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Réquiem para un luchador

Aquel día, dentro de la magnitud de la tragedia, dos cosas me golpearon profundamente. Primero el final de su carta-manifiesto de despedida: «Mi alma que desborda humanidad ya no soporta tanta injusticia». Segundo, la imagen de su cuerpo en llamas y su puño en alto, simbolizando la voluntad de darle sentido a una muerte que quizás hubiera sido evitable.


En el célebre pasaje final de su Tractatus, Wittgenstein afirma que frente a aquello de lo que no se puede hablar, es mejor callar. Si me animo a decir una palabra de empatía hacia el gesto radical de Eduardo Miño Pérez -autoinmolado hace unos días frente a La Moneda- es por solicitud expresa de una amiga muy querida.



Leí con pena y escalofrío que el día previo este hombre, agobiado por múltiples problemas económicos y por un sentimiento de soledad exacerbado por la inminencia de la Navidad, repartió sus pocas pertenencias, conversó con un vecino mecánico y se dispuso a ejecutar ese acto terrible, cima de su propia desesperación.



¿Cuántas veces, agobiado, alguno de nosotros no ha imaginado el ritual de la despedida? El libro de Sieff para Carmen Luz, que tanto lo ama; la narrativa completa de Sábato para Sergio; detalles, signos, para Paula, Ximena, Pato, Marcela, Guillermo, Andrea; las cartas imprescindibles… Pero nos lo prohibimos. Por nosotros y por los que amamos.



Eduardo Miño no sólo fue hasta el final, sino que lo hizo de una manera escalofriante, dándole de paso una carga política tremenda a un gesto que es sin duda la forma más radical de protesta.



Aquel día, dentro de la magnitud de la tragedia, dos cosas me golpearon profundamente. Primero el final de su carta-manifiesto de despedida: «Mi alma que desborda humanidad ya no soporta tanta injusticia». Segundo, la imagen de su cuerpo en llamas y su puño en alto, simbolizando la voluntad de darle sentido a una muerte que quizás hubiera sido evitable.



En su libro La resistencia, Sábato sentencia, con la libertad y la clarividencia del que presiente su propia muerte, que «la falta de gestos humanos genera una violencia a la que no podremos combatir con armas; únicamente un sentido más fraterno entre los hombres la podrá sanar». Cuánta sabiduría en esas palabras.



Y cuánta empatía con Miño, cuando uno comprueba a diario que la violencia está enquistada en las estructuras sociales. ¿Cómo no va a ser violento el «tanto tienes, tanto vales»? En la calidad de tu salud, en la calidad de la educación de tus hijos, en la pensión que puedas asegurarte con tus ingresos, «ráscate con tus propias uñas».



Darwinismo social. Ley de Moraga. ¿Cómo no va a ser violento el «si no te gusta, te vas» que intentan remediar -pálidamente, hay que decirlo- las recientes reformas laborales?



Contra eso protestaba Miño (con una forma de protesta que rechazo y que desearía se hubiera evitado). Desesperación existencial e indignación ética. Bomba de tiempo social.



Después de los hechos, me dio vergüenza ajena leer en La Tercera un artículo sobre los cálculos y maniobras de distintos personajes para evitar que el gesto radical de este luchador social dañara su propia imagen. Ä„Váyanse al carajo con su preocupación por la imagen y comiencen a preocuparse de cuestiones sustantivas! Todos. De uno y otro lado del PRI binominal.



Como eco de un pasado lejano -en la ideología- pero cercano en el sentido trascendente de las luchas diversas y plurales por la justicia social, me llega un «Ä„Compañero Eduardo Miño, presente! Ä„Hasta la victoria, siempre!».



Tu gesto queda como un signo absoluto de la desesperación, del dolor, de la lucidez en medio del naufragio existencial.



* Doctor en Sociología, coordinador del Seminario Interdisciplinario UAH



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