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México y la «gran tragedia» que no fue

¿Por qué las autoridades de Santa María Tlahuitoltepec afirmaron que la tragedia era mucho mayor de lo que realmente fue?, ¿por qué el gobernador de Oaxaca no puso bajo cuestión las cifras que le reportaron desde el pueblo?, ¿cómo no se pudo hacer un cálculo más exacto de la magnitud de la tragedia, en un zona que está acostumbrada a fuertes lluvias y aludes? Esas son las preguntas que se está haciendo México un día después de la «gran tragedia» que -por suerte- nunca ocurrió.


El martes 28 de septiembre podría haber sido uno de los días más trágicos en la historia de México: el país se despertó con la noticia de que un deslave en un pueblo remoto en el estado de Oaxaca había enterrado cientos de casas y ocasionado «hasta mil» muertos.

Todo empezó en la madrugada, cuando funcionarios estatales de Oaxaca, en el sur del país, informaron que las autoridades del poblado de Santa María Tlahuitoltepec, de 8.900 habitantes, les habían avisado que un deslave causado por las fuertes lluvias de los últimos días había sepultado toda una sección del poblado durante la noche.

El gobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz, fue quien confirmó, en una entrevista con uno de los programas de noticias más vistos de la mañana de la televisión mexicana, que la tragedia podía ser enorme.

«Cuatrocientos, quinientos, hasta mil», respondió Ruiz ante la insistencia del presentador sobre el posible número de víctimas que podría haber dejado el deslave. Esas declaraciones -que en pocos minutos, estaban dando la vuelta al mundo- despertaron la alerta del gobierno, los medios de comunicación, y del pueblo mexicano.

Frenesí

El gobierno nacional y estatal lanzaron un operativo de rescate de enorme magnitud, enviando aviones desde Ciudad de México hacia Oaxaca con equipos de rescatistas, mientras que altos funcionarios -desde el gobernador Ruiz al Secretario de Gobernación Federal, Francisco Blake Mora- empezaron a dirigirse a la zona del alud.

El presidente Felipe Calderón, en su cuenta de Twitter, expresaba su preocupación.

«Hay un muy lamentable derrumbe en Oaxaca. Hay decenas de desaparecidos», escribió el mandatario.

Por su parte, los medios de comunicación empezamos la frenética búsqueda de formas de llegar al lugar -que las lluvias mismas habían dejado incomunicado-, aprendimos a pronunciar el nombre del pueblo, su cultura indígena Mixe e intentamos contarle al mundo lo que estaba pasando -o, mejor, lo que se decía estaba pasando- en Santa Maria Tlahuitoltepec.

En una conversación con BBC Mundo usando la única línea telefónica que funcionaba en el pueblo, el secretario municipal de Santa Maria Tlauiltoltepec, Cipriano Gómez, describía una escena dantesca.

«No hay electricidad, sigue lloviendo», afirmó, asegurando que eran cientos de casas sepultadas bajo el cerro desgajado y que se había decidido evacuar todo el pueblo a tierras más altas para escapar de otros posibles aludes.

En la capital mexicana se empezaron a organizar operativos de ayuda humanitaria para el pueblo y se designaron centros de recolección de contribuciones voluntarias.

«Es la tragedia más grande del país desde el terremoto de 1985», decían algunos presentadores de televisión con cara adusta, mientras que gobiernos extranjeros empezaban a expresar sus condolencias al pueblo mexicano por la situación.

Cambio

Pero al filo de las seis de la tarde, la marea de información que llegaba desde Oaxaca empezó a cambiar de dirección.

Primero por Twitter y luego en declaraciones desde el avión en el que sobrevolaba la zona, Calderón dijo que según los primeros rescatistas que, tras 10 horas, habían llegado al lugar, el deslave dejó «serios daños, pero quizá no de la magnitud estimada inicialmente».

Poco después era el gobernador Ruiz quien empezaba a desmentir sus propias estimaciones de la mañana.

«El número (de casas sepultadas) disminuye sustancialmente, yo espero que no sea lo que se había dicho en los anteriores cortes», dijo Ruiz en declaraciones radiales.

Un par de horas más tarde, el gobierno federal hizo público el balance oficial de la tragedia. No hay ningún muerto confirmado, aunque 11 personas permanecen desaparecidas y las casas sepultadas son sólo unas pocas.

México respiró aliviado; más allá de las lamentables desapariciones -que incluyen a ocho niños-, el escenario catastrófico y generalizado que se había planteado durante el día no era real.

Lo que sí dejó el deslave fueron muchas preguntas.

¿Por qué las autoridades de Santa María Tlahuitoltepec afirmaron que la tragedia era mucho mayor de lo que realmente fue?, ¿por qué el gobernador de Oaxaca no puso bajo cuestión las cifras que le reportaron desde el pueblo?, ¿cómo no se pudo hacer un cálculo más exacto de la magnitud de la tragedia, en un zona que está acostumbrada a fuertes lluvias y aludes? Esas son las preguntas que se está haciendo México un día después de la «gran tragedia» que -por suerte- nunca ocurrió.

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