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Más allá de Brunner, más allá de Moulian

Lo primero que deseo destacar es lo sorprendente que resulta observar un diálogo de esta naturaleza sin que haya una mención al rol que juega o deben jugar en la sociedad actual el mercado y el Estado.


Ä„Permiso! He seguido con mucho interés desde Barcelona la polémica sobre «Ser de izquierda» que mantienen a través de este medio Brunner y Moulian. No he podido resistir la tentación de involucrarme, o si quieren, de inmiscuirme en un diálogo al que no he sido invitado. Sin embargo, debo reconocer que mi interés está claramente influido por el respeto que me merecen ambos contendores. Qué duda cabe: se trata de dos intelectuales serios de la política nacional, bien por lo demás muy escaso en el Chile actual.



En particular, sobre Moulian rescato y respeto su coherencia y consistencia histórica con sus ideas e ideales, hecho poco frecuente dentro de su especie. De Brunner destaco su consistencia liberal: claramente se trata de un intelectual al quien mueven las convicciones e ideas y no objetivos subalternos (dinero y arribismo social) como ocurre con muchos liberales chilenos de última hora.



Expresada esta convicción, quisiera adentrarme en el debate mismo e intentar extraer algunas consecuencias de las afirmaciones contenidas en él.



Lo primero que deseo destacar es lo sorprendente que resulta observar un diálogo de esta naturaleza sin que haya una mención al rol que juega o deben jugar en la sociedad actual el mercado y el Estado.



Curiosa esta omisión, pues se trata de dos hombres que se proclaman de izquierda. Sin embargo, esta ausencia deja de ser desconcertante cuando se descubre un punto de convergencia sustantivo entre ambos polemistas -que soslayó Brunner en el balance de acuerdos y desacuerdos de su ultima columna-, su total desconfianza o recelo acerca del papel del Estado en la búsqueda del objetivo de crecimiento económico y equidad social, cuestión que está en el centro de cualquier aspiración política progresista.



Entonces, sólo a partir de una premisa de este tipo se explica la crítica que ambos formulan a las experiencias socialdemócratas de construcción del Estado de bienestar. Primero Moulian crítica el hecho que sean experiencias estatistas que fomentaron el economicismo del movimiento popular, generando una cultura obrera de espíritu corporativo. Este planteamiento, que procede de lo que podríamos denominar pensamiento crítico de izquierda, es de tipo institucional, es decir, relacionados con problemas de representación y de profundización democrática.



Es Habermas, a través de su libro Facticidad y validez, quien proporciona elementos para observar los problemas institucionales del Estado social, las que son complementadas por Bobbio a propósito de su libro acerca de la crisis de la democracia.



Todo parece indicar que la falla de esta crítica reside en la pretensión de estos movimientos de izquierda en cuanto a aspirar a una identificación total entre sociedad civil y Estado, aspiración no sólo impracticable sino también de dudosa viabilidad democrática. Al contrario, el punto parece ser que lo que se necesita es mantener la reivindicación de un mayor protagonismo de la sociedad civil, con la consiguiente aminoración de la intervención del Estado en la vida social.



Ello no significa sustituir el Estado por la sociedad civil, ni tampoco desmantelar el Estado de bienestar, pues sabemos que hay tareas que no pueden ser asumidas totalmente de forma correcta por la sociedad civil.



Luego Brunner afirma que la política socialdemócrata está en jaque, pues casi nadie la practica. Asimismo, sostiene que en los países en vías de desarrollo la construcción del Estado de bienestar obliga a pensar previamente en cómo impulsar el crecimiento económico y alcanzar el desarrollo.



Temerarias afirmaciones en ambos sentidos: en el primero, pues a pesar que ha pasado más de un cuarto de siglo desde que se decretó su crisis por parte de la nueva derecha, lo cierto es que los países de Europa Occidental mantienen las estructuras básicas del Estado de bienestar, independientemente de las experiencias más recientes de estrategia de eficiencia en el Reino Unido, desburocratización en Alemania, descentralización en Holanda, renovación en Suecia y Francia, restauración en Dinamarca y, por supuesto, modernización, como en España.



Cabría aquí la pregunta de por qué un gobierno de centroderecha como el que tiene hoy España, no ha desmantelado el Estado de bienestar.



En segundo lugar, la vasta evidencia empírica de más de medio siglo demuestra que la construcción del Estado de bienestar no sólo fue condición suficiente sino también necesaria para alcanzar el crecimiento económico y el desarrollo en Europa.



Estas afirmaciones sólo se pueden entender si reconocemos una cierta hegemonía que desde la nueva derecha ha ejercido este discurso, no sólo de los sectores neoliberales y conservadores tradicionales, sino por el hecho que ha logrado permear el relato discursivo de sectores que hasta hace poco se ubicaban en el espectro del progresismo político.



Este discurso sostiene básicamente que el Estado de bienestar provee un exceso de equidad que puede haber mermado la eficiencia y el crecimiento económico. El sustento teórico de tal creencia se basa en los bien conocidos marcos teóricos del liberalismo económico, que postula que el efecto redistributivo del Estado de bienestar afecta la capacidad de ahorro -y, por tanto, de inversión- al reducir las rentas del capital y de los sectores más pudientes de la población, que son los grupos sociales que se asume que tienen mayor capacidad de ahorro.



Lo curioso es que este discurso sigue reproduciéndose a pesar que la evidencia empírica niega sistemáticamente la validez de sus premisas. Un estudio detallado de la eficiencia económica de las economías más importantes de la OCDE desde los años ’50 en adelante, realizado por un grupo de economistas de varios países dirigidos por Epstein y Gintis y publicado por Cambridge University Press, Macro-Economic Policy After the Conservative Era, 1995, muestra que los años de dominio de políticas liberales -con descenso de la equidad- se han caracterizado por tener menor ahorro, menor inversión, menor crecimiento de la productividad y menor producción de empleo que aquellos períodos en que las políticas más equitativas han sido las dominantes.



(Sobre este punto, desearía citar otros estudios; sin embargo, el espacio no lo permite, por lo que recomiendo la lectura de los libros del profesor de las universidades Pompeu Fabra y Johns Hopkins, Vincent Navarro: Neoliberalismo y Estado de bienestar y Globalización económica, poder político y Estado de bienestar, Editorial Ariel).



En fin, más allá de cualquier ideologismo, lo cierto es que el Estado de bienestar ha contribuido a crear sociedades que han garantizado condiciones de vida dignas a la gran mayoría de la población.



El segundo punto que me interesa tratar se refiere al significado que le atribuyen ambos polemistas a fenómenos como el de la globalización. Moulian releva los peligros y riesgos que encierra este proceso, Brunner anuncia las oportunidades que ofrece. Ä„Cuidado! No es adecuado anteponer al romanticismo-conservador un optimismo-delirante.



Lo cierto es que tiendo a compartir la visión de Fernando Calderón, quien afirma que la globalización produce una tensión entre las posibilidades de generar un orden mundial más interconectado e interdependiente, en el que todos los países y regiones aporten desde sus particularidades, y la existencia de posiciones de desigualdad creciente en el acceso a ese mundo globalizado de parte de distintas sociedades.



Este marco, el que pienso no se puede soslayar para entrar a visualizar riesgos u oportunidades, nos debe conducir a reflexionar con sentido crítico cómo el Chile de aquí y ahora se inserta en este proceso. Nuevamente la experiencia comparada puede dar luces. Al observar las cifras de integración en la economía internacional a través del indicador exportaciones como porcentaje del PIB, vemos que los países con sistemas socialdemócratas y demócratacristianos pasaron a representar como promedio en el período 1960-1973 de 28.2 por ciento y 27.2 por ciento a un 35.8 por ciento y 39 por ciento en el período 1980-1989, respectivamente.



Mientras tanto, los países con sistemas liberales representaron como promedio en igual período un 20 por ciento y un 29 por ciento, respectivamente.



En consecuencia, podemos afirmar que la inserción subordinada o no al capitalismo global requiere, sobretodo en un país pequeño como el nuestro, tomar posición acerca de cuestiones como la existencia de un pacto social, nivel de capital humano y social, o el equilibrio en las relaciones empresa-trabajador, políticas de fomento productivo.



No pronunciarse sobre estas materias no sólo es una omisión importante sino también es algo así como <Pangloss en el Cándido de Voltaire: todo es para bien en el mejor de los mundos posibles. Ni el catolicismo, ni el protestantismo, ni el radical-socialismo, ni el gaullismo, ni el bolchevismo, ni el fascismo, ni siquiera el liberalismo del siglo XIX, habrían osado proponer al mundo un frenesí panglossiano parecido de aceptación de todo lo que ocurre.



Finalmente, deseo cerrar estas observaciones haciendo referencia a una cierta confusión que aprecio en el planteamiento de Brunner entre medios y fines, causas y efectos.



Cuando Brunner establece la relación entre la deliberación -y participación- y el crecimiento, sostiene la idea de lo segundo como causa y medio para conseguir lo primero. Dice que la deliberación viene con el desarrollo y ejemplifica haciendo como contrapunto el caso de Haití versus Italia. Al respecto, nuevamente noto una desatención hacia estudios serios como los de Putnam (The Prosperus Community: Social Capital and Economic Growth, 1993), difundidos por el Banco Mundial, donde se demuestra que la diferencia de desarrollo entre el sur y norte de Italia está altamente correlacionada con la mayor acumulación de capital social en el norte.



Es hora que ampliemos nuestra mirada: afortunadamente el cuello de los humanos nos da un espectro de observación de 180 grados, aunque parece ser que parte de nuestra tecnocracia sólo mira hacia arriba, es decir, el paradigma del norte de América.



En definitiva, se requiere avanzar hacia una conceptualización más amplia y compleja del desarrollo que supere las aún muy arraigadas en las etapas del crecimiento. En ese sentido, reconocimientos como los de la insuficiencia del recetario del Consenso de Washington son señales que hay que atender.



Para conseguir unos mercados interiores vibrantes y bien conectados con los mercados internacionales hace falta mucho más que disciplina fiscal, liberalizaciones, desregulaciones y privatizaciones (Stiglitz, 1998). James Wolfensohn, presidente del Banco Mundial, plantea que sin desarrollo social paralelo no habrá desarrollo económico satisfactorio. Enrique Iglesias, presidente del BID, señala que el desarrollo sólo puede encararse en forma integral; los enfoques monistas sencillamente no funcionan.



Por último, deseo manifestar mi interés de seguir participando de este debate, aunque sea como espectador, puesto que creo que es bueno para Chile, más aún si tiene como horizonte contribuir a repensar y reconfigurar un proyecto progresista de país de cara al siglo XXI.



Asumo la interpelación que nos hacía el filósofo florentino Pico della Mirandola en su discurso sobre la dignidad del hombre, en que afirma que el hombre es un animal de naturaleza diversa, multiforme y destructible y, en esa condición flexible, es propio del hombre tener aquello que escoge y ser lo que quiere. Más que mantener el mundo como lo ha heredado, tenemos que darle nueva forma; nuestra dignidad depende que así lo hagamos.



Por cierto, este debate me interesa puesto que su marco es atingente para quienes nos ubicamos más allá y más acá de la izquierda.





(*) Militante de la Democracia Cristiana. Actualmente cursa doctorado en Ciencias del Management en ESADE, Barcelona.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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