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Las dos almas de la UDI


Hubo un tiempo en Chile en que ser de derecha era ser conservador. Y conservador era una actitud frente al mundo caracterizada por la defensa del orden existente que se consideraba como bueno. Ser conservador era promover las tradiciones y temer el cambio, mantener una visión pesimista del ser humano y de la razón, creer en reglas estrictas, en las convenciones, ser antihedonista, militarista e intolerante ante las minorías.



El problema es que la derecha en Chile ya no sólo quiere conservar, sino cambiar radicalmente. Desde la irrupción de la UDI nos hemos ido habituando a una derecha que quiere el cambio.



Seamos claros: la UDI representa no una opción estrictamente nacional, sino una orientación ideológica traída en la marea de la globalización. Lo que ayer era propio de comunistas, socialistas y demócratacristianos, su internacionalismo, hoy es característica de la UDI.



En efecto, la UDI surge de la alianza norteamericana e inglesa entre el neoliberalismo y el neoconservadurismo. Dicha alianza se propuso cambiar de raíz el Estados Unidos de los años ’60 y la Europa de los ’70, llenos de burocracias, regulaciones, laxitudes morales, hedonismo, delincuencia, drogas, bienestar sin trabajo regalado por un filantrópico Estado y colectivismos de toda clase.



El neoliberalismo cree que un sistema competitivo de mercado no sólo aumenta al máximo la eficacia económica, sino que es la principal garantía de libertad individual y solidaridad social. Si crecemos más, mayor riqueza fluirá por la sociedad. Al dividir el poder económico y político favorecen la libertad y la democracia. Al excluir la parcialidad política o el prejuicio social se favorece la igualdad y la autonomía individual. Cada uno es libre de tomar sus decisiones sin paternalismos ni opresiones.



Este neoconservadurismo surge como crítica al avance desmedido del individualismo y el hedonismo que destruyen las bases de ahorro, austeridad y trabajo duro que producen el desarrollo capitalista. También destruyen las bases morales de la sociedad. El neoconservadurismo señala que la familia entra en crisis por la permisividad sexual introducida en los años ’60, la laxitud de los padres, el alza del feminismo y la extensión de la homosexualidad manifiesta. Surgen familias monoparentales, en oposición a la familia tradicional, y la autoridad del padre desaparece.



Del mismo modo, surge el problema de las incompatibilidades entre el liberalismo económico y el cultural. Son las contradicciones culturales del moderno capitalismo. Por una parte, trabajo duro en la producción económica. Por la otra, hedonismo y derroche en el consumo. Responsabilidad y sentido del orden político y familiar, pero autonomía e individualismo extremos que destruyen las autoridades de la tradición, de las iglesias y de las familias. Aparece la droga, la delincuencia, la promiscuidad sexual y altas tasas de divorcio. La cultura se ha separado de la economía y ésta gobierna la política, con desastrosos efectos.



La alianza neoconservadora-neoliberal, de la que surge la UDI, se hace aún más contradictoria pues propicia el Estado mínimo. Y así no valora el hecho que justamente es el Estado de Bienestar el que ha impedido que el capitalismo desbocado produzca sus efectos más perniciosos: desigualdades, especulación e individualismo. De no existir ese Estado de Bienestar, muchas de las tradiciones que admiran los neoconservadores podrían venirse abajo.



Esta alianza no resulta lógica y políticamente, y tiende a entrar en contradicción. Con una mano indica al Estado que debe imponer férreamente la ley y el orden, promover los ideales nacionales y la capacidad de defensa. Pero con la otra le ordena al estado desregular los mercados y abrirlos al mundo. Para unas cosas el Estado nacional es bueno, pero para otras es muy malo.



Por el contrario, el mercado es siempre bueno para promover bienes como el crecimiento económico. ¿Y no resulta insuficiente, cuando no francamente malo, para producir justicia social?



Es evidente que los cambios que experimenta la familia se deben, entre otros factores, a la influencia del neoliberalismo. El individualismo y la iniciativa individual en el área económica se extienden a la familia bajo la fórmula de individualismo afectivo que señala: lo central es mi felicidad y mi libre estilo de vida.



Es obvio que el estimular la libertad de acción de las fuerzas de mercado transnacional desencadena fuerzas contrarias a la tradición e identidades nacionales. Todo lo sólido se desvanece en el aire, todo lo sagrado es profanado. Por ello, como lo demuestra el caso chileno, no es raro que el neoliberalismo conviva con el autoritarismo político.



Esa forma espúrea, como el conservantismo político, ha intentado conciliar su respeto de las tradiciones nacionales con la lógica del mercado libre.



Por ello, mal por Chile si la UDI llega al poder sin reducir las contradicciones evidentes de su fórmula: neoconservadurismo más neoliberalismo.
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