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Escrito con tiza


De pieles se trata. De cómo la ciudad se tatúa a sí misma y me hace leerla hasta el cansancio. Pasan palabras, van más veloces que los vehículos y deseo capturarlas, no ser dejada en la vereda. El camión y su remolque transporta sacos apilados de cemento. Yacen allí como bultos materiales que irán a erigir recintos para nuestros bultos. Se acuestan humanamente, unos sobre otros, y cada saco repite la viñeta Siempre en Obra, Siempre en Obra, Siempre en Obra. Sé que debo deletrear esta estampa cuantas veces sacos hay, están tendidos para aquella letanía, pero el conductor y el tráfico se interponen a este proyecto de novela que garrapatea mi ciudad. En la galería subterránea del Metro luce un local vacío que porta por letrero Liquidadora. Cada barrio repite a su manera la División Usados, y en cada uno es posible visitar Piloto. Leo Casa del Accesorio como Casa del Acoso, así como leo en Pudahuel Duelos, Duelos y no Vuelos Internacionales. Es la tinta roja que secreta el ojo, no puede sino leer escribiendo. No puede desprenderse de aquel afiche que promete hacer de la Plaza de Armas el Km.O, rehacer los itinerarios fijados tiempo atrás, cuando las direcciones parecían unívocas, mientras un paseante cruza lenta y transversalmente el puente peatonal de la calle Huérfanos sobre la desbandada Norte-Sur.

Desconozco el bautizo hecho por el conductor al bólido violento en el cual embarco: nombre y travesía se bifurcan, las más de las veces. Lo sabremos después -cuando sea demasiado tarde-, lo sabré al descender, luego de haber tenido lugar el viaje, y este apelativo será un débil residuo, la empantanada baliza a la cual colgar un relato. El Tulipán Verde de Las Bahamas, El Bebé, El Patroncito, The Kalifa, Bajos Instintos o The Orates. Estos nombres suceden, entonces, después: tienen lugar entre aquel terno de marca que marca el cuerpo de la ley, un terno a medida para cuadrar el cuerpo de este hombre que toma asiento en la mesa contigua para almorzar, y la blanca, amoratada y fosforescente ropa interior de las mujeres tras el mesón del Café céntrico. Mi Gatita. El Poderoso. El Escorpión Rojo. Las Tres Marías. Los nombres no son pues nombres, son narraciones anudadas que ocurren, ocurrieron o están por ocurrir.

Pero yo sólo quería hablar, hoy, de las fotografías que no he tomado, del hueco de aquellas fotografías.

Y enumerar la lista, la biblioteca, el bagaje personal de los libros no leídos, tan cruciales como aquellos que he devorado, a quienes robo y por lo cuales me dejo secuestrar, a pesar de su tinta indeleble. De haberlos leído, la mancha que forma el encuentro de la tiza sobre los muros de Santiago, la tinta negra de la impronta editora y aquella rojiza del ojo líquido que me jala y tira hacia adelante, no podría ya allegarme a este no-lugar, no podría habitar su extraño recorrido.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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