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Carnaval y Festival en el Chile central urbano y en Valparaíso. A propósito del Carnaval de los Mil Tambores Opinión

Carnaval y Festival en el Chile central urbano y en Valparaíso. A propósito del Carnaval de los Mil Tambores

Alejandro Gana Núñez
Por : Alejandro Gana Núñez Sociólogo urbanista e investigador de la Universidad de Palermo.
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Por eso más allá de los efectos negativos de una u otra iniciativa, las formas de financiamiento, o el uso menor o mayor de los espacios públicos, una pregunta que surge ¿qué tipo de fiesta se está promoviendo desde la política pública?


Gracias a la vida que me ha dado tanto

Me ha dado la risa y me ha dado el llanto

Así yo distingo dicha de quebranto

Los dos materiales que forman mi canto

Y el canto de ustedes que es mi mismo canto

Y el canto de todos que es mi propio canto

Violeta Parra – Gracias a la Vida

Se acerca el mes de octubre y con él la víspera del ya conocido, comentado y masivo Carnaval de Mil Tambores en Valparaíso. Este evento nace en 1999 con el fin de recuperar espacios públicos mediante la muestra de agrupaciones artísticas, pasacalles y comparsas de distinto tipo.

Recuerdo el Mil tambores de 2007, como un bello pasacalle un viernes en la tarde, por el centro de Valparaíso, y cómo cambiaba la cara de la calle Condell sacando a los empleados de los negocios para mirar, deteniendo los transeúntes y cortando por un momento el tránsito.   Con los años este evento ha ido tomando más relevancia en cuanto a la cantidad y calidad de las agrupaciones que participan, como en la cobertura barrial y en su extensión temporal. Ya no es solo un día, ni solo en el centro, sino que ha incorporado también escenarios barriales para acercar distintas expresiones artísticas a los cerros y sus habitantes.

Desde el año 2010 y con la decisión del CNCA[1] de terminar con los “Carnavales culturales” por su masividad, Mil Tambores ha ido tomando mayor relevancia. Gran cantidad de personas que visitaban Valparaíso previo al año nuevo hoy visitan Valparaíso en octubre generando los mismos efectos en la ciudad tan criticados previamente: la basura, la destrucción de la ciudad y el carrete masivo. Mil tambores también recibe un importante financiamiento del Estado a través de otros fondos concursables o municipales. En otras palabras, en rigor no hay un cambio sustantivo en la política. Ambos utilizaban intensamente el espacio público y actualmente el nivel de agrupaciones que convocan llega a lo internacional.

Por eso más allá de los efectos negativos de una u otra iniciativa, las formas de financiamiento, o el uso menor o mayor de los espacios públicos, una pregunta que surge ¿qué tipo de fiesta se está promoviendo desde la política pública?

Actuales carnavales

Si bien no hay una definición de un carnaval tipo pues cada sociedad o comunidad puede desarrollar un modo o un “espíritu” de carnaval con características propias, en términos generales se describe como un fenómeno cíclico, que ocurre una vez al año, donde se expresa la alegría, el exceso, el desenfreno o el placer de la carne, bajo un cierto acuerdo social que permite esa relativización de la normatividad, por algunos días y en algunos lugares. También se define el carnaval como la inversión de la realidad cotidiana o establecida, la burla, la crítica al poder y es por esto que tendría un carácter popular, pues esta inversión se realiza desde el ciudadano o el habitante común.

Debemos preguntarnos ¿hasta qué punto las iniciativas carnavaleras que en Valparaíso y en el Chile central urbano vivimos o “consumimos” con apoyo del Estado, permiten esa expresión popular, la inversión o relativización de la realidad cotidiana, el desenfreno? Pero además ¿en qué medida dichas expresiones carnavaleras o representan elementos de las culturas populares locales?

Es interesante analizar cómo se define carnaval para quienes organizan, y para quienes asisten y participan en los Carnavales Culturales y en los Mil Tambores.

El primero desarrollaba un evento masivo que incluía espectáculos artísticos y callejeros, enfocándose en los escenarios masivos con el ingrediente del país invitado, generando una conexión de las fiestas de los países vecinos con nuestra nueva fiesta propia. Hay un contenido claro en la política. El carnaval sería la “fiesta” de los vecinos y turistas, y la cultura latinoamericana y local entregada de forma masiva en escenarios abiertos masivos y también cerrados y un pasacalle con una temática base.

El segundo se enfoca en los variados pasacalles y escenarios de menor escala en el centro y en los cerros, así como también talleres, ferias y seminarios. Esta menos claro el enfoque y la idea de cada cita anual, aunque este año la temática es sobre Violeta Parra. El carnaval sería el carnaval de las actividades culturales y artísticas locales y nacionales, con algunos invitados extranjeros, entregado de forma masiva pero con mayor distribución en el territorio y con menores aglomeraciones que en los carnavales culturales.

La convocatoria a ambas actividades genera una fuerte atracción de personas hacia la ciudad, que en las noches se concentran en áreas centrales, neurálgicas y de vida bohemia, en un gran carrete masivo de difícil control normativo. En este sentido el carnaval para parte importante de los asistentes de ambos eventos es el acceso a actividades y expresiones artísticas locales e internacionales y la fiesta libre en la noche por las calles.

Desde el punto de vista de las agrupaciones artísticas locales sean académicas o vecinales, estos “carnavales” permiten un canal de expresión y los recursos para realizarla, así como un espacio y lugar que no existe en otros momentos del año para esa expresión: el uso de calles cortadas, el uso de plazas o espacios públicos previo permiso municipal, lo cual podría constituir cierta anomalía normativa.

Para el público espectador en cambio hay un beneficio en el acceso a esas expresiones artísticas y culturales y en su acceso a espacios públicos vías y plazas, aunque quizás su mayor experiencia subversiva carnavalera ha consistido en los últimos años en el uso masivo de calles y plazas sin permiso de las autoridades para libre tránsito y fiesta, la emisión de ruidos a horas no permitidas, o el no respeto de la ley de alcoholes.

Dos eventos masivos son interesantes de incluir en este análisis para entender la experiencia carnavalera del Chile central urbano actual, pero también la de las últimas 4 décadas: el Festival de Viña y el Festival de las artes.

El “Festival de Viña”

El festival Internacional de la Canción de Viña del Mar se crea en los 60’s como una competencia creativa de música popular y folklórica. En el año 1960 el concurso premiaría a una canción con la temática de la ciudad de Viña del Mar. Si bien la competencia y su creación desde el municipio son indicios de la institucionalización de expresiones artísticas locales, con un tópico carnavalero (una de sus temáticas es el homenaje a la tierra y a lo local), en su origen el acceso era más popular, amplio y menos controlado que actualmente.

Es desde el inicio de la dictadura cuando el festival logra mayor apoyo institucional,  trascendencia nacional e internacional, así como la generación de altos ingresos para los artistas invitados y sus gestores (el municipio y las empresas asociadas). Se prohíbe por algunos años la competencia folklórica y adquiere mayor relevancia la de artistas pop, cambiando drásticamente de enfoque en este período.

Hoy es interesante el rol que cumple el público en este festival, que en ocasiones actúa como “jurado romano” frente a ciertos artistas aunque frente a otros se rinde fácilmente. La espectacularidad visual y musical es importante para garantizar el éxito sobre el escenario, pero también la condescendencia con el público masivo. El artista debe jugarse, pero sobre todo agradar a un público bastante representativo de la amplia y poco educada clase media chilena, y en ocasiones particulares la ira o aprecio del público puede afectar ciertas decisiones de aquello que ocurre en la organización del evento, lo cual era menos posible en tiempos de dictadura. Muy interesante al respecto es el papel que juegan en este espectáculo los humoristas, cuyo repertorio progresivamente en las últimas décadas ha sido más exitoso cuanto más crítico y satírico.

Si se analiza la forma de funcionamiento del festival de Viña, éste tiene elementos similares a otras formas carnavalescas institucionalizadas, donde hay distintas categorías concursantes, que en este caso serían los artistas pop invitados, la competencia pop y folklórica, y los humoristas o espectáculos visuales. Esto sumado a un público participante, un jurado técnico y a un equipo de presentadores que debe interactuar con el público. Todo esto bajo una estricta estructura visual, programática y de contenido.

El carnaval en este evento estaría dado por la participación del pueblo conocido como  “monstruo”, y su juicio categórico manifiesto mediante aplausos o pifias en la medida en que dicho juicio tuviera efecto real sobre las decisiones de la organización del evento.

También puede ser relevante en este sentido, el efecto de los contenidos de los humoristas, sobre todo de aquellos de mayor éxito en el último año, donde la masividad en que se difunde su espectáculo permite la instalación o reafirmación de temáticas políticas y culturales y problemáticas sociales en la opinión pública, aunque en su expresión se utilicen formatos importados como el stand up.

Lo que no permite que este festival tenga un sentido carnavalero es que la condescendencia de los animadores con el público es definida en una pauta televisiva; en que los artistas invitados no provienen del pueblo ni son definidos por mecanismos populares, sino por la organización y por empresas auspiciadoras con criterios comerciales; en que los contenidos, canciones, letras, músicas, presentados en el escenario del festival, son en gran medida productos principalmente comerciales, aunque sean de gusto popular y masivo.

El festival de las artes

Después del último carnaval cultural en enero de 2010 se inaugura el año siguiente el Festival de las Artes, instancia organizada y financiada también por el CNCA.

Es así que el nuevo evento inaugura las vallas metálicas y sillas plásticas en las presentaciones artísticas y musicales más masivas en espacios públicos, limitando la masividad y el uso libre de las calles que existía previamente. Esto no solo reduce la audiencia sino que además desconecta el festival con el transeúnte común, que también se veía afectado o atraído por las actividades que en una fecha específica cambiaban las normas de lo público.

El Festival de las Artes ha ido consolidándose y ampliando los eventos y actividades ofrecidas las cuales abarcan todas las áreas de las artes cubiertas por los apoyos entregados por el CNCA, de hecho el festival se enfoca en parte en difundir las iniciativas financiadas por el consejo. De hecho, este evento se plantea explícitamente como una instancia de “formación de hábitos de consumo cultural, permitiendo ampliar el capital cultural de cada ciudadano”, y en este sentido busca dar acceso a “cultura” en un sentido tan amplio como difuso, a la comunidad y formar en cultura y artes.

Cambiar el nombre de los carnavales culturales por el de festival, tiene en este sentido plena coherencia, pues se aumenta el control sobre el público asistente o transeúnte en cuanto su posibilidad de reeditar su carácter de audiencia. Ejemplo claro es el enrejado del escenario de plaza Sotomayor, pues se separa claramente la audiencia fija del transeúnte. No hay una modificación en la normatividad de la ciudad para poder entregar acceso masivo y libertad sobre cómo usar el espacio, sino que el espacio público deja de serlo para convertirse en un teatro abierto bien delimitado del resto de la ciudad la cual no modifica su funcionamiento cotidiano.

Conclusiones. El carnaval en Valparaíso

Tener grandes festivales y cada vez menos carnavales, y carnavales cada vez más festivaleros y globales, muestra qué aspectos cultuales estamos privilegiando desde la política pública; indica qué es lo que en Chile y desde el Estado se entiende por cultura, y qué se está entregando a la comunidad, a los habitantes, al ciudadano común. Esto es: un producto cultural, consumible, que enriquezca nuestro bagaje “cultural” sobre las artes formales.

Lo que observo también da cuenta de qué estamos financiando y a quién. A los artistas locales, nacionales y algunos internacionales, lo cual es muy importante también, pero no se está promoviendo necesariamente el desarrollo de la cultura del ciudadano, del habitante, desde lo popular, sino a los expertos de las áreas artísticas. Se está festivalizando el proceso cultural en nuestras ciudades, generando una mayor separación entre artista y espectador, entre espectáculo y audiencia y un menor empoderamiento de los sectores populares de la cultura como herramienta de expresión de su cotidiano, en un contexto donde esta expresión sea asegurada mediante un acuerdo social. Un carnaval.

Si bien frente a las grandes necesidades sociales en Chile una fiesta no es absolutamente necesaria, basta analizar la segregación cultural, reforzada por aquella urbana, que experimenta gran porcentaje de la población, para afirmar que se requiere un cambio en la mirada en que se promueve el acceso a la cultura, y que permita romper en cierta medida esa segregación. No reproduciendo dicha brecha invirtiendo solo en cultura formal en toneladas distribuidas en pocos días, sino potenciando las formas de expresión no académicas desde lo popular.

Creo que algunos ejemplo pueden servir como punto de partida, o de recuperación de formas de expresión perdidas, sobre todo en relación con los contenidos que se desarrollan en los carnavales de Uruguay y del sur de España, donde el texto, la sátira, la burla son centrales en la experiencia carnavalesca. De hecho el dios Momo se define en la mitología griega como el dios de la ironía y la agudeza, de los escritores y los poetas.

Cualquier carnaval puede tener muchos tambores que nos hagan mover y remover de nuestro lugar rutinario, pero el contenido de la fiesta, el texto hablado o cantado sobre nuestra propia realidad cotidiana puede generar en mayor medida una experiencia carnavalesca que trascienda, que genere historicidad, y finalmente dialogo entre espectáculo y audiencia, entre artista y público, entre canto y canto. También puede contribuir a esto una política cultural que tienda en mayor medida a promover expresiones carnavaleras desde las comunidades locales, y no solo que entregue acceso al consumo de productos culturales que no necesariamente tienen arraigo en los territorios.

[1] Consejo Nacional de la Cultura y las Artes

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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