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La Alianza por Chile parpadea


Parecía que en los últimos meses los planes le estaban funcionando aceitadamente a la oposición. En sus filas se percibían síntomas de confianza y de cierto optimismo. Los enconos internos de RN se habían aplacado, al menos de cara a la galería; la UDI, aprovechando el décimo aniversario del asesinato de Jaime Guzmán, había mostrado de nuevo su infatigable cohesión y su inoxidable entusiasmo; el pegajoso affaire Pinochet había ido quedando milagrosamente atrás sin apenas contaminar a los pinochetistas civiles más recalcitrantes. Y todo esto mientras Lagos y su gobierno se desgastan y la Concertación muestra signos crecientes de descomposición política.



Estos factores conformaban el escenario ideal para unas elecciones parlamentarias que diesen el penúltimo impulso a la Alianza, antes de tomar definitivamente La Moneda de mano de un higiénico y sonriente Joaquín Lavín.



Pero los sucesos de estos últimos días oscurecen ese horizonte tan despejado. La negociación para los cupos parlamentarios entre la UDI y RN ha adquirido de nuevo el tradicional cariz fratricida que parecía haberse extirpado de la derecha, cuando el año pasado sus dos partidos fueron capaces por primera vez de dejar resueltas en paz y a tiempo las candidaturas municipales.



Mas ahora la brusca renuncia de Alberto Cardemil y de su equipo a la directiva de RN, como consecuencia de un motín de los diputados de su bancada, supone la vuelta carnicera al monte y a la pelea cuerpo a cuerpo. La aceptación de la competencia abierta entre las dos formaciones de la Alianza recrudece la incompatibilidad de dos talantes y de dos proyectos políticos que nunca han podido compaginarse del todo entre sí.



Es verdad que la candidatura presidencial de Lavín pulió muchas diferencias, pero en estos días renacen las viejas historias y se refrescan las antiguas odiosidades. Renovación Nacional se ha sentido tocada por el trato, a su juicio inútilmente soberbio, de Longueira, por el hegemonismo rampante de los gremialistas, por la debilidad de la mesa presidida por Cardemil. Ante las que consideran provocaciones de sus socios, los líderes del partido se han levantado con irritación casi unánime. Por eso han llamado a Sebastián Piñera, del cual esperan nuevo impulso y confrontación sin complejos. El cebo de una eventual candidatura presidencial puede poner en movimiento la temible maquinaria del empresario. Esto haría que la próxima campaña fuera para la derecha más dramática, más incierta y, desde luego, mucho más cara.



Por fin, la Concertación, tiene buenas noticias, al menos por las fallas ajenas.



Tras las bambalinas de la tensionada Alianza por Chile, se está peleando de nuevo -y con qué dureza- el liderazgo del bloque. Aunque según la última encuesta de CERC, la UDI triplica en porcentaje de adhesiones a RN, persisten los encontrados pareceres sobre qué proyecto político debe imponerse. Las dos posiciones ideológicamente más identificables, en torno a Pablo Longueira y a Andrés Allamand, rivalizan por tomar la iniciativa en la fundación de un Partido Popular, como casa común de la derecha o de la centro-derecha chilena. Se rumoreó incluso que este partido surgiría después de las elecciones municipales. Se trata de una colectividad que se formula en términos políticos centristas y pragmáticos, siguiendo en esto la línea de acción que tan buenos dividendos le reportó a Joaquín Lavín en su campaña presidencial y posteriormente en la municipal.



Mas es seguro que las decisiones respecto de este asunto ya no se podrán tomar hasta después de los comicios de diciembre. Habrá unos datos fundamentales a analizar: cuántos votos (y parlamentarios) obtienen la UDI y RN, y también cuántos logra la Democracia Cristiana. Tanto Longueira como Allamand consideran que una caída importante en la votación de la DC facilitaría el crecimiento de un nuevo referente centrista. El líder de la UDI estima que su partido es un heredero casi natural de los votos de la DC por su catolicismo social activo al modo del de los mejores días de la Falange. Allamand cree, por su parte, que su centrismo homologado y su aceptación sin restricciones de la democracia le acerca mucho más a los votantes de la DC. Tiene la esperanza de abrir un espacio político pluralista y dialogante que reviva el positivo espíritu de la democracia de los acuerdos del tiempo de Aylwin.



Los resultados de las elecciones de Diciembre ampliarán o apagarán estas posibilidades. Lo cierto es que en la Alianza por Chile se están moviendo agresivamente los proyectos y los grupos, como sucedió en los años 93 y 97, y que a Joaquín Lavín le quedan cinco largos años en que no le van a faltar los competidores.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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