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En búsqueda de un cine chamánico Opinión

En búsqueda de un cine chamánico

«Dicen que el primer antecedente del cine fueron los grabados en las cavernas: el efecto del fuego sobre las formas naturales y los dibujos, componían el elemento ritual de la vida misma. La convergencia a ese lugar donde el tiempo y el espacio se hacían uno solo, donde el ritmo de los relatos hacía gala del reflejo latente de los símbolos ceremoniales donde todo se unifica tiempo y espacio», escribe Miguel Rodríguez a propósito de los últimos Oscar.


Dicen que el primer antecedente del cine fueron los grabados en las cavernas: el efecto del fuego sobre las formas naturales y los dibujos, componían el elemento ritual de la vida misma. La convergencia a ese lugar donde el tiempo y el espacio se hacían uno solo, donde el ritmo de los relatos hacía gala del reflejo latente de los símbolos ceremoniales donde todo se unifica tiempo y espacio. Relato mismo tan perfectamente inmortalizado en La Caverna de los sueños olvidados (2010). El de los primeros en dibujar con la luz, los primeros cineastas.

Lo sucedido en los últimos días en la industria del cine no deja de ser llamativo. ¿Qué nos puede dejar la gran sorpresa del domingo? No hablo de la superflua repercusión de 125 caracteres o de centenares de memes. Lo que despertó el tragicómico episodio de los recientes premios de la Academia: donde las dos favoritas se encontraban frente a frente, ambas a la vez perfilándose como una declaración de principios sobre el mismo cine. La humilde ganadora hace gala de más que una estatuilla, pareciera llevar el estandarte de una nueva era, una nueva forma de hacer cine. En la última estatuilla que tradicionalmente se da a mejor película, un enredo, de esos que ni la mejor organización puede escapar, esos hechos paradigmáticos que parecieran decir aquí yace el caos siempre presente, nada puede evitarme. Las inolvidables caras de sorpresas por el extraño error, pero por sobre todo la sorpresa misma del flamante ganador, dejarán huella en el devenir de la industria hacia un nuevo despertar.

Es que mi problema con La la land es también un problema con la pretenciosa tendencia de la Academia a premiar cualquier retrato de sí misma. Así como pasó con The Artist, así paso con Argo y también se repitió en el caso de Birdman. Para pesar de muchos eclipsa en muchas ocasiones a meritorias ganadoras del premio a la sinceridad, ese criterio que tantos creen solo pertenece a la Academia delimitar. Ejemplifico con Amour de Michael Haneke, con The Master de Paul Thomas Anderson y también con The Tree of life de Terrence Malick.

Entonces, ¿cuál es el criterio correcto para definir la mejor película?’, Ninguno, sino un concepto más que abstracto, subjetivo relativo como todo en este nuevo siglo que no alcanzamos a conocer ni en un diesmo. Lo que sí es seguro es que los premios de la Academia son un estándar, un referente directo, y diganme si peco de equivocarme. La gloriosa ganadora Moonlight tuvo que esperar hacerse del trofeo para recién adquirir el grado de atención necesaria y ser estrenada en un país como el nuestro. Cuando es gracioso pensarlo, pero ha ganado en casi -y no peco de exagerado – todos los festivales a los que ha participado.

Entonces, ¿qué nos deja esta presente edición de los oscars? Lo acontecido en los Oscar y en sus primos hermanos, los Globos de Oro, ha sido notable, un giro radical que ya se venía perfilando con ese enamoramiento engorroso y paulatino que ha llevado la industria (o se ha visto en la necesidad de llevar) con el cine independiente, el de las historias y no de las estrellas.

Claro que La la land se podía llevar todos los premios técnicos incluyendo el de mejor director, y posiblemente los merecía, casi tanto como se merece el premio del goleador el que encaja más goles; pero entre Maradona y Messi hay diferencias y cualquiera que haya visto algo de fútbol en su vida lo ha de reconocer. La pasión que se refleja forja el carácter. Esa misma pasión del futbolista genio es lo que tiene Moonlight, la fuerza de ser una declaración de principios y no una alegoría a Los Angeles, la ciudad de los sueños, Los Angeles donde las personas se hacen estrellas, donde todos trascienden y se escriben sus nombre en los paseos de la fama.

¿Pero es eso el cine? Lleguemos a un consenso el cine es industria desde su nacimiento, desde que surge la fotografía el arte ya no es arte, como escribió Walter Benjamin, el arte pasa a ser un mero objeto del capital, un bien de intercambio. La cámara lo es todo, como lo fue el fuego para el humano prehistórico, la luz y su reflejo en la cavernas. El cine es industria, el cine es mercado. El cine es un reflejo de lo que es el arte hoy en día, pero enfrentémoslo, el cine está cambiando (al igual que todo). Y lleva cambiando desde su origen. Como ese epígrafe con el que inicia la poética del cine de Raúl Ruiz, en el cita a Edgar Wind: “¿Qué es un símbolo? Decir una cosa y significar otra. ¿Por qué no decirlo directamente? Por la simple razón. de que ciertos fenómenos tienden a disolverse si nos acercamos a ellos sin ceremonia”. Ese carácter ceremonial al que nunca ha podido renunciar, pese a los avances tecnológicos, pese a los servicios de streaming, seguimos sintiendo esa diferencia dentro la sala de cine, seguimos extrañando el celuloide, seguimos disfrutando menos si tenemos todas las distracciones que la comodidad del hogar entrega. El espacio del cine va a seguir siendo el ceremonial y el cine su lugar de celebración.

Podemos darnos hoy el lujo de ver, con nuestros propios ojos como esta masiva estructura está mutando, Moonlight es la película más barata en ganar un Oscar, 1,5 millones de dólares. No es aún un presupuesto abordable para alguien común y corriente, pero es un giro notable si miramos que al frente tenía a Hacksaw Ridge de Mel Gibson con un presupuesto de 40 millones de dólares o La la land con 20 de la moneda americana.

Claro es que este dispar giro hacia las películas independientes aun no es tendencia, es cosa de ver a Damien Chazelle haciendo La la land, luego de Whiplash, haciendo gala de un gran ejercicio técnico en la primera, pero como se dice en jerga de pelotero, mojando la camiseta (literalmente) en la segunda.

¿En qué gano Moonlight? Pasión, pasión con la que se inscribe cada uno de los planos, en otras palabras, con poco se hizo muchísimo. Desde inmortalizar una gueto de Miami como un lugar adorable, hasta cada una de las pequeñas abstracciones que entrelazaron ese discurso; los planos de la cocina, los juegos infantiles. Eso es poética del que dibuja con la luz como Barry Jenkins lo hacer. Moonlight además hace gala de actuaciones formidables, no hay más de 10 escenas por actor y se hace tan natural entender la realidad, esa realidad que se enmarca en un espacio geográfico, en una forma de vida, en decisiones, persona y la búsqueda misma de la identidad, porque Moonlight, ojo, es una película sobre la identidad, y no sobre la homosexualidad.

Será que al fin nos estamos enfocando en las historias y no en los sueños. Claro, Fantasía de Disney es una maravilloso sueño, pero es un ritual sincero, imagen tiempo, pero cuando hablo de sueño apuntó al del cine de Hollywood, el mismo que relata Chazelle en La la land, el de la trascendencia. Ese estereotipo del sueño que también arrastra un discurso, el final feliz, la pareja correcta, incluso los personajes blancos y bellos; después con el tiempo el amor incompleto, la muerte heroica. Son todos clichés del cine del conflicto central, no desaparece, solo varía. Hace 30 años atrás un final triste no era concebible para las love story, hoy parece que un final feliz no sirve para convencer al hambriento público que ya está agotado de Adam Sandler quedándose con la protagonista, es oferta y demanda. La La Land no sería lo que es de no tener ese final de Casablanca, es solo un adaptación, el poseedor de esa doctrina del shock que tanto tiempo lleva el arte siguiendo como un dinamismo uniforme, una lógica material. La la land no es sobre el ejercicio mismo de hacer cine, no es sobre, la composición, el ritmo, el color, la música, y los personajes (aunque vislumbra calidad) es sobre la industria.

Lo que hoy me dispongo a celebrar, es un giro hacia el pasado. Los premios de la Academia, son un referente, quizás el más políticamente influyente del mundo del cine. Así es como hoy nos levantamos en un mundo donde Moonlight es su elegida. Posiblemente no es la mejor película del año. O citando a Bolaño: “¿No podría suceder en los mapas celestes, al igual que en los de la tierra, que estén indicadas las estrellas-ciudades y omitidas las estrellas-pueblos?”.”

Quien sabe que maravillas nos ocultó el cine en 2017, que relatos, que historias están ocultas y aún no se han de premiar como el mejor algo. Por eso Moonlight ganó, el cine es volver un paso hacía atrás, es sobre desenterrar esas historias. Ya no se trata del presupuesto, menos de los efectos especiales. Hoy con el apogeo de la técnica, es paradigmático, pero no menos lógico ver un despertar espiritual sobre el cine, el ritual no se ha olvidado, ni menos las estrellas, solo que ahora las estrellas estarán en las historias y no afuera de ellas. El cine del ritmo, del reflejo en las cavernas, el cine ceremonial.

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