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Gana Humala, el ex militar formado en el antichilenismo

Las primeras cifras oficiales comunicadas por la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE) confirmaron el triunfo del candidato de Gana Perú con el 50,087% contra el 49,913 de Keiko Fujimori. El ahora presidente electo saca cuentas alegres tras haber dedicado gran parte de su campaña a disipar los miedos de quienes han visto en él a un peligroso «anti-sistema» y a un acólito de Hugo Chávez que iba a tirar por la borda el excepcional crecimiento económico de su país.


El candidato nacionalista Ollanta Humala ganó las elecciones presidenciales celebradas este domingo en Perú, según las primeras cifras oficiales comunicadas por la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE).

La jefa de la ONPE, Magdalena Chú, comunicó  los resultados con un 75 % de las actas contabilizadas, que indican que Ollanta Humala obtiene 50,087 % de los votos, mientras que su rival Keiko Fujimori logra un 49,913 %.

Magdalena Chú dejó claro que faltan por llegar las cifras relativas a las zonas rurales más alejadas, donde se considera que Ollanta Humala tiene un apoyo mucho más sólido que su rival.

Asimismo, el departamento de Lima, que congrega a cerca de un cuarto de los electores del país y que ha sido contabilizado en su totalidad, también distorsiona los resultados, pues en él Keiko obtuvo un 57 % de los votos frente a un 42 % de Humala.

Esto significa que el estrechísimo margen de diferencia registrado hasta ahora se hará mayor conforme vayan conociéndose las actas de las zonas rurales.

En todo caso, Keiko Fujimori ya dio por perdidas las elecciones al abandonar el hotel donde pasó recluida gran parte de la jornada para retirarse a su casa, mientras que los simpatizantes de Ollanta Humala abarrotan una plaza del centro de Lima donde esperan desde hace horas a su líder para festejar su victoria.

Discurso moderado

Humala dice que no es de derechas ni de izquierdas, sino nacionalista. Dice que no quiere estatizar la economía, pero sí dar más poder al Estado. Y dice que no está contra las empresas extranjeras, sino a favor de las peruanas.

Humala dedicó gran parte de su campaña electoral disipando los miedos de quienes han visto en él a un peligroso «anti-sistema», a un acólito de Hugo Chávez que iba a tirar por la borda el excepcional crecimiento económico peruano.

Y  ya no es el que era en 2006, cuando se enfrentó con Alan García por la presidencia del país; ha moderado su discurso y sus gestos y ha renovado su vestuario para reemplazar su tradicional chaqueta roja por un traje azul.

No le fue tan mal en 2006, pues en la segunda vuelta obtuvo el apoyo de algo más del 47 % de los peruanos, pero lo cierto es que optó por el camino de la moderación y se trajo de Brasil a los asesores del expresidente Lula da Silva, cuyo modelo político y económico admira.

Sea o no obra de los asesores, lo cierto es que Humala ha pulido la rigidez militar que lo caracterizaba (no en vano pasó casi 25 años en los cuarteles) y ha perdido de paso el apelativo de «comandante» con el que le llamaban hasta casi anteayer sus propios allegados.

Sus enemigos políticos y el enorme aparato mediático que se puso contra él durante la campaña sostienen que es una cuestión de estrategia y que en realidad la piel de cordero no puede encubrir el lobo que se encuentra agazapado y manejado cual marioneta desde Caracas.

El «antichileno»

Parte de esa moderación tiene que ver con su discurso «antichileno» con el cual cultuvó buena parte de su popularidad. Es ese chovinismo el que ha sido reemplazado en las últimas semanas por un tono conciliador, que contrasta con el Humala de hace pocos meses que instaba a Chile a hacer un gesto y «pedir perdón»  por responsabilidad histórica «en la agresión contra el Perú» en la Guerra del Pacífico, por haber ejercido el «espionaje» y por haber vendido armas a Ecuador durante el conflicto que mantuvo enfrentados a los gobiernos de Lima y Quito.

Antes, Humala ya había acusado a Chile de llevar a cabo una carrera armamentista, y en alusión a las grandes inversiones chilenas en su país, manifestó su idea de «peruanizar el norte chileno».

«Yo quisiera comprar un pedazo de terreno del morro de Arica, lo que Chile está haciendo ahora es comprar Tacna, entonces nosotros compremos Arica y demostrémosles a los chilenos que os peruanos tenemos dignidad y la fuerza económica suficiente para comenzar a peruanizar el norte chileno», expresó en marzo de este año.

Convenciendo a todos

Si Ollanta no es en lo personal un izquierdista, se ha rodeado de toda la izquierda peruana, con las banderas clásicas del progresismo:sindicalistas, grupos pro derechos humanos, ecologistas, feministas y hasta la denostada «izquierda caviar», la que discursea contra la pobreza con una copa de champaña.

Sabiendo que tiene ganada a toda la izquierda, el nacionalista se ha preocupado de labrarse un rostro que pueda complacer también a la derecha: además de abundantes imágenes de «familia feliz» con su joven esposa Nadine y sus tres hijos, Ollanta no se ha privado ni de una fotografía con el ultraconservador Arzobispo de Lima, Juan Luis Cipriani (miembro del Opus Dei), con rosario en mano.

Ha suavizado los gestos, ha escondido el puño y las chalinas rojas, ha matizado su programa izquierdista y ha callado las palabras más combativas, pero los poderes fácticos -mediáticos, empresariales- no le han perdonado su pasado ni las dudas del presente cuando ha ido cambiando sus planes de gobierno para moderarse.

Pero el mensaje de moderación sí ha convencido, al menos en parte, a personalidades como Mario Vargas Llosa o Alejandro Toledo, que han pedido públicamente el voto por «el guerrero que todo lo mira», que es el significado del nombre incaico de Ollanta.

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