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Rosa Montero: «Estamos muy menesterosos de la mirada del otro»

La autora española está en Chile por pocos días para presentar su última novela, Historia del rey transparente , que se ambienta en el siglo XII y que le tomó cerca de ocho años escribir. Antisexista, asegura que las historias con personajes femeninos deberían ser tan universales como las que protagonizan los hombres.


Se dice de ella que transitó del periodismo a la literatura, como han hecho muchos autores. La verdad es que su viaje fue inverso: entre los cinco y los nueve años, encerrada en casa con tuberculosis, Rosa Montero escribió sus primeros cuentos. Unos cuentos horribles, según ella misma se ha encargado de aclarar, con ratoncitos y animales parlantes, llenos de faltas de ortografía. Pero más allá de la calidad de los textos, le sirvió para descubrir el placer creador de la fantasía. Desde entonces no paró más.



Ha publicado diez novelas, incluyendo su última creación Historia del rey transparente, que viene a presentar a Chile. Desde su primera ficción, Crónica del desamor (1979) se le reconoció como una autora con lenguaje propio, y con un estilo desenfadado que consolidaría en sus siguientes creaciones. Su libro reciente, sin embargo, ha representado un desafío especial para la escritora española, puesto que sus más de 500 páginas están escritas en presente continuo, es decir, como la vivencia perpetua del ahora. El resultado de ese desafío formal es un relato vívido, rápido, lleno de imágenes, con una voz en primera persona que puede ser compartida desde su intimidad.



En la historia de Leola, una campesina del siglo XII que decide vestirse de caballero y aprender a luchar para protegerse de la violencia imperante. Se trata de un relato en el que se entrelazan las luchas caballerescas, los personajes populares, los trovadores, las hechiceras y los mitos, junto con la enigmática historia -siempre inconclusa- del misterioso Rey Transparente, que sólo se devela al final.



A pesar de la cantidad de documentación histórica que Rosa Montero consultó -durante ocho años- para hacer esta novela-, asegura que no se trata de una ‘novela histórica’, propiamente tal, un género al que ella misma no es asidua. "Me encanta la historia, pero me encanta en libros de historia -asegura-; creo que la novela es para otra cosa. No es para aprender lo que sucedió en la época de Bonaparte, sino para aprender qué sucede al interior de nuestros corazones, para intentar poner un poco de luz en las tinieblas de la existencia. La historia del rey transparente está bien documentado y tiene una recreación del siglo XII, con su cotidianeidad, de una manera casi carnal, pero mi ambición no ha sido contar cómo era la vida en el siglo XII, sino cómo es nuestra vida, cómo es el mundo."



-¿Fue un telón de fondo?
-Es que ni siquiera lo elegí. Uno no escoge las historias, las historias te escogen a ti.



¿Te surgen con un tiempo?
-Totalmente. Son como sueños diurnos. El escritor sueña sus historias con los ojos abiertos; esas historias nacen además de cosas que pueden ser muy pequeñas -y que yo llamo ‘el huevecillo’-: una imagen, alguien que ves pasar por la calle, una frase. Eso te obsesiona y te obliga a escribir. Pero no es que lo busques, es que aparece, lo mismo que aparecen las imágenes de los sueños en la noche.



Hace diez años me dio una temporada de pasión lectora por los libros de historia de la época medieval, y creo que porque estaba sumergida en ese hábitat mental es que se me apareció la historia fechada en esa época. El huevecillo fue la imagen de unos campesinos arando el campo, sin animales, con un esfuerzo terrible, y en el campo del lado, centenares de caballeros destrozándose en una de estas batallas de los hombres de hierro. Esa imagen fue poderosísima, y fue el origen. Pero en ningún momento escogí hacer una novela sobre el siglo XII. Se me impuso.



-Tu novela tiene esto que tú llamas el ‘presente continuo’, que es narrar constantemente en el ahora, y que es precisamente lo que hace tan vívida tu historia. ¿Fue muy complicado?
-Complicadísimo. Haber hecho ese presente continuo durante 536 páginas es tremendo. Además, en esas páginas pasan 25 años de la protagonista. Hacer ese tránsito con presente continuo es dificilícimo. Lo primero que se me ocurre de una novela es el huevecillo, como te digo, pero lo segundo es cómo suena. Eso implica cuál va a ser la voz narrativa, si va a tener diálogos y desde qué lugar del mundo va a estar contado esto. Se me ocurrió en seguida esa voz vertiginosa y sobre el acto. Cuando empecé tenía mis dudas sobre si iba a ser capaz de hacerlo. Es una de las cosas que más orgullosa me tiene. La otra, es que siendo la novela más ambiciosa y compleja que he hecho, esa complejidad no se nota. Llegar a esa simplicidad es un logro muy difícil.



-Resulta una metáfora poderosa que la protagonista quiera insertarse en un mundo masculino y que luego vuelva a su mundo femenino. Hay una reflexión importante sobre la femineidad en eso.
-Pues no sólo sobre la femineidad, que también. Pero cuanta más reflexión consciente pongas en la novela, peor sale, porque el autor maduro debe tener la modestia de dejarse contar la historia por sus personajes. Sin duda hay una metáfora sobre el papel de la mujer. Ella, para protegerse, se viste de hombre, y uno puede decir que incluso la mujer de hoy tiene que seguir siendo muy ‘hombrecito’ para poder competir en el exterior. Pero hay otra visión, que creo que es más honda, y es la aventura de la existencia, del aprendizaje para vivir con profundidad, dignidad y libertad su vida.



El tránsito de Leola es algo esencial en la existencia de todos, hombres o mujeres: la lucha por encontrar tu lugar en el mundo, por conocerte, por asumirte. Creo que Leola llega a un conocimiento de sí misma, a un entendimiento de la existencia, y de los agujeros de la existencia, que yo no he llegado. A mí ella me enseña.



-A propósito de esto mismo, alguna vez dijiste que cuando hay un protagonista femenino, se convierte en una historia de mujeres; en cambio, si hay un protagonista masculino, es una historia del género humano. ¿Crees que eso está cambiando?
-Sí. Está cambiando muchísimo. Con esta novela, que he hecho tanta promoción, hay un montón de hombres que se me han acercado para decirme que les ha gustado mucho y que se han sentido identificados. En la medida en que se rompe el sexismo, los hombres se pueden identificar con las protagonistas, de la misma manera en que nosotras nos hemos identificado por siglos con los protagonistas masculinos.



-Más de una vez te has declarado y te han declarado feminista. ¿Cómo entiendes tú este feminismo? ¿Como el doble opuesto del machismo o como una demanda por igualdad entre géneros?
-Me declaro feminista, y sigo asumiendo la palabra, porque es hermosa, histórica. Pero es vedad que es equívoca, porque parece que es lo contrario del machismo, semánticamente. Para usar un término más preciso, me defino como ‘antisexista’. Lo que creo es que el sexismo nos encadena a todos, y a las mujeres doblemente. Además, para mí es una obviedad ser antisexista, así como es una obviedad ser antirracista. No concibo que una persona normal, mínimamente instruida, no sea antisexista. Me parece una posición esencial en la vida.



Dices que "escribir es un trabajo muy neurótico (. . .) nunca llegas a tener la confirmación plena de que lo que haces sirve para algo. Eso es muy inquietante". ¿Hay una inseguridad secreta en el oficio de escribir?
-Creo que es secreta, pública y hasta clamorosa (risas). La verdad es que somos muy neuróticos y estamos muy menesterosos de la mirada del otro y del acuerdo del otro. Una de las cosas por las que somos así es la falta de reglas objetivas para juzgar lo que hacemos. Te encierras en una esquina de tu casa, en completa soledad, durante mucho tiempo, y dedicas un esfuerzo y un tiempo enormes a inventar mentiras. Te preguntas todo el rato si eso tiene sentido.



Un ingeniero hace un puente, pero ¿qué es un novelista? Si escribes un cuento, le tiene que servir a alguien. No hay nada -ni la cantidad de lectores, ni el éxito, ni los premios, ni las críticas- que asegure cómo te va a ver la posteridad. Nada asegura que estás haciéndolo bien, o que lo que haces sirve para algo. Además, durante el tiempo que escribes la novela vives en un mundo imaginario, un delirio, y cuando lo terminas, necesitas que lo lean y que los demás lo compartan, porque si no, sería el delirio de un loco. Eso te junta con el mundo.



-¿Te sientes transitando permanentemente transitando entre el delirio y la realidad?
-No. Es que en tanto publicas y te leen, lo sientes como un privilegio. Es maravilloso poder vivir esos otros mundos, porque la vida de cada cual es una vida muy pequeña.

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