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Zapato chino

Lagos culmina su visita oficial a China luciendo unos intercambios universitarios y ayuda para monitorear terremotos, pero de los derechos humanos, la piedra fundamental sobre la que se construyó la Concertación, ni una sola palabra. Sombras chinas.


¿Es el gobierno en verdad insensible? El asunto se ha planteado con fuerza después del vía crucis de las familias de las niñas asesinadas en Alto Hospicio y quedan para el archivo -sonoro, visual y escrito- las palabras del ministro del Interior, José Miguel Insulza, siempre tan taxativo, asegurando que no rodarían cabezas apenas un par de días antes de que rodaran.



Entonces uno se pregunta: ¿esas cabezas rodaron por sus omisiones, desaciertos y errores en la investigación o fue simplemente que el gobierno decidió que rodaran para apaciguar los ánimos de una opinión pública escandalizada, para enmendar un poco el rumbo? Si fue lo último, la insensibilidad es doblemente manifiesta.



El asunto es que esa insensibilidad, de existir, carcome el elemento central -único, incluso- de la Concertación. Porque no nos vengan a decir ahora por boca de Tironis o Brunners que la dictadura se derrotó simplemente para dar un barniz democrático a nuestras instituciones y nuestro sistema, pues la verdadera promesa de la recuperación de la democracia era devolver libertades y dignidad a los marginados y desposeídos.



[En nuestro sistema, bueno es recordarlo de vez en cuando, conviven senadores designados -ahora algunos de la Concertación que no demuestran vergüenza por ello- y comandantes en jefe de las fuerzas armadas inamovibles, entre otras cosas.]



Los pobres han ido desapareciendo desde hace años del discurso oficial -con el respaldo consistente del canal público de televisión, que los incluye básicamente en su versión desdentada, tirillenta y ligeramente gagá en las campañas del Hogar de Cristo- convirtiéndolos así en sujetos más parias que antaño, cuando al menos desde la rabia, las protestas y la inmolación en las barricadas jugaban a ser sujetos por último del descontento y el sacrificio de la muerte. No era poca cosa. Ayer como hoy, morir no es poca cosa.



Los políticos que hoy viven -Ä„y cómo!- de ese sacrifico no deberían olvidarlo. Aunque parece que uno de los ingredientes del llamado «arte de la política» es cultivar y doctorarse en el tema del olvido.



Afortunadamente para ellos, desgraciadamente para tantos, la guerra en Afganistán ha desviado buena parte de la atención hacia allá, dando un respiro a algunas de nuestras autoridades. No hay que engañarse: son otros pobres, los afganos, los que ahora se convierten en carne de cañón y ofrecen su sangre y sus vísceras para el espectáculo mediático que, pareciera, requiere constantes sacrificios humanos, pero ojalá de gente prescindible, para saciar su apetito de rating y despachos en vivo.



Mientras tanto, el presidente Lagos se viste en la reunión de la APEC de camisola chillona -pero seguramente de seda- para apretarse la mano con un dignatario chino -Zeming o la momia de Mao, que es un poco lo mismo- el tiempo suficiente para que la prensa capte bien la escena con sus cámaras de foto y video.



Allá, en la APEC, todos estuvieron y estarán contra el terrorismo, todos quieren darle duro a los afganos, a esos bárbaros que no saben de derechos humanos ni de la libertad. Llega a dar asco. Ninguno de esos mandatarios, por cierto, fue capaz de esbozar alguna reserva por las violaciones a los derechos humanos de los anfitriones, los chinos. Bueno, es cosa obvia: Ä„anda a bombardear China y después me cuentas!



Lagos culmina su visita oficial a China luciendo unos intercambios universitarios y ayuda para monitorear terremotos, pero de los derechos humanos, la piedra fundamental sobre la que se construyó la Concertación, ni una sola palabra. Sombras chinas.



Entonces, aquí, en la pantalla de la TV, se ve a Lagos con su chino a la medida. ¿Es eso lo que se quería de Lagos? Simultáneamente, las familias de las niñas asesinadas en Alto Hospicio braman su dolor y son asesoradas por abogados cercanos a la UDI. Imaginamos que entre los múltiples informes con tanto dato público y privado que le hacen llegar al ministro Insulza alguien le habrá sugerido que eso algo significa.



Otros simplemente sueñan con que el Presidente, quizás en mandarín, tome finalmente una decisión. Una decisión en el rumbo de esa olviada promesa original de la Concertación. Quizás ya es tarde.



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