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Familias palestinas luchan con videocámaras contra la impunidad

El proyecto nació en enero de 2007 de la «frustración» que genera la dificultad de obtener pruebas de violaciones de derechos humanos en los territorios palestinos que presentar luego ante los tribunales israelíes. Las víctimas de las vejaciones dicen que los colonos judíos y las fuerzas de seguridad están siendo observadas desde la mirada de los palestinos, lo cual los hace saber que sus actos serán difundidos por los medios de comunicación.


Consciente de que una imagen vale más que mil palabras, una ONG israelí repartió un centenar de videocámaras entre familias palestinas para que dejen constancia visual de las humillaciones y agresiones que sufren a diario.



El proyecto dio sus frutos recientemente, cuando una joven del sur de Cisjordania grabó cómo cuatro habitantes del cercano asentamiento judío de Sussya daban una brutal paliza con bates a sus ancianos tíos.



Entregadas a los medios de comunicación por la ONG, de nombre Btselem, las imágenes cayeron como un mazazo entre una sociedad, la israelí, que «ignora ampliamente lo que sucede en los territorios palestinos», explica el responsable de su edición, Michael Yagupsky.



El proyecto nació en enero de 2007 de la «frustración» que genera la dificultad de obtener pruebas de violaciones de derechos humanos en los territorios palestinos que presentar luego ante los tribunales israelíes, precisa.



En las cortes de este país, obtener una condena con versiones orales contradictorias de un acusado israelí y un demandante palestino, es casi una quimera, como prueba un reciente informe de la ONG israelí Yesh Din (Hay Justicia).



Por ello, Btselem optó por entregar pequeñas cámaras de vídeo, fáciles de utilizar y de transportar, a familias palestinas que viven cerca de asentamientos, bases militares o lugares escenario frecuente de operaciones del Ejército israelí.



«Antes ni siquiera me molestaba en presentar una querella. Ahora, con el vídeo, lo hago, aunque la Policía trate de rechazarla o me tenga tres horas esperando en comisaría a ver si me aburro y la retiro», explica Bassam Jaabare, zapatero palestino en la ciudad cisjordana de Hebrón.



A diferencia de otros países, en Israel los vídeos son admitidos como prueba por los jueces.



Casi todas las cámaras han sido repartidas en Cisjordania.



En Gaza, sometida a un férreo bloqueo israelí desde que Hamás tomó el control por la fuerza en junio de 2007, las videocámaras se cuentan con los dedos de la mano.



Además de la dificultad para introducirlas, no hay colonos en la franja desde 2005 y tratar de grabar una incursión militar israelí o acercarse a la ultraprotegida valla que separa ambos territorios supone jugarse la vida.



El punto más caliente y donde ha sido distribuida una veintena de videocámaras es la ciudad cisjordana de Hebrón, hogar de 170.000 palestinos y de quinientos colonos judíos fundamentalistas protegidos por otros tantos soldados israelíes.



Allí, Btselem entregó su primera cámara, a la familia Abu Aisha, que sufre desde hace años las vejaciones de sus vecinos colonos con la cómplice inacción de la Policía y el Ejército israelíes.



Fue precisamente una famosa grabación, en la que, junto a un soldado impasible, una colona llamaba repetidamente «sharmuta» (puta, en árabe) a la madre de la familia, la que quitó la venda de los ojos a muchos israelíes sobre lo que pasaba a pocos kilómetros de su país.



«Tratamos de mostrar que las grabaciones no representan casos aislados, sino una rutina» y de disuadir a los atacantes, que saben ahora que sus actos serán difundidos a los medios de comunicación, subraya Yagupsky en la sede central de Btselem, en Jerusalén.



«Al menos, los colonos y soldados saben ahora que son observados. Muchos colonos se van cuando ven la cámara», apunta Issa Amro, uno de los dos coordinadores del proyecto en Hebrón.



La adolescente palestina Diaa Yabari cuenta, por ejemplo, que grabó «ostensiblemente» a su padre hace unos meses cuando fue arrestado en esta localidad, precisamente «para protegerle de la violencia policial».



Las cámaras son también «una herramienta de resistencia no violenta», pues «cambian la mentalidad» sobre la respuesta a un abuso, argumenta Yagupsky: «En vez de piedras cogen las cámaras».



Por último, el experimento «fuerza a los israelíes a ver la escena desde la perspectiva, no del periodista, sino del palestino, a hacer un ejercicio de identificación con quien generalmente perciben como enemigo o sospechoso», añade.



El proyecto, sin embargo, tiene sus límites.



Para empezar, las grabaciones sólo representan «una pequeña fracción» de los abusos y humillaciones y, además, con el tiempo, pueden acarrear represalias sin testigos incómodos, reconoce Yagupsky.



Además, los dos sospechosos de la citada agresión de Susia que fueron arrestados inicialmente ya se encuentran en libertad, mientras que los palestinos cisjordanos pueden pasar años en prisión sin saber de qué se les acusa.



EFE

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