Publicidad

Reflexión sobre el «estúpido liberalismo»

¿Pero no es parte de la razón y de la historia el que las personas tengan derecho a evolucionar (o involucionar) su visión de la realidad? ¿Qué determina ese cambio? ¿La voluntad propia o la realidad misma?


No es mi ánimo entrar a una polémica pública con relación a neoliberales, liberales, conservadores o neoconservadores y progresistas… Esto a propósito del reciente artículo de José Joaquín Brunner (Ä„Ay, el estúpido neoliberalismo!), que entiendo como un sentido reclamo respecto de lo que podríamos llamar actos de intolerancia respecto de quienes tienen una manera de aproximarse a la realidad política con un ángulo diferente.



Detrás de una ácida discusión con tinte ideológico, probablemente hay algo que tiene que ver con esta relación particular de saber (y querer) respetar las ideas distintas, aún si ellas expresan incluso dentro de un mismo ámbito de intereses comunes.



Es un tema que me llama la atención en lo personal, particularmente después de tener el privilegio de haber integrado la delegación chilena que concurrió en Sudáfrica a la III Conferencia Mundial sobre Discriminación, Xenofobia e Intolerancia. En el tercer día de la reunión hubo una crisis muy profunda cuando se retiraron Estados Unidos e Israel, ante la alternativa cierta que se impondría alguna forma de condena unilateral respecto de acontecimientos graves en la relación palestino-israelí.



Los africanos no fueron menos críticos cuando demandaron con audacia a Europa importantes compensaciones, algunas de ellas inviables, como precio por la esclavitud del pasado. Los indígenas de nuestro continente, por su parte, amenazaron con retirarse en masa de la conferencia si el concepto de «Pueblos Indígenas» era retirado del texto final.



La sesión de clausura de la conferencia fue suspendida y muchas delegaciones -la de Chile incluída- tuvieron que retornar a sus países dejando a sus misiones diplomáticas la compleja tarea de acercar posiciones mínimas.



Han transcurrido 56 años desde que Naciones Unidas levantó sus primeras propuestas contra la discriminación y la intolerancia en el mundo. Se han realizado tres conferencias mundiales y los últimos 30 años han sido dedicados a campañas intensas contra el apartheid, la xenofobia, la discriminación y la intolerancia en nuestro planeta.



¿Porqué nos extrañaría entonces que en Chile, un país con 16 millones de seres humanos arrinconados en el extremo sur de un continente atravesado por nuevas crisis económicas, y por qué no, culturales, existan señales de intolerancia política?



Brunner se sorprende de lo que llama «la fuerza de esa clase de calificaciones» cuando una amiga de muchos años le critica que «se ha puesto tan neoliberal…» Y su propia reacción a ese mote no deja de ser igualmente sorprendente cuando arremete contra «la izquierda rocinante» a la que enrostra «esa suerte de (falsa) superioridad moral».



Entonces, tengo como dato que una afirmación intolerante se responde, aparentemente, con otra intolerancia. El resultado podría ser que entre ambos gestos intolerantes no existiesen puentes posibles para un diálogo distinto. Pero pensemos positivamente que ése no debería ser el desenlace.



Vamos ahora a otro ángulo del tema. No será posible avanzar en los próximos meses y años si se mantiene en la Concertación la dicotomía entre el discurso autocomplaciente y autoflagelante. Tampoco se podrá avanzar mucho en medio de estigmas mutuos de «neoliberales» o «izquierdas rocinantes». Se requiere un acto de autocrítica política e intelectual para dar cuenta de fenómenos que son muy complejos y que requieren respuestas que no son fáciles.



Por ejemplo, ¿cambiaron hoy realmente de posición los que ayer eran de izquierda y preconizaban la centralización del Estado y las bases de una revolución popular? Hay escritos que dan cuenta de interesantes discursos y análisis académicos al respecto en la década de los ’60, y aún de los ’70. Si se comparan esos escritos con determinadas visiones que se difunden hoy en medios de prensa, uno tendería a confundirse.



¿Pero no es parte de la razón y de la historia el que las personas tengan derecho a evolucionar (o involucionar) su visión de la realidad? ¿Qué determina ese cambio? ¿La voluntad propia o la realidad misma?



El éxito de la Concertación como proyecto histórico radica en que fue capaz de sumar en sus inicios más epopéyicos una rica diversidad política y cultural. No se trató sólo de un entendimiento entre distintos partidos; fue el encuentro en torno a un concepto de unidad en la diversidad que debía proyectar con fuerza nuestros sueños de un país distinto al que buscaba la dictadura.



Los cambios en la década de los ’90 se realizaron en un escenario de globalización, en medio de una profunda modificación de los paradigmas a los que estábamos acostumbrados, y el discurso político y la reflexión estratégica requerían adaptarse a tiempos muy profundamente cambiantes.



Es cierto que hoy cierto lenguaje de política tradicional de izquierda suena muy distinto a como escuchábamos los mismos temas en la década de los años ’70, en medio de dinámicas históricas muy particulares. Y también es verdad que cierta ensoñación liberal lleva a confundir los sentidos y las ideas. Y no es claro que ambos tengan razón en todo lo suyo.



Entonces, el desafío futuro ha de ser el de aprender a convivir con la diferencia, asumiendo que dicha convivencia tiene como sustancialidad el poder en cuanto capacidad de influir y resolver el curso de los acontecimientos.



Respeto el derecho de Brunner a expresar sus ideas sin que sea estigmatizado. Pido el mismo respeto para quienes piensan diferente. En una reciente reunión de la comisión política del PPD, en relación a un diálogo con Eugenio Tironi -a propósito de sus dichos en cuanto a que la UDI es un partido democrático- señalé que a Tironi yo no lo leo: lo estudio, que es distinto. Porque es valioso tratar de comprender la mirada histórica que están instalando Brunner, Tironi, Schaulsohn, dado que entre otras cosas develan contradicciones que como Concertación hemos ocultado, enrarecido o simplemente descuidado. Esto sin perjuicio de que tengan o no la razón.



¿Y de qué depende que la tengan? Del poder real que las ideas puedan construir en la sociedad y cómo estas ideas han de despertar nuevos procesos.



¿Habrá mañana, en el tiempo venidero, una ampliación de la Concertación hacia el mundo liberal? ¿Por qué no? La Concertación tuvo en sus orígenes expresiones liberales e incluso de grupos conservadores que no supimos mantener adecuadamente cerca. Y si queremos representar mejor al Chile del mañana, cada vez más globalizado, cada vez más planetario, ¿por qué la Concertación tiene que entenderse a sí misma como cerrada con un candado?



En suma, el tema de fondo en la discusión entre neoliberales y progresistas suena un poquito artificial si no se hace el esfuerzo de entendernos mutuamente, incluso para establecer con mayor rigor las diferencias, sin estigmas.



En conclusión: no creo que el neoliberalismo sea estúpido. Es una idea, y las ideas se respetan. Tampoco creo que la izquierda sea tan rocinante o que el centro político juegue sólo al mejor postor. Este tipo de afirmaciones son riesgosas señales de intolerancia.





* Ex director de la Conadi, miembro de la Comisión Política del PPD.



_______________________





Vea otras columnas del autor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias