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El fin de la geografía


Muchas veces se ha anunciado el fin de la historia. El nazismo, el socialismo, junto con una cantidad de movimientos milenaristas, han pretendido llevar la historia hasta su meta final, a un estado de equilibrio absoluto en que se anulan todos los conflictos, y se llega a una sociedad perfectamente regulada y en algunos casos, hasta feliz. Esta vieja pretensión tuvo su versión más reciente con Francis Fukuyama. Hay en cambio otros autores, como Paul Virilio y Richard O´Brien, que sugieren que el mundo globalizado avanza más bien hacia el fin de la geografía.

Zygmunt Bauman señala que en el último cuarto de siglo se ha librado la gran guerra por la independencia del espacio. En el curso de ésta, los grandes centros de producción, decisión y poder se han venido liberando de los límites territoriales y de las restricciones, responsabilidades y deberes impuestos por la localidad. El capital, sin domicilio conocido, se desplaza con soltura de un punto a otro, y al hacerlo se desconecta de los compromisos que solía adquirir con las comunidades locales, cuando tenía un arraigo territorial.

Esto no ocurre sólo con las empresas sino con todo tipo de organizaciones. Se habla hoy, por ejemplo, de educación a distancia y de universidades y bibliotecas virtuales. Dentro de la cultura occidental, la Universidad apareció como una institución estrechamente vinculada a la ciudad en que tenía su sede, la que casi siempre la daba su nombre: Universidad de Bolonia, de París, de Salamanca, de Oxford, etc. Las fábricas y las producciones agroindustriales, como ciertos licores, porcelanas o textiles tenían una fuerte vinculación con determinadas regiones.

Nos habíamos acostumbrado a vivir en un mundo con muchas acotaciones geográficas. Eso creó una cantidad de fronteras culturales y administrativas, de identidades colectivas y paisajes que hoy se están diluyendo. Hay un entorno global de información que pronto hará que universidades de cualquier parte del mundo puedan ofrecer sus programas de pre y de postgrado en cualquier otra. Y esos viejos productos con indicación de procedencia, han desaparecido, sepultados por imitaciones hechas no importa dónde.

El mismo Bauman apunta que la «distancia» no es una categoría ni física ni objetiva. Su magnitud varía en función de la velocidad que se ocupa en recorrerla y del costo que tiene alcanzar esa velocidad. Uno de los grandes hitos en la guerra de liberación del espacio es la invención de tecnologías que permiten el desplazamiento de la información en forma independiente del traslado de sus transportadores físicos, sean mensajeros, cartas, libros o películas. Hoy día la información y los flujos y transacciones de dinero que ella puede generar, están disponibles en forma instantánea en todo el planeta.

Lo interesante es que el fin de la geografía, al producir una cantidad de conflictos inéditos, viene a contradecir el fin de la historia. Así por ejemplo, hay ciertos grupos que pueden pagar aquella velocidad necesaria para superar las distancias, y otros que no. Los primeros accederán a todas las oportunidades de educación entretenimiento y negocios del mundo globalizado. Los otros permanecerán en sus territorios cada vez más desprovistos de culturas o identidades locales. La polaridad tradicional en América latina, entre élites cosmopolitas y poblaciones provincianas, podría darse en el marco de un nuevo tipo de ausentismo, que, a diferencia del de los terratenientes del siglo pasado, dejará a los habitantes de la región en un territorio culturalmente baldío.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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