Publicidad

Hitler pensaba positivo

El optimismo puede ser tanto o más peligroso que el pesimismo. Como éste, el primero también es un prisma deformador de la realidad, y la historia se ha encargado de demostrar que la realidad siempre termina pasando sus facturas y cobrando un precio elevado a las cosas que se hacen sin tomarla en cuenta.


El Führer cultivó con pertinacia ejemplar eso que ahora llaman «pensar postivo». Si no estuviera tan desprestigiado históricamente, creo que lo habrían usado en esa campaña publicitaria. En 1944, al producirse el desembarco de los aliados en Normandía que abrió el temido segundo frente y precipitaría la derrota, Hitler comentó lleno de optimismo: «Ä„Por fin tenemos a los ingleses donde los queremos!»



Su primera derrota había sido la batalla de Inglaterra, donde la Luftwaffe sufrió enormes pérdidas y no consiguió hacer que la isla se rindiera. La invasión aliada le pareció a Hitler un regalo del cielo: los ingleses salían de su fortaleza insular y venían a su encuentro. Sólo que venían con los norteamericanos, mientras las mejores tropas alemanas estaban siendo exterminadas en el frente del Este por los rusos.



Cuando estaba encerrado en el bunker, Hitler todavía confiaba en que los rusos iban a sufrir la más catastrófica derrota ante las puertas de Berlín. Desde su refugio subterráneo dirigía la defensa de la capital: movía sobre el mapa ejércitos que habían dejado de existir o que estaban diezmados y sin pertrechos. Trazaba planes teóricamente impecables, maniobras de alta academia militar, pero con fuerzas inexistentes.



El Führer veía lo que quería ver. Veía ejércitos donde sólo había despojos. Ordenó un contraataque decisivo del ejército del general SS Steiner, pero éste disponía apenas de una fuerza inútil, una especie de collage hecho de retazos: tanquistas sin tanques, aviadores sin aviones, marineros en tierra.



Goebbels era otro gran pensador positivo. Desde su escondrijo en el Berlín lleno de incendios y de ruinas emitía mensajes radiales pletóricos de optimismo. Recordaba que en el siglo XVIII Federico el Grande pasó por momentos difíciles, cuando enfrentó a fuerzas muy superiores y los rusos habían entrado ya a Berlín, pero gracias a su inquebrantable fe en la victoria, su capacidad de estratega y a la protección de la Providencia que sembró la discordia entre sus enemigos, se sobrepuso y venció.



No podían caber dudas que Hitler, con un genio militar superior al de Federico, alcanzaría la victoria.



Hitler y Goebbels tenían confianza, entre otras cosas, en que los ingleses y norteamericanos se darían cuenta a tiempo de la magnitud del peligro bolchevique y harían una alianza de última hora con Alemania contra los rusos.



Luego Goebbels proclamó que los bombardeos que arrasaban a Alemania eran instrumentos de una saludable renovación. La prensa que le hacía coro declaraba que las bombas habían destruido «los últimos obstáculos que se oponían a la realización de nuestra tarea revolucionaria». «Al intentar destrozar el futuro de Europa, el enemigo sólo ha conseguido aplastar su pasado; y con él ha desaparecido todo lo gastado e inútil», proclamaban.



Ä„Piensa positivo! le decía Goebbels a la población alemana que intentaba sobrevivir en sus ciudades destruidas.



El optimismo del Führer era contagioso. Hay muchos testimonios de generales que cuando el Reich empezó a sufrir una derrota tras otra llegaban desmoralizados a entrevistarse con Hitler, pero después salían llenos de optimismo.



Cuando la situación ya era desesperada, Hitler destituyó a Goering del mando de la Luftwaffe y convocó a su refugio a Ritter von Greim para reemplazar al gordo y rubicundo mariscal del aire. Von Greim logró llegar a Berlín herido, y desde ahí, desfalleciente, habló por teléfono con el general Keller, a quien instó a no caer en el derrotismo: «Todo se arreglará», le dijo. «La presencia del Führer y su confianza en el triunfo me han transformado Ä„Este lugar es para mí como la fuente de la eterna juventud!»



Este contagioso optimismo sobrevivió al propio Hitler. Después de su muerte surgió entre los jerarcas nazis la ilusión de crear un estado alemán nacional socialista autónomo y reconocido por los aliados en Schleswig-Holstein.



El historiador H.R.Trevor-Roper cuenta una patética reunión de estado mayor convocada por el líder de las SS, Heinrich Himmler, el 5 de mayo de 1945: «Como anticuados dinosaurios, moviéndose torpemente, acudieron altos jerarcas de las SS, jefes policíacos, dirigentes de unas organizaciones ya muertas, a quienes únicamente les quedaban sus títulos resonantes, el recuerdo de una autoridad desvanecida y una serie de absurdas ilusiones».



Allí Himmler declaró que no pensaba matarse, que estaba lleno de vitalidad y de planes para el futuro. Terminó suicidándose, lo mismo que Hitler.



Con esto pretendo señalar que el optimismo puede ser tanto o más peligroso que el pesimismo. Como éste, el primero también es un prisma deformador de la realidad, y la historia se ha encargado de demostrar que la realidad siempre termina pasando sus facturas y cobrando un precio elevado a las cosas que se hacen sin tomarla en cuenta.



La realidad se resiste a ser examinada a través de estas simplificaciones polarizadas, positivo-negativo, bueno-malo, luminoso-oscuro. Creo que hay que atreverse a intentar miradas más complejas, más ricas y eficaces.



__________________



Vea otras columnas del autor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias