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Doble fallo


El combate, que no duraría una hora, ocurrió en un lugar cuyo nombre nunca supieron. Los nombres los ponen después los historiadores.
«El otro Duelo», J. L. Borges.

Resultado previsible -especie de Crónica de una muerte anunciada-, aunque no exento de cierto suspenso, diría un «observador informado». Pues pese a que los 20 jueces de la Corte Suprema habían votado hace exactamente una semana el desafuero de Augusto Pinochet, y que la cifra precisa de la votación (14-6) había sido filtrada desde ese mismo martes por este medio, no dejaba de haber en la mañana de ayer un cierto aire de genuina expectación ante un fallo, al decir de muchos, «histórico». Fue un día especial, qué duda cabe: Lagos con «Neruda» (en la Universidad de Chile), Izurieta con Pinochet, en La Dehesa, la derecha golpeada hasta la médula, Viviana Díaz, Mireya García y los familiares de detenidos desaparecidos, emocionados, dignos, varios gobiernos de Europa y Norteamérica no ocultando su satisfacción, contento y aliento para muchos y muchas aquí, allá y acullá. Lo de ayer: uno de esos fallos de Londres favorables a la extradición pero ya no por televisión sino «en directo».

El fallo, categórico, como se sabe, no es aún sobre «el fondo» del asunto. Como en Londres -y de allí una cierta subrayada repetición de la escena de la House of Lords– lo que se juzgó fue la admisibilidad para que Augusto Pinochet fuese sometido a proceso (juicio de extradición y juicio y/o antejuicio de desafuero) por «sospechas fundadas» de su implicación en los delitos indagados. El «piquete de Londres» se multiplicó naturalmente ayer en Santiago, transmutándose al caer la noche en varios miles de personas que se fueron juntando en la Avenida Maratón, ante el Estadio Nacional, con banderas y cantos, velas, besos y abrazos.

Freud, que algo sabía de repeticiones, distinguió en algún momento (Mas allá del Principio del Placer) entre dos tipos de éstas: una «patológica», repetición fatal y/o inconsciente de una fijación traumática, y otra, saludable, «terapéutica» y, en alguna medida, lúdica, en la que al representarse o repetirse libremente una escena dolorosa , el sujeto logra liberarse. ¿El sujeto? ¿El país? En cualquier caso, el Chile democrático, y por de pronto los familares de las víctimas más directas de las sistemáticas violaciones a los derechos humanos de las cuales es responsable políticamente (y, en algunos casos, jurídicamente) Pinochet, emblemáticamente, los desaparecidos. Esta segunda repetición -reiteración, si se quiere, «activa»- es la que abre paso al duelo allende la «patológica» melancolía (duelo que, en cualquier caso, no se haría de una vez y para siempre, como quien cambia de ropa o de rueda: las heridas de las que hablamos, o al menos parte de ellas, guardan también una reserva insuturable, abiertas al permanente entretejido: tal como el llamado «juicio de Nuremberg» no le ahorra a los europeos -y no sólo a ellos- una cierta vigilia y cirugía ‘cultural’ inacabable, el desfuero de Pinochet no cicatriza de una vez y para siempre la heridas de los familiares de los desaparecidos y de todos, chilenos y no chilenos, quienes sufrieron de la barbarie dictatorial).

Que lo de ayer no haya sido una mera repetición sin más de la escena de Londres, sino que corresponda más bien a lo que hemos mencionado como una suerte de reiteración «activa» o «productiva», estaría dado porque, pese a que tal como en la justicia inglesa el fallo fue el de un pre- o antejuicio, esta vez, a diferencia de la escena lonondinense, la cuestión en juego efectivamente se zanjó, dando, con todas las de la ley, paso a un juicio. La situación se destrabó: de allí un cierto alivio, una cierta descarga; y es que estamos en el paso a otra «etapa», otra escena.

Es poco probable que, aún en el caso de que Pinochet sea condenado por los delitos de la «Caravana de la muerte» u otros, es poco probable, decimos, que termine sus días en prisión (o ante el pelotón de fusilamiento). El mismo juez Juan Guzmán, que atiende las más de 150 querellas interpuestas en su contra, ayer se fue de lengua camino a la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile: dijo, entre otras cosas, que un fallo como el de ayer a una persona de más de 70 años «le convenía». Es esta misma probabilidad la que paradojalmente redobla el destrabamiento, la des-fijación y el paso entre escena y escena: los jueces (ya) hablaron -el fallo es inapelable- en contra de la alegación de la defensa de Pinochet; ahora (junto con los jueces y, en parte, los peritos en gerontopsiquiatría) le toca a la historia, a la escena histórica. Ésta -con la de ayer hasta ahora- incluída.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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