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Del facilismo a la complejidad de los análisis

Hace tiempo que la supuesta objetividad o neutralidad de los análisis sociales ha sido cuestionada, por lo que llama la atención que uno de los autores más citados en nuestro medio como autoridad para comprender la naturaleza del actual conflicto sea nada menos que uno de los más ideologizados, menos objetivos y más conservadores: el politólogo Samuel Huntington.


En un país en que faltan análisis, investigaciones, especialistas y masa crítica de estudiosos sobre los diversos temas que interesan a la opinión pública, es corriente recurrir al discurso testimonial o hacer un collage de citas de los autores contemporáneos de moda, sin una perspectiva crítica y original de tales análisis. Con ello se queda preso de las orientaciones ideológicas, es decir, de las categorías que usan autores como parte de una estrategia discursiva que expresa finalidades e intereses intelectuales, pero también políticos.



Es cierto que hay autores propiamente científicos o intelectuales cuyos análisis están menos al servicio de intereses relacionados con el poder económico, estatal o político, pero es difícil encontrarlos cuando lo que está en juego son situaciones que se acercan a la guerra, como las vividas desde hace más de una semana, a partir del atentado terrorista que afectó a Estados Unidos.



Hace tiempo que la supuesta objetividad o neutralidad de los análisis sociales ha sido cuestionada, por lo que llama la atención que uno de los autores más citados en nuestro medio como autoridad para comprender la naturaleza del actual conflicto sea nada menos que uno de los más ideologizados, menos objetivos y más conservadores: el politólogo Samuel Huntington.



Lo que pasa es que estamos frente a una de esas tesis «best-sellerianas» por lo simplista, engañosamente atractiva y fácil de difundir por los medios. Este autor, al igual que Fukuyama, postulaa que ya se acabaron los grandes conflictos ideológico-políticos de los dos últimos siglos, porque se impuso un mundo globalizado con los ideales norteamericanos del mercado y la democracia.



Pero, a diferencia de Fukuyama, que ve en esto el fin de la historia, es decir, que concibe lo ocurrido -valga la metáfora- como un gran orgasmo universal al que todos, más temprano o tardíamente, van llegando, Huntington lo ve como un coitus interruptus. Es decir, para él hay quienes no aceptan este nuevo orden civilizatorio y se le oponen desde la cultura y, sobre todo, desde la religión. Por ello, prevé que este siglo será el del choque de civilizaciones y en esto consistirán los conflictos presentes y del futuro. Obviamente, el principal enemigo de la civilización dominante es el islam, porque los chinos ya se compraron el mercado y sólo les falta la democracia, que ya llegará.



Nada más conveniente para Estados Unidos que este análisis que oculta tanto su carácter hegemónico e imperial como que en el mundo por él dominado se condena a enormes contingentes de seres humanos a la miseria, la desesperanza y la destrucción de sus culturas y modos de vida. Así, se despoja a los conflictos y luchas de su carácter económico y político sólo porque ya no obedecen a las ideologías del pasado. Se elimina de esta manera el significado de lucha contra un poder y dominación a los que grandes contingentes y también minorías extremas ven como imperiales y dueños de todos los recursos, para convertir tales conflictos en guerras religiosas o choques culturales motivados por la intolerancia y el fanatismo propio de las religiones no occidentales.



Y nuestros analistas criollos, con simplismo, algo de frivolidad y sin mayor reflexión, copian las citas y las aplican al actual conflicto. Entonces, al analizar el reciente ataque terrorista a Estados Unidos desde ese punto de vista, se lo hace pasar como parte de esa guerra de religiones o de choque cultural, con lo que de hecho se identifica al terrorismo con el Islam y se convierte al primero en una estrategia consciente del segundo.



Es cierto que hay un componente religioso y cultural de los que se revisten estos actos terroristas. Pero el apoyo que concitan en muchos sectores de la población musulmana nada tiene que ver con creencias religiosas, sino con una motivación política: es la lucha contra la súper potencia, a la que culpan de muchos de sus males. Lo que hay por parte de ciertos grupos políticos extremos, entonces, es la manipulación de un sentimiento religioso para obtener apoyo y disfrazar una estrategia político-militar, como es el enfrentamiento y la guerra al imperio económico y político encabezado por los Estados Unidos, sin pasar por los estados y por medio del ataque terrorista.



No ver este aspecto económico y político, es decir, clásico -auque con formas nuevas- puede llevar a declarar guerras santas. Porque si se trata de choque de civilizaciones, entonces, en una guerra no queda otra que destruir la civilización enemiga.



Por ello la importancia de bloques como el latinoamericano, el europeo u otros, para que el castigo firme, justo y necesario al terrorismo no se transforme ni en una lucha por las prerrogativas de la gran potencia ni en la eliminación de otras culturas que no quieren desarrollarse bajo la hegemonía norteamericano-occidental.



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