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En el nacimiento del siglo XXI

La pretensión de Bush de militarizar el espacio para hacer un Superman de EE.UU., que mantendría el orden mundial sin arriesgar un soldado, pasó a ser un anacronismo ante la amenaza real del terrorismo privatizado, transnacional y desarraigado.


Los ataques del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono en Washington han tenido un profundo impacto en la política mundial. Todavía no sabemos cómo se reordenarán las piezas. Sin embargo, es muy posible que en los años próximos el Estado y la cooperación internacional sean parte de la solución y no del problema, como ocurre cada vez que enfrentamos una gran crisis.



A la vez, Blair podría tener éxito en canalizar ese cambio dentro de lo que llama el poder de la comunidad, y Putin aprovecharlo para enterrar definitivamente la guerra fría. Este proceso para un nuevo entendimiento, sobre la base de un mundo multipolar, podría frustrarse si durante la llamada guerra contra el terrorismo se desestabiliza Pakistán, que tiene armas nucleares, o Arabia Saudita, la clave mundial de petróleo, o si caemos en el choque de civilizaciones entre creyentes e infieles, como afirma Osama Bin Laden.



Todo comenzó con la conversión de la administración Bush al keynesianismo y el internacionalismo, por razones muy obvias. La situación económica, que era preocupante, pasó a ser crítica. EE.UU., incluidos la Casa Blanca y el Pentágono, estuvo en una absoluta indefensión y el gobierno quedó tan sorprendido que por horas sólo atinó a esconderse, ante un ataque de 19 suicidas armados con cortaplumas que transformaron en catástrofe la rutina de la sociedad moderna (aviones comerciales de pasajeros y rascacielos).



Para nada sirvió un presupuesto anual de 300 mil millones de dólares en defensa y de otros 30 mil millones en inteligencia. Y la pretensión de Bush de militarizar el espacio para hacer un Superman de EE.UU., que mantendría el orden mundial sin arriesgar un soldado, pasó a ser un anacronismo ante la amenaza real del terrorismo privatizado, transnacional y desarraigado.



Este enemigo no es una versión moderna del ejército otomano avanzando hacia las puertas de Viena, como supone la tesis del choque de civilizaciones y el concepto mismo de la defensa nacional con fuerzas armadas tradicionales. Como indicaron ya en 1993 David Ronfeldt y John Arquilla de la Rand (www.firstmonday.org), ni siquiera se trata de movimientos políticos jerarquizados o fuerzas guerrilleras organizadas, sino de grupos que operan como partículas separadas pero interconectadas de una red electrónica, a menudo sin un comando central, y cuyas células, mimetizadas entre la población, parecen estar en todas partes y en ningún sitio.



El símil es la internet y la consecuencia es la transmutación de la globalización en una pesadilla.



De inmediato se acordó un paquete de estímulo fiscal de 130 mil millones de dólares (1,3 por ciento del producto interno bruto) y se pidieron políticas similares al resto del Grupo de los Siete, que Bush selló diciendo que podía girarse con cargo al déficit fiscal en casos de guerra, recesión o emergencia nacional.



Asimismo, Washington reguló los flujos financieros internacionales con una dureza que superó las propuestas europeas que la administración Bush antes rechazó, alegando que obstaculizaban el mercado libre. Y anunció que socializaría el sistema de seguridad de la aviación.



En la política internacional los cambios son también notables. Cierto es que el discurso de Bush a veces recuerda a John Wayne y es maniqueo. Con todo, es bastante moderado. En el Congreso dijo que los terroristas seguían el camino del fascismo, el nazismo y el totalitarismo; el comunismo quedó visiblemente ausente. Redescubrió las Naciones Unidas y pagó gran parte de la deuda de EE.UU. con la organización. Formó una gran coalición, con aportes de cada aliado según sus posibilidades. Aunque llama a la operación guerra, el concepto es tan calificado que no parece serla en el sentido tradicional, e insiste en que durará años y requerirá de la cooperación internacional. Además, presiona con vigor a Israel, e incluso anunció su apoyo a un Estado palestino.



Algunos temieron que el reencontrado internacionalismo norteamericano fuera como el de la guerra fría, con un solo capitán y guión. El destacado político alemán Otto Graf Lambsdorff sostuvo que para mantener la coalición por el tiempo que sea necesario, EE.UU. debería consultar a sus aliados antes de actuar, y no limitarse a informar después de hacerlo.



Putin, el Presidente ruso, se subió a la cresta de la ola antiterrorista, pidió el apoyo de la Unión Europea para el ingreso de su país a la Organización Mundial del Comercio, anunció que reevaluaría la oposición a la expansión de la OTAN, e incluso consideraría el eventual ingreso de su país. La Consejera de Seguridad de EE.UU., Condoleeza Rice, declaró que Rusia ahora no solo es un amigo, sino un aliado.



Blair, en un discurso en la convención del Partido Laborista calificado como magistral por los medios de comunicación internacionales (www.labour.org.uk), afirmó que las campañas para erradicar el terrorismo y las condiciones que lo sostienen son una sola. Añadió que un mundo unido con EE.UU. en una comunidad no sólo podría derrotar a bin Laden, sino también la desesperanza de los campamentos de refugiados palestinos, las matanzas en el Congo, el cambio climático y la pobreza mundial.



Añadió que para lograrlo, Europa tenía que ser importante para sus ciudadanos y los norteamericanos. A ello se sumó, entre otros, James D. Wolfensohn, el presidente del Banco Mundial, quien llamó a los países ricos a eliminar la miseria como fuente de conflicto.



No obstante, este proceso podría frustrarse. Los conservadores norteamericanos pretenden aumentar los blancos militares. Las consecuencias de las operaciones bélicas son por definición impredecibles. Recordemos la frase inglesa para calificarlas: situación normal, reina el caos.



Además, los gobiernos de los países islámicos se sienten bastante inseguros por las posibles reacciones de sus poblaciones. El gran problema es que enfrentan oposiciones religiosas, aunque no siempre extremistas. Ello es consecuencia del fracaso de la secularización en esa parte del mundo, como también que en el mejor de los casos esos regímenes son democracias tuteladas, como Turquía, Malasia e Irán.



Los demás, son autoritarismos religiosos y feudales, como la República Islámica de Pakistán; monarquías teocráticas y medievales, como Arabia Saudita; satrapías modernizadoras, como lo fue el Irán del Sha, o cleptomanías, como la de Somoza. Uzbekistán, el flamante aliado de EE.UU., es una combinación de las dos últimas.



Con todo, es de esperar que finalmente se imponga la razón. De ser así, al iniciarse el siglo XXI la globalización pasará a ser un negocio de gobierno y no un gobierno de los negocios.



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