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Currículos y prontuarios


Va a ser como esas mareas de luna llena: que crecen sostenidamente, más allá de lo normal, y terminan inundando lugares y sitios a los que el agua no debiara haber llegado. Así va a ser la campaña electoral para las elecciones parlamentarias de diciembre y el comedión que la acompañará.



Terminaremos hastiados de los candidatos, como si no bastara estarlo con los elegidos.Ya en la Alianza por Chile, la UDI y Renovación Nacional se agitan y se engrifan por el tema de la selección de los postulantes a diputados y senadores. En la Concertación, pasa algo similar. Incluso podríamos adelantar el esfuerzo y las amenazas de los radicales para que les otorguen tales o cuales cupos en aras de aportar un poquito de votos al PDC.



Los radicales, ese partido tan necesario -por lo de un centro laico-, pero que lamentablemente luce tantas caras avinagradas.



Los radicales y sus senadores designados -Silva Cimma y Parra-, porque de qué otra manera podrían llegar a tener un senador. Afortunadamente -para ellos, porque dudo que para el país- la institución espúrea de los designados ya no es sólo patrimonio de los «herederos de la dictadura», porque herederos de la «dictablanda», como dijo Pinochet, también hay en el oficialismo (y ese es uno de los vacíos más enervantes del libro «El saqueo de los Grupos Económicos al Estado chileno, de María Olivia Mönckeberg»).



¿Cómo escoger a un candidato? ¿Cómo lograr que la burocracia partidaria, primero, y después la mesa de póker de la alianza política correspondiente lo unja?



Por estos días, en más de un grupo de apoyo a Fulano o Zutano se escucha la queja de que el tipo es «poco conocido». Y con no poco esfuerzo se urden maniobras para «darlo a conocer». Se invita a comer a periodistas, tan voraces y glotones cuando el asunto es gratis. Se instruye al político interesado para que salte con algún dato, ni más que sea una opinión sobre un tema de actualidad, que no necesariamente domine (y se le pone como ejemplo al diputado Leal, experto en hablar de todo).



El asunto, según los estrategas, es clave, y por eso se contratan empresas comunicacionales y a algún experto, tipo Halpern, que sepa escoger desde el color de las corbatas a la hora de ir a un programa de televisión hasta los adjetivos precisos para hacer supuestamente enjundiosa una latera exposición sobre la renovación de la Concertación o el apego a la democracia de los que apoyaron la dictadura. Todo vale. La meta es darse a conocer.



Sin embargo, no puedo dejar de pensar en cuántos deberían hacer sus mejores esfuerzos para que no se les conozca, en esconder sus más valiosos antecedentes, esos que con exactitud los retratan. ¿Quién votaría por Zutano, si en verdad se supiera cómo es, si se comparara su modesta condición de comienzos de la democracia con los negociados del presente, tan bien ejemplificados en la doble papada que ha adquirido? ¿Con qué cara se presenta a candidato Fulano, el mismo que animaba a los carabineros a «corretear» marxistas en su zona rural, marxistas que eran simples y miserables peones que terminaron fusilados sobre un puente en el río? ¿Y Mengano, el de las indemnizaciones? ¿Y ese otro, el que se hizo rico bajo Pinochet, cuando lo de las privatizaciones o antes, cuando se hizo de varias de las empresas expropiadas por la UP?



Vienen meses en que muchos compatriotas, para sumar votos, querrán que se les conozca. Que se conozca, claro, sólo lo que ellos quieren que se sepa. Eso significa, en algunos casos, que se esforzarán para que de verdad nadie se entere quiénes son.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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