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Afganistán y los problemas de origen

Barack Obama pronunciará un discurso el 4 de junio en Egipto abordando principalmente las relaciones de EE.UU. con el mundo islámico. Por cierto, el problema con el mundo islámico ya había sido detectado por Obama como un tema a solucionar en cuanto a una meta política y no como un objetivo encapsulado en el devenir de una confrontación bélica.


La muerte de más de cien civiles en una aldea en Afganistán a causa de un bombardeo en la lucha anti Talibán  se anuncia en varios medios como un «severo revés de Barack Obama».

Desde el arranque, por la sonoridad del mensaje la frase «revés de Obama» refleja la percepción equivocada sobre Afganistán como problema político.

El verdadero revés de EE.UU. es todavía la imposibilidad de resolver el meollo en su origen.  Y este es el que EE.UU. infringió al penetrar políticamente el tejido de la estructura de poder del complejo mundo tribal afgano, y por extensión pakistaní, en la zona de la frontera, para terminar con la ocupación soviética que comenzó en 1979. El eje de esta penetración fueron las escuelas islámicas y las bases del fundamentalismo religioso orgánico que se expresa hoy en diversas formas, una de ellas popularizada como talibanes.

Este fenómeno se detectó en 1983, cuando las diferentes facciones políticas afganas luchando contra la invasión soviética comandaban desde India la resistencia a la invasión. Ya había preocupación de los efectos a largo plazo de la intervención estadounidense en la expulsión del ejército soviético. Diversos líderes afganos discutían en el exilio el costo político y el legado de la liberación a manos de una nueva «ocupación».

El dato clave es que el gobierno afgano solicitó el apoyo militar soviético para contener la rebelión del fundamentalismo islámico que ya se agrupaba en torno a la infiltración de la CIA y  otros servicios de inteligencia occidentales.

Por otra parte, Afganistán es un territorio que ha estado permanentemente ligado a los países del Asia Central y que ha formado parte del área de influencia  de la Rusia zarista y de la ex Unión Soviética.

Así como EE.UU. tiene a América del Norte y América Central como su zona «natural» de influencia, lo mismo sucede con los países del Asia Central respecto a Rusia. La ex URSS invade Afganistán en la navidad de 1979 cuando se anticipa a un golpe de Estado preparado por EE.UU. para evitar que el gobierno marxista de la época se consolidase.

El asesor de Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski, tiene su propia historia. Este cuenta en una entrevista en el Nouvel Observateur (1998) que EE.UU. empujó la invasión soviética a Afganistán para que tuviera su propio Vietnam.  Los guerrilleros mujahideen fueron financiados por EE.UU. a través de operaciones de la CIA  a partir de la creciente gravitación del PDPA (Partido democrático marxista de Afganistán), un partido marxista,  en la década de los años 70.

La ruta del marxismo en Afganistán es peculiar. El rey Mohammed Zahir Shah gobernó desde 1933 a 1973 bajo un régimen dictatorial y represivo manteniendo el sentido básico de dividir para reinar. El tipo de feudalismo – desde la perspectiva occidental- que se le atribuye a la sociedad afgana, proviene de este reinado que en efecto se mantuvo mientras el resto de los países vecinos se modernizaba también a la occidental.

Durante este periodo de más  de cuatro décadas, en la estructura militar, más expuesta a esa modernización por el simple hecho de estar ligada a la industria del armamento, empieza a crecer un fuerte movimiento de ruptura con la monarquía, de cierta forma en consonancia con el proceso que llevó a la caída del régimen del Shah de Irán (1979).  Zahir Shah cae en 1973 a manos de su ex primer ministro, Mohammad Daoud, con el apoyo del ejército en un golpe de estado sorpresivamente seco.

El movimiento de ruptura con un régimen excesivamente clasista, deriva en una orientación marxista a través de la expansión del PDPA.

La oposición de las facciones del PDPA conducen a una fuerte represión del régimen semi dictatorial de Daoud hasta provocar la muerte de un líder clave del PDPA como  Mir Akbar Khyber (1978), lo que generó protestas y más represión contra el PPDA. Akbar  Kyber pertenece con Babrak  Karmal a una brillante generación de intelectuales marxistas afganos de una categoría superior. Entonces, Afganistán vivía una situación completamente diversa en lo político y en lo social al oscurantismo de la actualidad, con una elite de clase media altamente sofisticada disputándose el poder como en cualquier nación en transformación hacia la modernidad. Las mujeres circulaban sin el velo impuesto por las leyes más ortodoxas del sistema islámico, y se vivía un clima de intensa discusión política.

El 27 de Abril de 1978, el ejército que en general apoyaba al PDPA, orquesta un golpe, ejecuta a Daoud y asume Nur Muhammad Taraki líder del PDPA, estableciendo la república democrática de Afganistán con una clara tendencia pro soviética. Afganistán se transforma en una nación «paria» con un gobierno marxista en una región marcadamente anticomunista y un enclave crítico de la Guerra Fría.

Estacionar la profundidad del problema en la inmediatez de la contingencia bélica de reducir o erradicar  la capacidad armada de los talibanes, refleja que la expectativa de la solución política está muy distante de la actual realidad. Aparece como que el objetivo es contener un movimiento tipificado como de terrorista y religioso, mientras se continúa colocando en el último rincón del disco duro al núcleo político del problema.

Es curiosa la situación en Afganistán. Si hay un problema que se origina en una base política y que es diametralmente opuesta a lo que pudiera desprenderse de la lucha más convencional contra el terrorismo de Al Queda, es precisamente el problema de Afganistán. Algo que es político en su origen, ocupa casi exclusivamente el espacio de la situación militar.

Aunque en la nueva administración en EE.UU., hay más que un atisbo de abordar  Afganistán por la doble vía: militar y política.

Según informa la oficina de prensa de la Casa Blanca, Barack Obama pronunciará un discurso el 4 de junio  en Egipto abordando principalmente las relaciones de EE.UU. con el mundo islámico. Por cierto, el problema con el mundo islámico ya había sido detectado por Obama como un tema a solucionar en cuanto a una meta política y no como un objetivo encapsulado en el devenir de una confrontación bélica.

Filosofar sobre el historicismo del problema puede resultar inoficioso a la hora de considerar que en 2009, después de tres décadas de intensa penetración extranjera, Afganistán retrocedió políticamente y avanzó en su descomposición  como nación por la vía de la confrontación bélica, arrastrando a una parte de Pakistán en el fenómeno.

A partir de esta penetración se ha producido la destrucción de la dinámica propia de la política interna en Afganistán, afectando así la reconstrucción de  su tejido político, tarea que hoy aparece como imposible.

 

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