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Irlanda decide en referéndum el futuro de la UE

En una jornada que será ansiosamente seguida en toda la Unión Europea (UE), la República de Irlanda decidirá si ratifica un tratado de reforma que pretende sustituir a la fallida Constitución rechazada en 2005.


La razón para el nerviosismo europeo es que los 27 estados miembros tienen que aprobar el tratado para que pueda entrar en vigor, y sólo Irlanda se arriesgó en esta ocasión a dejar la decisión en manos de la población.



Hace tres años, el rotundo No de los referendos de Francia y Holanda acalló los temores de aquellos que no desean más transferencia de poder de los países miembros a las instituciones europeas y los que se oponen a la idea de un «superestado».



Pero a finales del año pasado, en una reunión en Lisboa, los líderes de la UE firmaron en la capital portuguesa un nuevo tratado con el que pusieron fin a siete años de negociaciones para, según dijeron, mejorar el desempeño institucional de ese grupo de países y fortalecer su posición en el mundo.



Como señala el corresponsal de la BBC en Dublín, Jonny Dymond, si Irlanda la rechaza, la UE se hundirá en una crisis, y hasta que no se cuenten los votos de esta consulta popular continuará el suspenso pues las encuestas de opinión sólo han revelado que la diferencia es demasiado cerrada para predecir el resultado.



Clásica burocracia vs. vida cotidiana



Lo curioso es que la campaña por el Sí cuenta con el apoyo de los tres principales partidos políticos, los sindicatos, organizaciones empresariales y hasta los renuentes agricultores, lo que a primera vista debía garantizarles la victoria.



Además, Irlanda es uno de los países más entusiastas de la Unión.
No obstante, la cantidad de gente con intensión de votar en contra del tratado no es despreciable.



Una de las razones del éxito del No es evidente al recorrer las calles: en cada poste de luz hay al menos dos, y a veces hasta cuatro, carteles.



Mientras un mensaje es «Sí, hagamos una Europa mejor», en los otros se lee: «Mantenga a Irlanda fuerte. Vote No», o «Le costará. Más impuestos, menos poder».



Quienes abogan a favor del tratado, se lamentan de que el mensaje que pueden ofrecer no es muy emocionante y es algo complicado: el documento es una obra maestra de la burocracia más clásica.



En contraste, los argumentos de quienes se oponen son claros y hacen eco de preocupaciones presentes en la vida cotidiana de los votantes: su economía, sus derechos, su neutralidad y su peso en la unión.



El futuro en sus manos



Y es ese problema que se han ahorrado los otros 26 miembros de la UE, que decidieron mantener el proceso de aprobación en manos de sus poderes Ejecutivos y Legislativos.



Pero eso significa que un futuro con un presidente comunitario de tiempo completo y una política exterior en manos de un sólo jefe, que es parte de lo que intenta imponer el tratado, depende de la disposición del 1% del total de la población de la unión.
Un hecho que al dirigente de uno de los principales grupos opositores al tratado, Libertas, no ignora.



«En toda Europa, las encuestas muestran que el 70% o más de los ciudadanos quieren un referendo sobre este tema, pero la élite en Bruselas y los líderes no lo permiten para evitarse la inconveniencia de un debate», dice Declan Ganley.



«Es terrible que de 500 millones de personas sólo nos dejen votar a nosotros. Ya habíamos dicho No y ahora están insistiendo… ¿quién está dirigiendo todo esto y para quién?».


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