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Cuestión de libertad


Según Human Rights Watch, Chile es, después de Cuba, el país con más problemas en materia de libertad de expresión de todo el continente.



Un diagnostico duro. Quizás algo injusto o sorprendente. Pero que obliga a reflexionar… por lo menos.



Primero hay que sopesar bien el asunto. Sería un poco absurdo imaginar que en HRW se ha refugiado, por algún extraño sortilegio, un grupo de gringos que han vivido pésimas experiencias como turistas en nuestro país y, de puro picados, nos han dejado caer esta calificación tan vergonzante. Algo tiene que estar pasando con nuestras libertades y parece sano intentar hacernos cargo del asunto en lugar de caer en rabietas y descalificaciones.



A nuestro juicio el tema no sólo pasa por la Libertad de Expresión, sino por Las Libertades. Vivimos una sociedad en general represiva. Normadora hasta el extremo. Restrictiva en materias de usos y costumbres. Muy poco tolerante y con escaso sentido del humor. Si agregamos que sectores bastante poderosos sienten la obligación de mantener imponer un moral objetiva, completamos un cóctel que hace bastante comprensible que los ojos extranjeros nos miren como nos miran.



Hace unas cuantas semanas, durante un viaje a Buenos Aires, pude ver el espectáculo que está presentando Enrique Pinty en el mítico teatro Maipo. Gran parte de la puesta en escena corresponde a tres monólogos del humorista.



Aparte de muy divertidos, los parlamentos son de una acidez y virulencia extraordinarias. No deja mono parado. Reparte sin dar ni pedir cuartel y por el trayecto de las muy veloces palabras van cayendo todos: los políticos (de lado a lado), los militares, la Iglesia, los sindicalistas, el «jet set». Destroza a Menem, y también a De la Rúa. Se ríe de Fidel y de Bush. Del Papa y la Masonería. De Susana Jiménez y Marcelo Tinelli. De Cavallo y la Menjive. De Aldo Rico y la mafia. Apalea por igual a empresarios, médicos, abogados, periodistas, comerciantes, traficantes, futbolistas.



El teatro, lleno de bote a bote, no para de reír, aplaude a rabiar y, además, piensa su poco. Todo esto cuatro veces a la semana, por varios meses. Nadie jamás ha presentado una querella contra el artista.



Mientras veía a Pinty, me imaginaba ese mismo espectáculo puesto en Chile y referido, por cierto, a nuestras instituciones y poderosos. El resultado: clausura, querellas, detenidos, inserciones en los diarios y un largo etc. Eso sí, lo más probable es que a la larga el único que recibiría en carne propia las consecuencias sería el boletero del teatro y por obstrucción a la justicia.



De verdad es inimaginable un Pinty en nuestro Chile. Y esa misma ausencia de libertad está expresada en los marcos que regulan el ejercicio de la información y opinión.



Ahí permanece aún el vergonzoso artículo sexto de la Ley de Seguridad del Estado, como el ejemplo más claro. Se supone que tiene certificado de defunción extendido, pero sigue todavía vigente.



Es cierto, también, que se está viendo en el Congreso la nueva Ley de Prensa y que el Presidente Lagos envió al Parlamento el proyecto de ley que elimina la censura cinematográfica. Pero no basta con eso. Es un asunto de clima, de entorno, de cultura, en definitiva. De abrir ventanas, de armar debates, de aceptar diferencias y crear condiciones para que tengamos Pintys reales y no versiones descafeinadas de libertades bien domesticadas.



Quizás es injusta la ubicación que nos endilgó el HRW. Pero, de que nos falta… nos falta.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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