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Unesco fomenta educación femenina en África y Asia

En las aldeas remotas de África, las niñas de 12 años tratan de convencer a sus padres de que les dejen aplazar su casamiento hasta que se gradúen en la escuela. Quieren formar parte de la primera generación de su comunidad que ha cursado estudios.


En las regiones rurales de Bangladesh, el número de niñas matriculadas en la enseñanza secundaria se ha multiplicado por dos en menos de diez años. El programa escolar comunitario de Malí no sólo vela por conseguir que la mitad de los alumnos de la escuelas sean niñas y por formar a las mujeres de las comunidades para que lleguen a ser maestras, sino que también procura que los horarios de las clases se adapten a las faenas agrarias estacionales.



En algunas de las zonas más desfavorecidas del mundo, las niñas están consiguiendo que su derecho a la educación sea una realidad, apuntándose así un tanto en los esfuerzos que se están realizando para lograr de aquí al año 2005 la supresión de la disparidad entre los sexos en la enseñanza primaria y secundaria.



En el Foro Mundial sobre la Educación celebrado hace tres años en Dakar (Senegal), unos 160 países se comprometieron a alcanzar esta meta y a lograr que de aquí al año 2015 todos los niños sin excepción cursen por completo una enseñanza primaria de calidad.



Las Naciones Unidas, al reconocer que la educación desempeña un papel fundamental en la eliminación de la pobreza, incluyeron todas estas metas en sus Objetivos de Desarrollo para el Milenio, que fueron aprobados por 189 naciones.



Entre el 6 y el 13 de abril, algunos organismos de las Naciones Unidas, junto con sindicatos de docentes, organizaciones no gubernamentales y agrupaciones de ciudadanos del mundo entero encabezaron una campaña de sensibilización mundial para acelerar el avance de la educación de las niñas.



Todavía queda mucho por hacer en este ámbito. Casi un 60% de los niños del mundo sin escolarizar son niñas. En algunas naciones del África subsahariana, la disparidad entre los sexos se ha acentuado en los últimos años. Hay 50 países aproximadamente en los que el objetivo establecido para el año 2005 sigue representando un enorme desafío, tan sólo en el ámbito de la enseñanza primaria.



Es indiscutible que la educación de las niñas se justifica plenamente. En efecto, cuando las niñas han recibido educación tanto la mortalidad infantil como la materna disminuyen, las familias son menos numerosas y más sanas y prósperas, la productividad agraria es mayor y la renta por habitante aumenta. Asimismo, la educación de las niñas sigue siendo el arma más eficaz de prevención contra el sida.



En un plano más fundamental, la educación es un derecho humano tanto de las niñas como de los niños. Ser instruidos les permite analizar las situaciones con espíritu crítico, saber elegir y pertrecharse para mejorar su vida.



Para lograr que las niñas vayan a la escuela, es preciso ante todo actuar para atenuar o suprimir algunos factores que siguen obstaculizando su presencia en las aulas. Por ejemplo, el trabajo de las niñas fuera del hogar representa un obstáculo muy importante y con frecuencia oculto. Además, cuando no trabajan fuera del ámbito familiar, muchos padres les exigen ir por agua, ayudar en las faenas del campo o cuidar a sus hermanos más pequeños.



Por otra parte, aun cuando la matrícula escolar sea gratuita, el costo de la ropa, los zapatos y los libros de texto suele representar también un impedimento prohibitivo para las familias pobres. Otra traba es el temor, a menudo justificado, de que las niñas sean objeto de acoso sexual durante los largos trayectos a la escuela, o incluso en el recinto de ésta por parte de alumnos de más edad o de los propios maestros.



En algunas sociedades también representa un obstáculo la idea de que la educación de la niñas tiene escaso valor porque todo lo que se espera de ellas es que se casen y permanezcan en el estrecho círculo del hogar familiar. No obstante, muchas familias enviarían más a las niñas a la escuela si se redujeran los costos y mejorase la calidad de la enseñanza.



Se ha comprobado que los progresos van de par con la contratación de maestras allí donde sólo son una minoría, y también con la formación de los docentes para que tengan actitudes positivas con respecto al potencial de las niñas. En Bangladesh, el gobierno reserva a las mujeres el 60% de los puestos de maestros de primaria.



En muchas regiones de Asia y África amenazadas por la pobreza hay una serie de medidas que, cuando se adoptan, influyen positiva y directamente en la frecuentación de la escuela y el aprendizaje de las niñas: la separación de los servicios higiénicos, el agua potable sana, los comedores escolares gratuitos y la existencia de escuelas pequeñas cerca del domicilio familiar.



También es importante que en los planes de estudios se pongan en tela de juicio los tópicos sobre el género de vida y las responsabilidades de las niñas, y que se prevea impartirles enseñanza sobre cuestiones salud, nutrición e higiene, así como sobre el contexto local.



El mensaje es claro: la educación es sinónimo de emancipación. Las mujeres, que representan las dos terceras partes de los 860 millones de adultos analfabetos del mundo, están aprendiendo a leer y escribir gracias a programas que les permiten también adquirir conocimientos sobre cuestiones tan variadas como la gestión de créditos, el mantenimiento de bombas hidráulicas y el tratamiento de cuestiones como la salud o la violencia, que tanta influencia directa tienen en su vida cotidiana. La confianza que cobran así en sus capacidades las está convirtiendo en las más firmes defensoras del derecho de sus hijas a la educación.



Invertir en la educación de la niñas es una estrategia beneficiosa para todos. Es preciso llevar a cabo una doble acción simultánea: fomentar la autonomía de la mujer y explorar todos los medios posibles para abrir a las niñas las puertas del aprendizaje. Acelerar los progresos en esta dirección no sólo exige imaginación creativa, sino también un compromiso firme de los gobiernos y la comunidad internacional para dar prioridad a las niñas.



Invirtiendo la tendencia de los últimos diez años a una disminución de la ayuda al desarrollo, las naciones industrializadas se han comprometido a incrementar su asistencia a algunos de los países más pobres del planeta que están ejecutando ambiciosos planes de reforma de la educación.



En el contexto de una iniciativa de vasto alcance, trece organismos de las Naciones Unidas están aunando sus esfuerzos para ayudar a los gobiernos de los países más necesitados a que hagan rápidamente extensiva a las niñas una enseñanza de calidad.



Entre 2.500 y 5.660 millones de dólares anuales se cifra el costo anual de la ayuda exterior necesaria para lograr la universalización de la enseñanza primaria de aquí al año 2015. No obstante, no conviene llamarse a engaño: también va a ser necesario incrementar muy sustancialmente el gasto interno en educación. Invertir en educación es invertir en la seguridad humana, en un mundo que dedica cada año 800.000 millones de dólares a los gastos militares.



Los Objetivos de Desarrollo para el Milenio no se alcanzarán sin el acceso de las niñas a la educación. Negar a las niñas su derecho a aprender es pura y simplemente privar a las generaciones venideras de un futuro mejor. En el siglo XXI es pura y simplemente inaceptable.

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