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Habla el descuartizado

Para el Descuartizado no hay cambio de milenio. Tampoco una sola identidad, ni ubicación fija. Mas, extrañamente, el Descuartizado puntúa el relato de las convulsiones, de los virajes sociales y culturales en nuestro acontecer.


Las palabras se montan unas sobre otras, los tiempos se acuestan unos en otros: no hay historia lineal, entre nosotros, ni una sola lengua para narrarla. Pedazos, esquirlas, jirones. Nombres y sombras que desertan los escenarios nacionales (aquella vocación teatral que, más que operática, está ligada al amor de los telones y los pasa-calle, a la pasión por los cuadros, unos sobrepuestos a otros, sin hilación ni recuerdo), sombras y nombres que retornan entre un plano y otro, haciendo silencio, hablando quedamente.



Para el Descuartizado no hay cambio de milenio. Tampoco una sola identidad, ni ubicación fija.



Mas, extrañamente, el Descuartizado puntúa el relato de las convulsiones, de los virajes sociales y culturales en nuestro acontecer. Marca el ritmo, las pulsaciones de un imaginario nuestro que se arrastra entre los hechos.



Claudio Durán lo pesquisó al realizar un estudio sobre los materiales inconscientes con los cuales El Mercurio ha organizado su trama ideológica desde los años setenta del siglo pasado. Rescata una suerte de ojo pánico que construye este medio monopólico, entre-líneas y entre las imágenes que edita componiendo, por yuxtaposición, manchas mayores, imágenes que hablan al inconsciente. Estas se precipitan más fuertemente cuanto más conflictiva es la época social. Así, el Descuartizado hace su aparición en las páginas de El Mercurio durante la Unidad Popular. Se trata de un caso de la Prensa Roja que se expande simbólicamente, que se difumina hasta hacerse metáfora del quiebre del orden sostenido por la derecha, figura del retorno de lo ingobernable -el fantasma de la antropofagia- y, en primer lugar, de la violencia del lazo social, de la -¿temible, inevitable, deseable?- violencia con que deben dominarse las desigualdades (Claudio Durán recuerda la imagen del brazo cercenado de Galvarino en los libros escolares de Historia).



El Descuartizado ocurre en otro tiempo, un tiempo molesto, entre histórico y temido (¿no es el afán de la historia, uno de ellos, aquietar el polvillo de los remanentes, asentar aquello que amenaza por flotante?), entre sujeto y desbandado, entre nuevo y repetido. Tal vez sea precisamente el entre su territorio. Y no sepamos si es Descuartizado o Descuartizada, ni de dónde viene -el juego con el tiempo también lo es con los orígenes-, ni cómo se abre camino en nuestras hablas, en nuestras contingencias, en los relatos que construimos.



En noviembre de 1984, relata Claudio Durán, saltó a la luz, e hizo noticia por prácticamente cuatro meses en los medios de comunicación, una Descuartizada. Era plena Dictadura, ella llevaba por segundo apellido Pinochet, y el presunto descuartizador -un ex enfermero, del cual se dijo también que había sido torturador- era llamado el doctor Altamirano. Alcance de nombres, el dictador -en pleno Estado de Sitio decretado aquel mismo mes- es simbólicamente víctima de un contrincante histórico. Alcance de fechas. Alcance de sexo: a principios de aquel mismo año se hace visible, con el Caupolicanazo, un gran movimiento de mujeres de oposición. Se hace pedazos, se desmorona el modelo femenino dominante, las mujeres rompen el cuerpo de orden. El Descuartizado se vuelve mujer.



Durante la reciente campaña electoral, los medios de comunicación brindaron nuevamente al candidato pinochetista el telón de fondo de un posible Descuartizado: el joven Matute fue buscado día a día en la prensa y en los noticieros, hablándose de posible fragmentación de su cuerpo. Como si en aquellos días se jugara, una vez más, el resguardo de un orden que nos mantiene juntos (ensamblados en la desigualdad) o el caos que amenaza con devolvernos a la brutal inseguridad de las diferencias.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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