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Hegemonía liberal


Las pesadillas a veces son simplemente una foto en un diario. Las alarmas, el desasosiego y las sospechas que generan esa foto. Una imagen desde la cual uno incuba (en italiano, incubo es pesadilla; y en castellano, íncubo es el demonio que, con apariencia de varón, tiene «comercio carnal» con una mujer), con ayuda de la imaginación, pavorosos pensamientos.



La foto en cuestión es la de la portada del Cuerpo B del Mercurio de ayer domingo. Bajo el título de «El desahogo de los hijos de la Concertación», aparece la foto, bien posada, de nueve «conocidos técnicos del conglomerado» que «lanzarán el jueves la corporación Expansiva».



Parece un nuevo respaldo de El Mercurio a esa «ala liberal» de la Concertación que, en resumen, no es más que la que ha aceptado el modelo económico, se ha inserto en él, ha hecho negocios en él, y comparte testeras, foros y canapés con el empresariado de verdad (ese que lee El Mercurio, que adhiere a sus editoriales, que vive entre apesadumbrado e indignado por lo que le está pasando a Pinochet).



Cada quien tiene derecho a pensar como le plazca, juntarse con quien quiera y orinar las plantas de su jardín. Nadie lo discute, pero el asunto no va por ahí.



El tema es simplemente la foto. Son nueve, dos mujeres incluidas. Parecen ejecutivos de banco y comparten esa mirada segura hacia el futuro que no es más que varios millones en su cuenta corriente. ¿Parecen o son ejecutivos de banco? La mayoría está, en efecto, en la empresa privada, a la que saltaron luego del aprendizaje y acomodo (para el salto) en el aparato del Estado.



El desasosiego que provoca la foto es que -parece- ésa es la única renovación posible de la Concertación: ejecutivos bancarios ahogados, que patalean por enmendar el rumbo económico porque los negocios ya no van tan bien. Ä„Cómo ha pasado el tiempo! Ä„Cómo se han ido las motivaciones de antaño!



¿Recuerdan ustedes las Casas del No, para la campaña del plebiscito de 1988? Había allí una diversidad que se esfumó. Diversidad generacional, de orígenes sociales, de pensamiento. Los que quedan de los que dirigían esos locales se enquistaron en el aparato del Estado (y uno a veces los ve, de lejos, con un caminar torpe porque han engordado tanto). Algunos, desde el Estado, saltaron a la empresa privada y no pocos terminaron pensando como la UDI. Pero la UDI, al menos -y no me cansaré de repetirlo-, tiene trabajo poblacional, se ensucia los zapatos, ha aprendido a mirar ese mundo que la Concertación dejó de mirar.



El punto es que el público -no los funcionarios- que iba a esas Casas del No brilla por su ausencia en el oficialismo. A veces pasa por los patios de La Moneda, saluda al Presidente cuando éste va a terreno. Lagos es lo último que encarna, actualmente, algo de eso que ya se fue. Debe ser un peso enorme.



Entonces uno se encuentra con esa foto del Cuerpo B del Mercurio y recorre esos rostros y no ve diversidad. Ve hegemonía. La hegemonía de pensar todo desde la macroeconomía, lo que constituye el verdadero gran triunfo de la derecha.



No cuesta imaginarse a esos muchachones (los hijos pródigos del oficialismo rondan los cuarenta años) repartiéndose directorios de empresas, emplazando sus divisas en acciones de la Bolsa, justificando las indemnizaciones, respaldando a René Cortázar porque es uno de los suyos y ellos, como son superiores, por supuesto deben tener la facultad para censurar. Todos tienen la mirada segura. Todos irradian un optimismo inconfesable: el individual, el de los que están confiados porque ya se hicieron la vida en términos económicos, porque ya acumularon el mínimo de monedas para mantenerse en ese nivel. No hay dudas, no hay conjeturas. Carecen de aprensiones políticas, porque si gobierna la derecha les da igual. Aunque ellos, por cierto, no son de la UDI, porque a las poblaciones ya no van.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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