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Así fue la censura franquista a los libros de autores chilenos Pablo Neruda y Jorge Edwards analizados por los comisarios del régimen

Así fue la censura franquista a los libros de autores chilenos

Marc Homedes
Por : Marc Homedes Experto en terremotos
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“El hecho del epílogo allendista no es grave, porque además en todo el libro no se habla de España para nada”. El censor debió realmente entusiasmarse con la lectura del libro, ya que el informe estaba redactado al día siguiente (14 de diciembre de 1973) de que el ejemplar de Persona non grata entrara en el Ministerio para ser evaluado.


El régimen franquista, que dominó España desde el final de la Guerra Civil (1939) hasta la muerte del dictador en 1975, dejó una impronta indeleble en generaciones de españoles. No solo a los que militaban o se manifestaban políticamente, sino a cualquier ciudadano, en actividades tan cotidianas como ver la televisión, ir al cine o leer un libro. La censura previa de las películas hacía, por ejemplo, que cualquier escena que incluyera besos o se considerara poco pudorosa fuera cortada sin piedad, aunque pudiera perderse gran parte del sentido de la historia. Lo mismo ocurría con escenas políticamente “sospechosas”.

Con los libros pasaba lo mismo. Antes de publicarse debían entregarse a la Dirección General de Información uno o varios ejemplares para comprobar su idoneidad y, en su caso, cambiar o suprimir las palabras, frases o hasta páginas enteras, que fueran considerados antifranquistas, anticlericales o contra la moral.

Básicamente, para ser publicados debía haber un “NO” después de cada una de las preguntas que contenían las fichas que debían rellenar los lectores-censores. Estas preguntas eran: el libro ¿Ataca al Dogma? ¿Ataca a la Iglesia? ¿A sus ministros? ¿A la Moral? ¿Ataca al Régimen y sus instituciones o a las personas que colaboran o han colaborado con el Régimen? Los lectores-censores nunca, salvo algún descuido, aparecían en los informes y fichas con su nombre y apellidos, sino que se los denominada “lector Don 8, lector Don 20, lector Don 12…”.

El sistema funcionó hasta después incluso de la muerte de Franco, en 1975. A partir de 1966, se basaba en un sistema de “Consulta voluntaria”, aunque el voluntarismo era común a todos los editores para evitarse el problema de ver cómo la edición de un libro era retirada de todas las librerías sin derecho a indemnización si no se había consultado a la censura y se consideraba que lo publicado contravenía alguna de las preguntas citadas anteriormente.

Pero ¿cómo afectó este perverso y sistemático sistema a los autores chilenos? ¿Afectó a Neruda por su militancia política? ¿Cómo fue acogida por ejemplo Persona non grata de Edwards? Tras unos días buscando en el Archivo General de la Administración en Alcalá de Henares (España), donde se acumulan todos los expedientes y legajos de la censura bibliográfica y cinematográfica franquista, la respuesta es que los autores chilenos vivieron en propias carnes la sinrazón de la censura y otras veces la sortearon por motivos bien peculiares. 

El 23 de diciembre de 1970 ingresaba para su evaluación una edición de Barral de Esplendor y muerte de Joaquín Murieta. La respuesta llega el 16 de enero de 1971. El informe del censor “Don 18” resume a su manera el argumento: “(…) allá por 1850, un grupo de chilenos –como tantos otros– llega a California. Las primeras organizaciones xenófobas nacen en América y la violencia crece entre yanquis y extranjeros. El chileno Joaquín Murieta, de aventurero y buscador de oro, se tornó bandolero ante el asesinato de su esposa y a causa de los atropellos contra sus paisanos”. El censor, que se vio conmovido por la historia de Murieta, concluye que “la obra –en versos de notable belleza–, retrata poéticamente este mundo de ambiciones en el que, como valiente, muere el noble bandido”. Respecto al contenido solo aconseja la supresión de algunos pasajes excesivamente revolucionarios en dos páginas.

Unos meses antes, en febrero de 1970, el libro puesto a examen fue Comiendo en Hungría, de Miguel Ángel Asturias y Pablo Neruda. Los seis ejemplares para la censura (para una tirada solicitada de 500 ejemplares) fueron llevados en mano por la misma Esther Tusquets, según consta en la boleta que rellenó y que figura en el expediente, para obtener el nihil obstat franquista.

El lector “Don 12” no encontró apenas máculas ideológicas en el libro: “Lleva un prólogo donde se hace un poquitín de propaganda política, diciendo que antes del comunismo los húngaros pasaban hambre y ahora comen a dos carrillos. Pero la cosa no tiene importancia en sí”. Sí para el censor parece imperdonable la cantidad de faltas de ortografía en el libro, e incluye su indignación en el informe: “Lamentable, por otra parte, es la cantidad de barbarismos y faltas ortográficas de un libro de lujo como éste, aunque sea disculpable al haber sido impreso en Hungría. No es disculpable el que Lumen no lo evitara”. En todo caso, el censor admite el depósito y la publicación.

[cita tipo= «destaque»]El 8 de agosto de 1974, el mismo día en que se acepta finalmente la publicación de Incitación al Nixonicidio…, el trigésimo séptimo presidente de los Estados Unidos presentaba su dimisión por el escándalo del Watergate. Nada de ello se menciona en los informes, ajenos absolutamente a la coyuntura política, aunque su finalidad fuera únicamente política.[/cita]

Uno de los expedientes más enrevesados e incluso divertidos de libros de autores chilenos que tuvieron que pasar la censura española es, sin duda, el de Incitación al Nixonicidio, de Neruda.

En agosto de 1974, poco más de un año antes de que muriera Franco, la Editorial Grijalbo ingresa para su censura previa un ejemplar de este libro, cuyo título ya pone en alerta a los censores. Se trataba de una edición de 4.000 ejemplares de cien páginas a 90 pesetas (1,5 US $ en la época). La evaluación del libro recae en el lector “Don 7”, cuyo informe es demoledor.

“El subtítulo de la obra expresa claramente cuál es el contenido de la misma. Esta idea la explica ya Neruda en el prólogo, en cuyo primer párrafo lanza un fiero ataque a Nixon, llamándole ‘frío y delirante genocida’. Esta tónica de gruesos epítetos cargados de odio dirigidos al presidente americano ocupa buen número de las composiciones que componen el libro”. Continúa: “Otro aspecto es el elogio de la revolución marxista de Allende, a éste mismo, a Cuba, Che Guevara y Castro, al Partido Comunista. Véanse a este respecto…” y señala, una a una, la larga lista de páginas que incluyen estos elogios. Tras este análisis, el dictamen es inapelable: “Se estima que son suficientes razones los insultos al jefe de un Estado con quien España mantiene relaciones amistosas, y los elogios al partido Comunista para aconsejar que este depósito NO SEA ACEPTADO”.

Sin embargo, algún superior al censor intercede, y es el mismo Jefe de Servicio del Régimen Editorial quien, días más tarde, emite un contrainforme que sorprende por la lógica que aplica, lo que indica que los tiempos en España han cambiado y el filtro de lo políticamente prohibido es más laxo: “Al situarse en Chile y aunque se ataca a un Presidente de una nación amiga, consideramos que en régimen de reciprocidad, en Norteamérica nada se haría si lo que se  publicara atacara a nuestro Jefe de Estado, por tanto, resultado: Silencio”. Pero para llegar a esta conclusión, la maquinaria arcaica pero imparable del Régimen se cura en salud e incluso pide el dictamen de un fiscal, que garantiza que es desestimable la posibilidad que alguien (se entiende el gobierno de los EE.UU.) presente “una denuncia judicial” por la publicación del libro.

Paralelamente a esta ida y venida de cartas y argumentos, la suerte política de Nixon y su buen nombre padecían un revés más duro que el que la publicación del libro pudiera suponer. El 8 de agosto de 1974, el mismo día que se acepta finalmente la publicación de Incitación al Nixonicidio…, el trigésimo séptimo presidente de los Estados Unidos presentaba su dimisión por el escándalo del Watergate. Nada de ello se menciona en los informes, ajenos absolutamente a la coyuntura política, aunque su finalidad fuera únicamente política.

Que el tema causó revuelo y se debatió intensamente lo indica la presencia en el expediente de una cuartilla firmada de puño y letra por El Director General de Cultura Popular, un alto cargo del Ministerio de Cultura, felicitando al jefe de servicio del régimen editorial por “la decisión y los criterios en que te has fundado” para finalmente autorizar la publicación.

Otro expediente de un libro de Neruda que muchos años antes de Incitación al Nixonicidio ya generó idas y venidas de telegramas e informes oficiales cruzados fue Veinte poemas de amor y una canción desesperada.

El caso es que en 1952, 13 años después de terminada la Guerra Civil y cuando la represión a todo lo que oliera a comunismo era aún feroz, el mismísimo Director General de Información del Ministerio de Educación, mandó una nota interna al jefe de inspección de libros. “En algunas librerías de Burgos, se ha puesto a la venta recientemente la obra titulada: ‘20 poemas de amor…’, de la que es autor el poeta sudamericano Pablo Neruda, con sorpresa del sector de personas que siguen atentas las novedades literarias. Y esta sorpresa tiene su fundamento en el hecho de que el autor es un comunista militante activo, que como tal ya se manifestó durante nuestra Cruzada de Liberación y como enemigo del Régimen, habiendo vertido además graves injurias contra el Régimen y contra las personas más representativas del mismo”, concluía la nota.

La cadena de mando siguió y en el mismo expediente se encuentra el telegrama que, con carácter urgente, se mandó desde el Ministerio al Delegado ministerial en Burgos, en el que se le pide que compruebe “urgentemente” el “número de ejemplares recibidos y vendidos que circulen y que posean en existencia de la obra de Pablo Neruda “Veinte…”. El telegrama sigue: “Asimismo se ruega se sirva informarnos, procediendo previamente a la investigación oportuna, si de dicha obra se ha hecho gran publicidad y en todo caso si esta publicidad ha sido manifiestamente intencional de acuerdo con la personalidad desafecta del autor”.

Todas las alarmas habían saltado tanto en Madrid como en Burgos. Al parecer alguien tenía la osadía de vender un libro del conocido comunista Neruda sin haber pasado el cedazo de la censura oficial.

El mismo sobre que contiene el expediente en el Archivo General de la Administración incluye la solución al caso, provocado por un exceso de celo en la salvaguarda de las esencias franquistas. Entre los viejísimos legajos, está la nota manuscrita del Delegado provincial respondiendo al requerimiento dejando claro que el rigorismo político no está reñido con la dejadez administrativa, ni tan sólo para una maquinaria tan sólida como la censura franquista. En esta nota, el delegado indicaba que el libro se vendía en esa librería de Burgos “desde 1925” y que la misma censura había abalado la venta de esa edición dos meses antes, incluyendo el número de expediente que visó el lector “Don 20”. Para mayor tranquilidad de sus superiores afirma que “de la obra de referencia no se ha hecho publicidad, limitándose el propietario de la librería a poner a la vista del público un ejemplar como hace con cuantas obras recibe”, antes de despedirse con un protocolario “Dios guarde a Vuestra Ilustrísima muchos años”.

Pero no todo es Neruda. Persona non grata, de Jorge Edwards, no tan solo no escapó a la supervisión de la censura española, sino que fue un caso que provocó regocijo y sorpresa en el censor “Don 6” que, el 13 de diciembre de 1973, recibió el encargo de visar –o no– el ejemplar presentado por la editorial Barral para una edición de 10.000 ejemplares.

En el informe se lee: “El autor, diplomático izquierdista chileno, nombrado por Allende primer encargado de negocios en Cuba al restablecimiento de las relaciones diplomáticas, hace una pintura de Cuba (donde lo declararon persona non grata) y de Fidel Castro, que es la mejor propaganda anticastrista que se haya escrito”. Así, el censor, a pesar de puntualizar que en el epílogo el mismo Edwards se manifestaba “allendista e izquierdista”, considera que el libro es “verdaderamente interesante y pinta una Cuba policiaca y arruinada”.

Concluye con un contundente “Impresionante”, acompañado de un curioso dictamen: “En este sentido, el libro es casi recomendable” y reafirma su tesis asegurando: “El hecho del epílogo allendista no es grave, porque además en todo el libro no se habla de España para nada”. El censor debió realmente entusiasmarse con la lectura del libro, ya que el informe estaba redactado al día siguiente (14 de diciembre de 1973) de que el ejemplar entrara en el Ministerio para ser evaluado.

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