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Chile no podrá progresar sin tecnologías


Casi todas las semanas se publican resultados de alguna encuesta o un ránking sobre algún tema de importancia: datos sobre distribución del ingreso, número de pobres, popularidad del gobierno o del Presidente, expectativas económicas de la gente, las 20 ciudades del mundo con mayor calidad de vida, índice de la criminalidad, estado de la nación en cuanto a consumo de drogas y alcoholismo, opinión de los padres sobre la calidad de la enseñanza que reciben sus hijos, programas de televisión con mayor audiencia, ubicación de Chile en una escala internacional de transparencia/corrupción, y otros.



Esta verdadera avalancha de información es una expresión más del proceso que los sociólogos e historiadores llaman «racionalización» de la sociedad, que consiste en someter todos los aspectos de la vida colectiva a cálculo, medición, evaluación o comparación.



También es testimonio del carácter crecientemente globalizado del mundo, donde los países y las empresas compiten continuamente en un mismo escenario de alcance internacional, y en el que los resultados de esa competencia constituyen una poderosa señal para las empresas multinacionales y los inversionistas institucionales.



Tan abundante matemática social y económica suele tener un problema, sin embargo: cierta información valiosa pasa inadvertida, justamente por el exceso de números, estadísticas, indicadores, cotejos y balances.



Algo de eso ha ocurrido con el interesante Indicador de Logro Tecnológico (ILT) dado a conocer recientemente por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, reputado organismo que cada año prepara el excelente Informe de Desarrollo Humano. Este último es un verdadero recuento anual de la marcha del mundo, pero mirado desde la sociedad más que desde la economía, de la gente común más que desde grupos específicos, y que usa una imaginativa metodología para captar no sólo las luces del crecimiento, sino sus dramas, tensiones y sombras.



En cuanto al ILT, lo que mide es la habilidad de 72 países para crear innovaciones, su capacidad para difundirlas y así aprovechar esas innovaciones —sean ellas de última generación o más antiguas— y la dotación de destrezas humanas existente en cada país que permiten crear y transferir el conocimiento técnico.



El ILT divide luego a los países participantes en cuatro categorías: líderes, las naciones más fuertes en el terreno tecnológico y que generan las innovaciones llamadas absolutas o que aparecen por primera vez en el mundo (nuevos fármacos, la computadora, biotecnologías); líderes potenciales, los que están en la carrera hacia convertirse en generadores de innovaciones pero aún no han llegado ahí; adoptadores dinámicos de tecnologías, que son países seguidores en el terreno tecnológico, es decir, importan y adoptan tecnologías y luego las adaptan y usan; y el grupo de países marginados, ubicados en la parte más baja del índice, por carecer prácticamente de una dinámica tecnológica que la medición alcance a registrar.



Como muestra el cuadro (click aquí), entre los líderes están dos países nórdico-europeos, dos países asiáticos —dragón y tigre, respectivamente— y Estados Unidos. También están en ese grupo Holanda, Gran Bretaña, Alemania, Noruega, Irlanda, Bélgica, Austria, Francia, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Singapur e Israel.



En la segunda categoría, los líderes potenciales, aparecen arriba España e Italia, seguidos por tres países de Europa Central o economías en transición, como suele llamárselas. Chile cierra este grupo, en la ubicación 37, debajo de México, Argentina y Costa Rica.



En la tercera categoría, los adoptadores tecnológicos dinámicos, se inscriben Uruguay, Panamá, Brasil, Bolivia, Colombia, Perú, Tailandia, Filipinas, Indonesia y la India.



Finalmente, Nicaragua, Pakistán, Nepal y un grupo de países africanos, Senegal, Gana, Kenya, Tanzania, Sudán y Mozambique, completan el ránking en las posiciones inferiores: aparecen marginados del progreso tecnológico.



Chile está en una situación ambigua. Por un lado se ubica entre los líderes potenciales, lo que es un signo de esperanza; por otro, ocupa el último lugar, justo por debajo de la mitad del ranking total de los 72 países.



¿Qué explica el desempeño comparativamente pobre de Chile?



Ante todo, el hecho que nuestro país posee una escasa capacidad de generación de innovaciones, asunto para nada sorprendente si se piensa que más del 90 por ciento de las patentes registradas anualmente provienen de no más de diez países.



En seguida, el hecho de que nuestras exportaciones se hallan concentradas fundamentalmente en el sector de recursos naturales y productos manufacturados de baja tecnología, aspecto que en este índice pesa fuertemente.



Tampoco Chile ha adelantado lo suficientente en la difusión de las nuevas tecnologías (como Internet) y de las viejas (telefonía, por ejemplo), aunque en ambos rubros está haciendo progresos, según muestran cifras dadas a conocer en los últimos días, sobre todo en cuanto a la penetración de Internet y el avance de la telefonía móvil.



Por último, en materias educativas —cobertura y calidad, sobre todo— Chile está lejos aún de los países desarrollados, mas también está a la zaga de los tigres de primera y segunda generación, y de las naciones de Europa Central y del Este.



En medio del alud de información cuantitativa que cae sobre la sociedad, sería interesante aislar y retener algunos datos, como los entregados aquí, y ponerlos al centro del debate público. De las realidades que ellos reflejan depende el futuro de nuestro crecimiento y bienestar.



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