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Irak: El lado ingrato de la superiodad tecnológica de EEUU

Pese a los planes de dotar a las tropas de EEUU de equipos «inteligentes» que les permitierán ganar los combates con mayor rapidez y efectividad, el uso de tecnología bélica de avanzada está provocando problemas impensados como los que se han dado en Irak: el aumento de las víctimas por fuego «amigo».


A pesar de que EEUU cuenta con la tecnología militar más avanzada de la historia, decenas de sus soldados han sido heridos o han muerto por las balas disparadas por sus propios compañeros en Irak. Pese a que los estrategos militares ven estos errores como inevitables, el Pentágono y los principales centros de investigación del país del norte confían en la tecnología para evitar las bajas que sufren sus fuerzas bajo fuego enemigo e, incluso, "amigo".



En lo que va de campaña, los soldados británicos que han caído por fuego amigo son casi tantos como los muertos o heridos por disparos de los iraquíes. Además, la mayor parte de las bajas que reconocen las fuerzas del Reino Unido se ha debido a «accidentes», pese a que, tanto las fuerzas estadounidenses como las británicas cuentan con sistemas de identificación en sus vehículos y aviones que, se supone, distinguen entre amigos y enemigos.



A pocos días del inicio de la guerra, un misil Patriot estadounidense derribó un avión Tornado británico matando a sus dos pilotos y un F-16 se vio obligado a destruir una batería de estos proyectiles cuando fue «encuadrado» por su radar.



Los sistemas de identificación son una «espada de dos filos», según William Odom, ex general del Ejército de EEUU. «El problema es que el enemigo puede recibir la señal y usarla» para saber la posición de las tropas opuestas, explicó.



Desde hace décadas, la apuesta de las Fuerzas Armadas está en el desarrollo de tecnologías que permitan reducir las bajas pero, como está quedando de manifiesto en la guerra en Irak, los avances tecnológicos pueden provocar un incremento peligroso de muertos y heridos por sus propios compañeros al modificar drásticamente las forma tradicionales de combate.



Paradojalmente, el uso de satélites, GPS, visores nocturnos, miras láser, entre otros artilugios, han desdibujado los frente de batalla. El uso de fuerzas especiales o comandos infiltrados en el campo enemigo dificulta a las tropas regulares, identificar o saber dónde están con exactitud los amigos y enemigos.



Además, gran parte de los disparos son dirigidos a imágenes térmicas y de radar, y no existe contacto visual, con lo que es más fácil confundir los objetivos, sostiene expertos.



En Irak, en particular, el peligro del fuego amigo aumenta «cuando el 90 por ciento de todas las balas en el aire son tuyas», afirma Scott Snook, ex coronel del Ejército estadounidense.



La evolución del campo de batalla ha incrementado el porcentaje de bajas por fuego amigo. En la Guerra del Golfo de 1991, causó un 49 por ciento de los heridos o muertos de EEUU, según la Biblioteca de Guerra de EEUU, que es mantenida por antiguos combatientes.



En comparación, ese índice fue del 39 por ciento en Vietnam, el 18 por ciento en Corea y el 21 por ciento en la Segunda Guerra Mundial, según la misma fuente.



El número de víctimas en las guerras de antes de 1991 era tan alto que los muertos por fuego amigo se perdían en la cifra total, pero ahora sorprenden a un público con gran fe en que la tecnología solucione todos los problemas.



Esta guerra dejará una lección que no se podrá olvidar, según Snook, «la gente se ha convencido de que la batalla puede ser limpia, aséptica y sin costo, pero la guerra en realidad es brutal».



Con las pilas cargadas



Los soldados aliados desplegados en suelo iraquí, podrían utilizar una gran cantidad de dispositivos electrónicos que les "facilitarían" el alcanzar sus objetivos, el único inconveniente es que las baterías que los alimentan son demasiado pesadas y grandes, por lo que no solo han sido utilizados muy poco o solo como "pilotos". Sin embargo, en futuras guerras este impedimento será eliminado si los ingenieros del Pacific Northwest National Laboratory logran han terminar un sistema energético compacto en el cual trabajan.



La investigación -financiada por Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa- busca desarrollar un sistema que permita convertir un combustible líquido en electricidad mediante un procesador acoplado a una pequeña célula de combustible. La idea es crear un dispositivo que -considerando todos los componentes- no ocupe más espacio que un encendedor.



El pequeño procesador transforma la mezcla de metanol y agua en un gas altamente hidrogenado. Luego, las moléculas de hidrógeno, en contacto con el oxígeno del aire, se quema generando electricidad y agua.



Según investigador principal del proyecto, Evan Jones, el sistema es extremadamente innovador al "incorpora varios procesos químicos y operaciones en un solo paquete. El procesador de combustible, por ejemplo, ocupa un espacio inferior al de una moneda", sostiene.



Si el artilugio supera la etapa de prototipo, esta tecnología tendrá mas de una aplicación en el campo de batalla, como alimentarse sistemas de refrigeración personales, sistemas de comunicaciones de mayor autonomía, sensores de detección de agentes tóxicos o vibraciones, entre otras.



Si bien el combustible que se está utilizado en las pruebas es metanol, los investigadores creen que podría utilizarse otros como el butano, el JP-8 (empleado en aviones) o gasoil. Durante las pruebas, los resultados demuestran que el aparato tiene un rendimiento impresionante.



El prototipo puede generar una energía de unos 20 Mw, pero con un tercio del peso de su equivalente en baterías. Ya se están diseñando sistemas que producirán hasta 50W, una cifra semejante a la de unas baterías que pesarían 10 veces más, y los científicos piensan que aún son posibles nuevas mejoras.



Robocar



Asimismo, las pérdidas humanas en la guerra contra Irak han acelerado la búsqueda, por parte del ejército estadounidense, de un vehículo robot que espera encontrar entre los inventores «locos» del país.



Al menos ese es el calificativo que agrupa a los cuatrocientos que se han apuntado a «La Gran Prueba», competición promovida desde el Pentágono y que ofrece un millón de dólares al que invente y gane una carrera de vehículos terrestres autosuficientes capaces de recorrer los quinientos kilómetros que separan Los Angeles de Las Vegas.



La regla de oro para estos ya bautizados como «robocar» es que carezcan de control «humano o entidad biológica» en su interior, pero tampoco pueden ser teledirigidos.



«La Gran Prueba» tiene su origen en el departamento de Investigación de Proyectos Avanzados de Defensa, entidad del Pentágono que colaboró en el desarrollo de internet, las bombas inteligentes y el avión «Predator», utilizado en Afganistán.



Su objetivo es satisfacer los deseos del Congreso estadounidense de que al menos uno de los próximos tres sistemas de combate que desarrolle el ejército carezca de elementos humanos.
Para esta finalidad, el departamento ha decidido buscar la inspiración necesaria entre un grupo de lo más diverso.



Inventores de garaje, aficionados a los juguetes teledirigidos, expertos en efectos especiales o maestros de la robótica -ahora de moda con programas de televisión como «Junkyard Warriors» (guerreros de desguace)-, todos están aunados en la construcción del vehículo autónomo.



Además de su autonomía, las reglas de «La Gran Prueba» piden una velocidad media de cincuenta kilómetros por hora durante el recorrido, en el que se tiene que autoabastecerse de energía.



Otras limitaciones impuestas en las reglas del juego es que no estarán permitidos los ataques durante la competición ni se permiten los lanzallamas para abrirse paso.



Pero sobre todo, el vehículo debe ser capaz por sí mismo de leer el trazado de la ruta, un camino que no se dará a conocer hasta el momento de la prueba, pues su única ayuda exterior una vez comience la competición será el uso de los sistemas de navegación vía satélite.



Todas las reglas están especificadas en la dirección de internet de este proyecto www.darpa.mil/grandchallenge/overview.htm, donde la inscripción de los participantes es libre.



El momento de la verdad llegará el 13 de marzo de 2004, cuando tenga lugar el recorrido que comenzará en Los Angeles, no sólo por ser la capital de la «cultura del automóvil» sino porque será, justo antes de la carrera, la sede de la conferencia anual del departamento del Pentágono que la promueve.



Será todo un reto para el que los inventores tienen algo menos de un año.



Otro gran obstáculo es el precio de esta locura, que si finalmente se termina por demostrar que es viable, puede costar más del millón de dólares libre de impuestos que el Pentágono ofrece como premio al vencedor.



Esta es una limitación que está generando asociaciones entre los participantes y que confía en contar con el apoyo de grandes industrias electrónicas o motoras.



Se trata de un reto tan complejo que muchos lo consideran inalcanzable, hasta el punto de que el Pentágono ha anunciado ya una nueva convocatoria dentro de dos años, en caso de que nadie logre el objetivo marcado en 2004.



Aun así, la dificultad está lejos de detener tanto a participantes como a organizadores, en especial dado el historial que existe de pruebas similares que han logrado grandes avances tanto en el campo de la robótica como en el militar.



Si desde 1997 cientos de aficionados a la robótica celebran con éxito un campeonato de fútbol de robots, que aspiran en un futuro cercano a enfrentarse con los jugadores de carne y hueso, en el ejército son numerosos los avances de la inteligencia artificial.



«Los vehículos terrestres no pilotados tienen el potencial de revolucionar la capacidad del ejército en el campo de batalla», asegura el Pentágono para resumir su deseo de reducir el número de soldados emplazados en medio del peligro, al tiempo que aumenta la efectividad del combate.



Agencias/El Mostrador.cl



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