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La Vuelta del Pedagógico a la «U» (Segunda Parte)


Pese a que la vuelta del Pedagógico a la Universidad de Chile es un paso indispensable, una demanda mayoritaria y un triunfo cultural importante, aún no está del todo garantizado que este reintegro se convierta en un símbolo activo de reconstrucción educacional y social para Chile.



Ecos de origen diverso repiten el vocablo autonomía para fundamentar su oposición y desconfianza en la medida. En general, la autonomía a la que se alude supone mantener indemne la destructiva obra dictatorial y equivale a decir «cada universidad deberá sobrevivir en el mercado como pueda». Por eso, ojo con la trampa. No tenemos por qué comulgar con otra rueda de carreta más. El Estado puede y debe tener política educacional y la base de la autonomía académica y universitaria está precisamente dada por la existencia de condiciones financieras y legales que garanticen una academia sólida, no mediocre, e independiente. Independiente de empresarios, marketing clientelístico, burócratas, y gobiernos de turno. Y a quienes aluden a la poca solvencia financiera de la U. de Chile habrá que señalarles que ésta es por cierto una buena oportunidad para reparar el daño hecho a todos los chilenos y a la cultura al desfinanciar -en pos del lucro para unos pocos y por sobreideologización- a la investigación, la creación, la docencia y la extensión universitarias.



Es en este contexto donde aparecen con nítida necesidad las garantías y condiciones mínimas para que la vuelta del Pedagógico sea provechosa social y educacionalmente.



Una primera área recae en el ámbito gubernamental y parlamentario. Sin recursos frescos y sin atribuciones concretas que permitan diseñar y realizar la transición y lograr la más alta excelencia académica, desvinculaciones dignas, y la generación de un proyecto pedagógico sólido, el proceso puede fracasar. Con ello se terminaría de hundir una reforma educacional que hasta ahora no ha podido dignificar al indispensable recurso humano y que se ha orientando prioritariamente a aspectos de infraestructura y pirotecnia computacional. No es eufemismo decir que esta vuelta representa una gran oportunidad para (re)pensar las reformas al modelo y al proceso educacional chileno de manera seria, amplia y participativa.



La segunda área es la responsabilidad de la propia U. de Chile en el sentido de recrear, para este tiempo, el espíritu con el cual durante más de un siglo inició y nutrió la formación de profesores para el país. Acercar la formación pedagógica a una sólida base disciplinaria -en una institución que no sólo repite, sino que crea y reformula conocimiento- es probablemente la potencia más importante de este reintegro. También lo es la posibilidad de desarrollar una formación amplia, que sin descuidar las especialidades y vocaciones, promueva formación general y se oriente al «aprender a aprender». Tales potencias son básicas para un desarrollo social justo y para el éxito de profesionales responsables y solidarios, capaces de desenvolverse en medio de los desafíos y adecuaciones que vive -y que necesita- la sociedad contemporánea. Caso contrario, seguiremos en la lógica de rígidos especialistas con poca capacidad de adaptación e innovación, con eruditos que saben todo de nada, y con profesionales apretadores de teclas o traductores de manuales.



Por eso, no es aceptable un traspaso mecánico de la formación de docentes tal y como se venía haciendo en la UMCE. Tampoco se trata de anexar un organismo más al archipiélago de Facultades. Por el contrario, este reintegro se debe encauzar en los propios procesos que la U. de Chile vive: su próximo Estatuto democrático, y sobre todo, la reorganización de los estudios de pre-grado en pos de articular adecuadamente los distintos planos de la formación universitaria: básica, general, especializada e instrumental. Así, cobra absoluta pertinencia dar forma y estructura a bachilleratos o planes comunes por área para que desde allí se abran diferentes opciones de continuidad formativa, entre ellas, la de docentes a partir de una determinada área disciplinaria. Todo lo anterior, sin descuidar la formación de profesores pre-básicos y básicos especializados, y potenciando la investigación pedagógica y metodológica.



Para que esta vuelta sea de verdad provechosa necesitamos planificar con horizontes amplios. No es posible ponernos metas poco ambiciosas ni dar pasos inciertos si realmente queremos un vuelco en la formación y valoración de los docentes. Para eso se requiere del trabajo integrado, transversal y creativo de toda la U. de Chile y su comunidad, pero sobre todo de una nítida voluntad gubernamental por superar la miopía de asesorías estilo Brunner, y la presión de los mezquinos intereses de quienes propugnan la destrucción de la educación pública pluralista, no confesional, solidaria, y de calidad y contenidos humanos.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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