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Oír a Cicerón: menos movimientos y más campañas

Sin amigos, la política se convierte en el más despiadado juego del poder. Amigos son dos caminando juntos, compartiendo lo público y lo privado. Quien ha participado en política sabe cómo es capaz de unir en las derrotas y en los triunfos, en las alegrías y en las tristezas en la tarea de la construcción del hogar público.


¿Cómo lograr que la participación política vuelva a inspirar a nuestros jóvenes y los partidos se reformen? La respuesta a ambas preguntas es: con amistad.



Ulrich Beck se ha hecho la pregunta y ha sentenciado que la política debe partir por ser un espacio de encuentro donde la ética del mártir, como la de los ’60, sea reemplazada por la
estética del compromiso gratificante.



Es la parte olvidada de las grandes movilizaciones de los ’60, ’70 y ’80. El sueño de un mundo mejor se iniciaba en largas noches de bohemia entre los amigos. Las amistades ahí se cultivaban y surgían apasionados amores en las barricadas. Los revolucionarios del ’68 lo hicieron consigna bélica-sexual: «Hagamos el amor y no la guerra».



La segunda cuestión es pasar de la retórica mal entendida y peor practicada a la mística de la tarea bien realizada. Es decir, que la acción política se proponga frutos concretos junto, por cierto, con grandes sueños. Menos movimientos y más campañas: movimientos de hombres y mujeres libres que quieren la sociedad justa, pero que realizan aquí y ahora campañas que ayudan al desvalido o promueven una ley determinada.



Hacer el bien y pasarlo bien, podría ser la forma de recuperar el entusiasmo de la participación para construir un mundo mejor, un Chile más justo.



¿Algo nuevo bajo el sol? La verdad, no. Más bien, pensamiento clásico republicano.



Ya recordamos a Aristóteles cuando le decía a su hijo Nicómaco: «Sin amigos nadie querría vivir» El estagirita le dedica un libro fundamental: Etica a Nicómaco. En él, el filósofo quiere dejar lecciones de vida a su hijo. Nada más noble en su propósito y nada más sabio en su resultado. Hijo, cultiva amigos y lucha por la grandeza de la polis, parece decirle.



El discípulo de Aristóteles, Alejandro Magno, escuchó a su maestro. Cuenta la historia que a causa de haber tomado un baño en las frías aguas del Cidno estando muy sofocado, la vida de Alejandro Magno se consideró en grave peligro. Los médicos no se atrevían a administrarle droga alguna.



Sólo Filipo de Acarnania, amigo de infancia de Alejandro, compuso cierta bebida cuyo poderoso y saludable efecto debía producirse inmediatamente. Mientras ésta se preparaba llegó a poder de Alejandro una carta de Parmenión, en la cual le aconsejaba desconfiar de Filipo, y le acusaba de estar secretamente entregada a Darío.



Alejandro, sin manifestar emoción alguna, apuró la copa de un trago, entregando simultáneamente a Filipo la carta acusatoria, cuya falsedad quedó inmediatamente demostrada.



Y Alejandro Magno conquistó con sus amigos occidente y oriente.



Cicerón, el maestro de la política romana, declaró: «Una era la casa, uno el alimento y una la mesa». Describe un diálogo de Lelio con sus yernos. Su mejor amigo acaba de morir, y es el momento propicio para escribir una hermosa apología a la amistad.



Cicerón dice, a través de Lelio, que espera que la memoria de su amistad sea eterna. Vana pretensión, pues todo lo humano ha de morir. Sin embargo, el logro de Cicerón no es menor. 2 mil años después sus palabras son recordadas.



En el recuerdo de su amistad se goza en tal manera que declara que ha vivido feliz porque vivió con Escipión, con el cual tenía en común los asuntos públicos y privados. En la amistad con Escipión encontró comunidad de sentir en los asuntos públicos y consejo en los asuntos privados, y también descanso lleno de deleite.



Para Lelio entre los amigos hay fidelidad, integridad, ecuanimidad, liberalidad, y no hay en ellos ninguna codicia, liviandad, temeridad, pero sí una gran constancia. La amistad es «el común sentir de las cosas divinas y humanas con benevolencia y amor».



Lelio se pregunta ¿Qué cosa más dulce que el tener con quien te atrevas a hablar como contigo mismo? De ahí que Lelio concluya que «con excepción de la sabiduría, los dioses inmortales no han otorgado al hombre algo mejor que ella».



Sin embargo, muchos desconfían de la amistad en política. Kant lo decía: «Todas las cofradías son camarillas. Quien tiene amigos y poder es muy peligroso». Los chilenos lo perciben. No sólo detestan en los partidos políticos sus eternas disputas internas. ¿No se dicen camaradas o compañeros entre ellos, se pregunta indignado el ciudadano?



También desconfían en los grupos políticos que parecen sólo querer servirse del poder en su particular interés. Y la política debería ser el arte de gobernar la polis para el buen vivir de la multitud. El republicano reclama que los gobernantes se pongan al servicio de los demás y que siempre prime el interés general.



Pero la amistad no es la camarilla del poder. Prefiero a Cicerón sobre Kant. «Cuando se pide a los amigos algo que no sería recto obramos mal». «Nuestra dedicación a la persona de nuestros amigos no debe jamás arrastrarnos al mal.



Sanciónese, por tanto, en la amistad esta ley: que no solicitemos cosas vergonzosas ni, solicitadas, las ejecutemos». «Sanciónese, pues, ésta, como primera ley de la amistad: que pidamos a los amigos cosas honestas, que hagamos cosas honestas en servicio de los amigos».



Sin amigos, la política se convierte en el más despiadado juego del poder. Amigos son dos caminando juntos, compartiendo lo público y lo privado. Quien ha participado en política sabe cómo es capaz de unir en las derrotas y en los triunfos, en las alegrías y en las tristezas en la tarea de la construcción del hogar público.



Cuando los jóvenes vean en los políticos amigos de verdad y cultiven tan noble relación, volverán.



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