Intenciones políticas que giraban en un vórtice imposible de detener y doloroso de recordar.” (12) Una voz adherida a la Concertación noventera, quienes regresaron del exilio para emborracharse por el mercado. Olvidar es la consigna, la memoria supone desconsuelo que es dañino para la gente. Una prosa anacrónica digna de alumnos enamorados.


«El adjetivo, cuando no da vida, mata.”
Vicente Huidobro

Un libro de cuentos y tres novelas cuenta en su haber Pedro Staiger (Santiago, 1942). Piloto jubilado y escritor. Tras pasar por numerosas escuelas literarias chilenas comprendemos por qué el éxito no lo determinan los talleres, ni está ligado con calidad literaria, puesto que, para esta lectura se requiere paciencia y buen estómago para sobrellevar estas 212 páginas.

Un verdadero melodrama literatoso nos presenta la novela Tiempo quebrado (2016). La línea argumental está basada en el clásico: “te juro que te adoro y en nombre de este amor y por tu bien te digo adiós.” Tras veinte años de distancia, ellos se reencuentran fortuitamente en Central Park, de Nueva York. Ahora Jorge es un excomunista relamido, exiliado por la dictadura chilena e Isabel, ha finalizado sus estudios de piano. Esto, porque Ambos salen de Chile por distintos motivo: Jorge, por la persecución de la dictadura cívico-militar e Isabel para efectos prácticos del estudio musical. Los protagonistas se encuentran en Paris durante la década del setenta. Allá en Europa se encuentran, se enamoran y conviven por algún tiempo hasta que el destino da clarividencia a él quien da por finalizado la relación: “desde aquella tarde en parís, cuando creí despedirme, cuando traté de explicar con una torpe carta que lo nuestro no podía seguir.” (12).

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Los protagonistas de la novela son dos voces que se van intercalando por capítulos. La historia puesta en boca de sus protagonistas resulta ser, en términos generales, similares porque se basan en una verborrea acérrima, llena de descripciones, extensos recuerdos que son contados de manera pasajera, pésimos adjetivos y en la que las comparaciones parecen ser la clave para una mejor narrativa. Ellos disfrutan de la ostentación y las divagaciones en espacios eurocéntricos los que disfrazan de temores sobre una historia en común. Con una capacidad única de describir las cosas de tal modo que pareciese un lujo estar en aquellos lugares cosmopolitas para compartir “un expreso colombiano de tueste oscuro”, y ella: “un capuchino con sabor de avellanas” (19). Una prosa anacrónica digna de alumnos enamorados.

No todos logran narrar sin aburrir, pero este autor logra el objetivo con excelencia en cada párrafo: “más de veinte años habían escurrido del reloj de arena de nuestras vidas” (9), “dimos con un lugar que ofrecía tal variedad de sabores y torrados que nos dejó sin respuesta” (19), “era abdicar voluntariamente al juicio, abandonarse al sentir y dejar del lado de afuera de la ventana el mundo entero y todas sus miserias.” (97) y “tal vez nos podamos responder que todo estaba escrito, que nada hemos inventado…” (210)

El mundo de Isabel perteneciente a la alta burguesía, está sometido a una constante recriminación del sujeto femenino, siempre menor y en asimilación de castigo: “Ese aperitivo innecesario y absurdo que se me ocurrió” (63), “nunca podré aceptar el hábito” (64), “me arrepentí de inmediato” (107), y “tantas cosas absurdas cruzan la mente de una mujer abandonada.” (109) Así encontramos al sujeto femenino diezmado, en estado de discordia consigo misma desde lo cotidiano hasta las relaciones familiares, e incluso en el abandono de Jorge: “mi padre no estaba bien de salud y el dolor que le causaba su hija sería excesivo para él.” (111) Ella hace frente a la situación de madre soltera en Europa. En tal sentido, se confronta al espacio simbólico del castigo familiar que deviene desde el espacio materno, quien a su vez, representa la norma social de clase acomodada: “No tuvo el coraje para preguntarme quién era el padre de su nieto (…) de todas las reacciones posibles, era esta la más castigadora.” (114) y “le respondí una sola vez a sus interrogantes y la herí profundamente con la tajante solicitud de que no se metiera en mis problemas…” (137).

Finalmente, Tiempo quebrado opera de dos formas: primero el sustento está determinado “el adjetivo que no da vida, mata” y, segundo, la excesiva información, una constante. Lejos de cualquier pertinencia y precisión, la novela lleva a lo más alto la idea de que el destino pone en un trance histórico a personajes que irremediablemente deben confrontarse. Una ficción con la que debes convivir, donde la problematización se debe anular y posteriormente arrepentirse: “Intenciones políticas que giraban en un vórtice imposible de detener y doloroso de recordar.” (12) Una voz adherida a la Concertación noventera, quienes regresaron del exilio para emborracharse por el mercado. Olvidar es la consigna, la memoria supone desconsuelo que es dañino para la gente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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