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La TV en Chile: el desafío de la calidad


La calidad de la televisión es tema obligado de conversación. Especialmente a la hora de la sobremesa. Hay muchos que la critican ácidamente. Especialmente las elites. Para ser justos, en su tiempo también lo hicieron cuando aparecieron la imprenta, los diarios y la radio. Pero ahora parecen más enojados.



El resto de las personas, en cambio, parece valorar la televisión. Una encuesta del año pasado mostraba que más de un 60 por ciento de la gente le ponía, a los dos principales canales, un seis o un siete.



Las dos dimensiones de la calidad



A pesar que sobre el tema de la calidad hay opiniones y opiniones, existen ciertos criterios objetivos que debemos reconocer y aceptar. Hay criterios profesionales para medir la calidad de un noticiero: la agenda debe cubrir los temas más importantes del día, y no sólo los más impactantes; las noticias deben ser presentadas en un contexto adecuado, de modo que se pueda interpretar su alcance y trascendencia; las fuentes deben ser las más representativas, no necesariamente las más entretenidas; y hay que cuidar las formas, la redacción de los textos, la grabación de imágenes.



En las telenovelas también hay estándares de calidad profesional, que tienen que ver con los guiones, el elenco y la ambientación, y lo mismo se aplica a los demás géneros televisivos. Es por eso que tiene sentido decir que respecto de la búsqueda de la calidad profesional, todos los canales compiten tras la misma meta.



No ocurre lo mismo con la otra dimensión de la calidad: la editorial. Cada canal tiene su propia línea editorial, su propia razón de ser. TVN busca asegurar el pluralismo en la televisión chilena: un pluralismo religioso, valórico, cultural, político y regional. Canal 13 busca la evangelización de la cultura. Los otros canales privados tienen la línea editorial que, legítimamente, sus dueños determinen.



Por lo tanto, desde esta perspectiva los canales no compiten unos con otros. No van tras la misma meta y, por tanto, no tienen por qué correr en la misma dirección. Cada uno debe bregar por cumplir de la mejor manera posible con su propia vocación. A diferencia de la calidad profesional, la calidad editorial se mide con varas distintas y en dimensiones distintas en cada canal. Es como la vocación de las personas: tenemos vocaciones diferentes. Afortunadamente a nadie lo hicieron igual a otro. Por eso no hay nada más patético que una persona compitiendo con otra tras una vocación que no es la de ella. Es como alguien transpirando por llegar a la cima del cerro equivocado.



¿Cómo mejorar la calidad de la televisión?



Hay cuatro herramientas, que están en distintas manos. Primero, el control remoto. ¿Quiere influir en la calidad de la programación de un canal? Deje de ver lo que no le gusta. O lo que no le parece bien; sea desde el punto de vista profesional o editorial. El canal que pierde la audiencia pierde también los ingresos.



La segunda herramienta está en manos del Estado. El Consejo Nacional de Televisión (CNTV) puede sancionar a los canales que incurren en excesos de violencia, truculencia, pornografía y otros males. También puede otorgar estímulos positivos. Pero, claramente, faltan zanahorias, recursos que permitan a los canales producir esos programas que la publicidad no alcanza a financiar pero que la sociedad quiere y necesita. Mejores documentales, mejores programas de servicio público, mejores programas infantiles, programas regionales.



Hoy el CNTV destina alrededor de 300 mil dólares a este propósito, que equivalen a menos del 0,1 por ciento del total de los ingresos publicitarios de la televisión. No es suficiente. En el Reino Unido, el Estado destina por habitante mil 500 veces más que nosotros a mejorar la calidad de su televisión. Como tienen un ingreso per ingreso per cápita tres veces superior al nuestro, destinan en proporción 500 veces más a ese fin. El mismo cálculo para Canadá y Japón da esfuerzos, en proporción a sus ingresos per cápita, 300 veces y 200 veces superiores a los nuestros.



Incluso Estados Unidos, conocido como un país en el que el Estado dedica pocos recursos a este tipo de materias, destina 180 veces más que nosotros por habitante, equivalente a un esfuerzo 30 a 40 veces superior al chileno.



¿Queremos que el Estado ayude a mejorar la calidad de la televisón? Entonces pongamos los recursos donde ponemos la retórica. Que se creen fondos concursables de montos significativos, a los cuáles puedan postular todos los canales.



La tercera herramienta está en acción de la sociedad civil: No hay nada como un debate abierto y fundado para mejorar la calidad de nuestra televisión. Es necesario que las universidades y centros de estudio analicen, como hoy lo hacen de manera incipiente, el impacto de los diversos programas sobre niños y adultos. Es necesario que quienes sostienen distintas visiones culturales se organicen y planteen de manera fundada sus visiones, que exijan calidad profesional y que cada canal cumpla con la línea editorial con la que libremente se ha comprometido.



Los medios de comunicación son extremadamente sensibles a la opinión pública. Ä„Y para qué decir a la crítica pública! Una sociedad silenciosa, que no opina ni participa, no contribuye a una mayor calidad de sus medios de comunicación.



Por último, la cuarta herramienta está en las manos de los mismos medios. Se trata de la autorregulación. Hoy existe el Consejo de Etica de los Medios de Comunicación y el Consejo de Autorregulación y Etica Publicitaria. Pero no basta. Los medios de manera individual pueden definir sus propios Códigos de Etica. Es el caso de TVN, que aprobó hace algunos años un documento de Orientaciones Programáticas, en el que se fijaron criterios para tratar los contenidos de la pantalla: asegurar el pluralismo y la imparcialidad, especialmente en períodos electorales; proteger a los menores; dar un tratamiento adecuado a los temas de sexo y violencia, asegurar el necesario respeto a la vida privada, y muchos otros.



Esas Orientaciones Programáticas son un punto de referencia que ha sido, en la práctica, de gran utilidad. No es que siempre se respeten dichas orientaciones. Por cierto que no. Pero definen criterios en referencia a los cuales se pueden reconocer los errores y corregirlos. Son como los Diez Mandamientos: no siempre se cumplen, pero no por eso son inútiles.



Ninguna de las cuatro herramientas reseñadas, ni todas ellas en conjunto, cambiarán de un día a otro la televisión chilena. Pero si se actúa con decisión sobre el timón se puede virar el barco en al menos unos diez grados, a estribor o a babor. Un cambio de ángulo como ese no hace una gran diferencia en la posición del buque al cabo del primer día, pero después de un año, y para qué decir al cabo de dos, sería posible llegar a puertos que hoy serían inimaginables.



La calidad en el tercer milenio: lo nuevo



El tercer milenio llegó con dos noticias para la televisión: la globalización y la digitalización. Estas tendencias venían de antes, pero se profundizaron.



La globalización trajo un cambio fundamental en la programación de la televisión abierta. La gente desea conectarse al mundo. Pero otra cosa es disolver en éste su propia identidad cultural. Junto con suscribirse al cable (hay un tercio de los hogares que ya lo ha hecho), se generó una mayor demanda por producción nacional, a través de la televisión abierta.



La gente quiere reconocerse en la pantalla de la televisión, con sus propios hábitos y modismos. Esto hizo que la producción nacional de TVN pasara en poco más de un quinquenio de un tercio a más de dos tercios del total de su programación.



La digitalización va a producir cambios, también fundamentales. Pero primero digamos en qué consiste. Es un lenguaje que permite que todo texto, sonido o imagen se transforme en una combinación de ceros y unos. Surge con ello una especie de esperanto., que posibilita la convergencia entre el sector audiovisual, el sector de telecomunicaciones y las tecnologías de la información -veremos televisión en el computador, o navegaremos en Internet con el televisor o el celular-, y abre la posibilidad de la interactividad y personalización en el consumo. Es decir, no estaremos sólo en un papel pasivo frente a los medios. Ni estaremos todos viendo los mismos contenidos, simultáneamente. Habrá, también, una explosión de señales, especialmente las temáticas.



Estos cambios no traerán, sin embargo, el fin de la televisión generalista -masiva-, porque hay eventos que queremos ver colectivamente (noticias, deportes), queremos tener identidad colectiva (lo que explica en parte la explosión de producción nacional), y necesitamos la plaza pública que ofrece la televisión generalista, a la que todos podamos concurrir a las 21 horas, para informamos de lo que ocurre en nuestra comunidad.



Una vez más no se van a cumplir las falsas profecías: cuando apareció la radio no faltaron quienes previeron el fin de los diarios, y cuando apareció la televisión, el fin de radios y periódicos. Ahora ocurre lo mismo con la irrupción de Internet. En realidad los diversos medios tienden a convivir y a complementarse más que a sustituirse.



Pero digamos lo que digamos, cambios de importancia van a haber. Habrá una mucho mayor diversidad en los contenidos. Habrá contenidos para público general, y contenidos para públicos segmentados; para señales abiertas y pagadas; para ver pasivamente (despaturrados frente a un televisor) y para interactuar (a través del internet).



La calidad en el tercer milenio: lo de siempre



Más allá de los cambios que hemos mencionado, y más allá de que los contenidos se transmitan a través de señales digitales u ondas electromagnéticas, habrá una demanda respecto de la sustancia de aquello que se comunica. Ello nos trae de nuevo al tema de la calidad. Se demandará buena entretención y compañía, y buena información que ilumine en la oscuridad.



Desde el punto de vista editorial existirá también el desafío de inspirar lo bueno: los medios pueden ayudar a que se expresen las distintas identidades nacionales y regionales, o sepultarlas bajo una ola de hamburguesas. Los medios pueden dar espacios a personas con valores que pueden resultar imitables, o al menos inspiradores.



La verdad es que en este tercer milenio, marcado por la globalización y la digitalización, los valores van a continuar jugando un papel central en el desarrollo y, por cierto, en las comunicaciones. Hay quiénes, por el contrario, piensan que hablar de valores es sólo una beatería.



Debieran leer una entrevista reciente al presidente de Nokia, la empresa finlandesa que está en la frontera de la economía digital, que lidera las innovaciones en telefonía celular, y es considerada la mejor de Europa de la última década. Cuando le preguntaron sobre las causas del éxito de su empresa mencionó un conjunto de valores, que a su juicio estaban detrás de esos resultados: la honestidad, el hacerse responsable de los resultados de la organización, la confianza. Y destacó un valor: el de la humildad.



Sorprendente: una empresa de punta, en la frontera de la innovación, sosteniendo su eficacia competitiva sobre un valor mariano.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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