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Nueva Cumbre de las Américas parte con serias incertidumbres sobre su futuro

Esta semana se realizará en el balneario argentino de Mar del Plata una nueva versión de la Cumbre de las Américas, cuyo objetivo es buscar vías posibles para un "Plan de Acción" que, desde su inicio, ha estado estancado. Ya deberían haber concluido las negociaciones para el ALCA, sin embargo, las dificultades hacen suponer que el acuerdo está muerto antes de su partida.


La pregunta más frecuente en estos días es ¿para qué sirven las Cumbres de las Américas? Que cada cierto tiempo se celebran bajo las más severas medidas de seguridad y a un costo millonario en distintos puntos del territorio continental americano.



Es una interrogante que no tiene respuesta o, si la tiene, se manifiesta con argumentos que no convencen a nadie. Cuando surgió la idea de estos encuentros masivos -en la ciudad de Miami, en 1994, impulsada por George Bush senior-, un poco para parar la intromisión europea con las Cumbres Iberoamericanas, la mayoría de los presidentes latinoamericanos de la época quedaron deslumbrados tras conocer la maravillosa promesa del ALCA (Acuerdo de Libre Comercio de las Américas).



Pero al pasar los años fue quedando más claro que el agua que el que parecía "un nuevo sueño americano" podía convertirse en una nueva forma de intervencionismo estadounidense, basado en la ya vieja política de América para los americanos. En otras palabras, podía ser una continuación del sistema interamericano con un nombre más sofisticado y muy apegado al concepto de mundo globalizado: Todos para uno, uno para todos, fuertemente vinculados, pero con una base central de control común que seguiría siendo Washington.



Esta semana se realizará en el balneario argentino de Mar del Plata una nueva versión de estas Cumbres de las Américas, cuyo objetivo es buscar vías posibles para seguir trabajando en un "Plan de Acción" que, desde su inicio, ha estado estancado. Este año, el 2005, deberían haber concluido las negociaciones para el ALCA como "compromiso comercial único". Sin embargo, éstas, que en la práctica apenas comienzan, se enfrentan con tantas dificultades que hacen suponer que el compromiso de un acuerdo comercial, aceptado con euforia por 34 mandatarios hace 11 años, está muerto antes de su partida.



La misma euforia de 1994 continuó con menor fuerza en 1998, durante la Segunda Cumbre de las Américas, celebrada en Santiago de Chile, que encabezó Bill Clinton como Presidente de Estados Unidos. En toneladas y toneladas de papel se redactaron y luego difundieron los documentos claves para el futuro de Estados Unidos y de América: La Declaración de Santiago, con un respectivo Plan de Acción. Para qué decir lo que fue el tercer encuentro celebrado en Nuevo León, México, en enero de 2004, cuando George Bush tuvo que ceder en sus demandas a favor de Brasil, para evitar un mayor deterioro en las relaciones entre su gobierno y los países latinoamericanos. Una de estas propuestas era una cláusula de exclusión del proceso de cumbres a los países corruptos. El diario The New York Times llegó a comentar que se habían acabado los tiempos de la docilidad de América Latina hacia las demandas de Washington.



Entre los puntos claves de madurez en las relaciones con Estados Unidos, y que requieren una aún mayor profundización, se mencionan el fortalecimiento de la democracia, el diálogo político, la estabilidad económica, el progreso hacia la justicia social, el grado de coincidencia en las políticas de apertura comercial, el desarrollo con equidad, el fomento de la educación y la voluntad de impulsar un proceso de integración hemisférica permanente.



Si hacemos una retrospectiva, concluimos que ninguna de las buenas intenciones de los presidentes, en 1998, se han cumplido o están en proceso de cumplimiento hasta la fecha. Si bien llevamos ya unas dos décadas de gobiernos democráticos, los países latinoamericanos se ven enfrentados a una creciente crisis social, con altos niveles de pobreza (222 millones de personas ó 42,6 por ciento de la población latinoamericana), profunda desigualdad y un aumento constante de la insatisfacción ciudadana que, en algunos casos, ha derivado en situaciones desestabilizadoras, como ha ocurrido en Ecuador y Bolivia.



La crisis económica ha sido un común denominador que en un momento se extendió como una epidemia, desde Argentina, a gran parte de América del Sur, dejando secuelas que la sociedad argentina aún no puede superar.



Lentamente, la región comenzó otra vez a levantarse, pero esto no significa que el descontento no siga latente. Las raíces democráticas no son profundas, porque la gobernabilidad requiere de factores esenciales que, en algunos países no existen, o en otros son muy débiles, como son la libertad de expresión, el pluralismo informativo, el derecho de la gente a recibir información, la protección de los derechos humanos, la eliminación de la impunidad, la existencia de un Poder Judicial independiente y vigoroso. Aparte de esto, todavía hay grupos tradicionales que están excluidos sin poder tener acceso al poder a través de canales formales, manifestando sus frustraciones por vías alternativas que, finalmente, derivan en la violencia. Es lo que denominamos la "rebelión de los marginados", que es un capítulo aún no escrito ni lo suficientemente estudiado en este peculiar desarrollo latinoamericano.



A todas estas deficiencias democráticas se suma en contra de George W. Bush el surgimiento de una nueva izquierda en América Latina, moderada, de centro, sin tendencias extremas, que defiende la vía democrática, que ya no es obediente a ningún dictado externo, como lo fueron muchos gobiernos de la región en el siglo pasado, especialmente frente a Washington, y que busca cambios en la sociedad con desarrollo económico y equidad. En este contexto, hablamos, entre otros, de líderes como Ricardo Lagos en Chile, Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, Tabaré Vásquez en Uruguay o Nestor Kirchner en Argentina. Esta nueva izquierda, que vivió y sufrió las dictaduras militares, es hoy conciente de los problemas socioeconómicos que plantean, tanto la globalización, como el neo liberalismo, de los cuales no es posible desprenderse al menos por ahora.



Así, en torno al ALCA, cuyo futuro como mercado de 755 millones de habitantes, o casi 13 por ciento de la población mundial, es cada vez más incierto, giran una serie de interrogantes aún sin respuestas, como, por ejemplo, si Estados Unidos estaría dispuesto a abrir su mercado a productos latinoamericanos de mayor competitividad (agrícolas y textiles), o ¿qué pasará con la integración regional? ¿Será limitada u obstaculizada?, o ¿se obstruirán los esfuerzos para la ampliación de la demanda interna de los países; o ¿qué pasará con los subsidios agrícolas que concede el gobierno estadounidense a sus agricultores?, o ¿qué ocurrirá con los derechos laborales?, o ¿aumentará el desempleo?



En el cuadro actual y con tanta incertidumbre, el ALCA ya no tiene cabida y menos con George W. Bush, un presidente debilitado, tanto en el frente interno como en el externo. En Mar del Plata, su figura no concentrará las miradas esta semana o, por lo menos, no tanto como lo será la presencia del presidente venezolano Hugo Chávez, quien ya anunció que su propuesta será "el ALCA al carajo".



Al mismo tiempo, el controvertido mandatario dará a conocer una contrapropuesta, bautizada como Alternativa Bolivariana de la América (ALBA) que, con el apoyo de Cuba, persigue el amanecer de los pueblos, la integración de la vida y "no el infierno del capitalismo".


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