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Agenda necesaria, clima de opinión y conducción presidencial

Formular una agenda clara, precisa, con prioridades fuertes, que marque un sello y permita a la Concertación y al país ordenarse en función de metas y objetivos es algo que contribuiría decisivamente a afirmar un clima de conducción.


Quizá lo más importante que resulta de las elecciones del pasado 16 de diciembre es confirmar, incluso ante los opositores más críticos de derechas e izquierdas, y aún frente a los más escépticos y autoflagelantes de la propia Concertación, que la coalición de gobierno retiene un apoyo amplio y está en condiciones de gobernar y proyectar su obra más allá del año 2005.



Como ha reconocido Moulian en su columna de ayer, «las elecciones presidenciales no están, por tanto, ganadas irremediablemente por la derecha, pues la Concertación demostró en un periodo crítico una fuerte capacidad de impedir una erosión aluvional de la votación. Todo dependerá, por tanto, de la actuación de ese conglomerado en estos cuatro años decisivos».



Algo similar decía ayer Joaquín Lavín en un programa de televisión a medianoche. Concedió que la Concertación y el gobierno gozaban de un amplio respaldo, al cual él busca ahora asimilar el apoyo (sin duda menor) obtenido por su alianza opositora.



Lo decisivo, entonces, es qué viene por delante. Y ahí el gobierno tiene la iniciativa.



Se trata, antes que todo, de ofrecer conducción. El país necesita ordenar su comprensión de sí mismo, sus expectativas y su mirada hacia el futuro. Los últimos años —de recesión y elecciones, de conmociones internacionales y sucesivas oleadas de incertidumbre— han enrarecido el clima nacional.



Hay una sensación de inseguridad ligada al ciclo económico y el desempleo; se ha difundido un cierto pesimismo sobre las posibilidades de retomar el crecimiento; la gente se vuelve más desconfiada, y la clase dirigente muestra un grado inusual de exasperación, y a ratos de confusión.



Ahí reside el principal desafío para la conducción presidencial: cómo influir sobre la transformación de dicho clima y cómo recuperar un sentimiento más asertivo de la nación.



Efectivamente, la gran diferencia entre el Chile actual y el de hace cinco u ocho años se encuentra en ese sutil factor de psicología social que llamamos «clima de opinión». Hoy gran parte de la política tiene que ver con el manejo de esta variable. La política se ha subjetivizado, ha entrado en el circuito de la participación simbólica, tiene más que ver con el consumo que con la producción, reside en las señales y las expectativas, en las anticipaciones y las interpretaciones.



Necesitamos urgentemente crear un nuevo clima: de (aún) mayor esfuerzo y confianza (porque así lo exigen las condiciones de la economía) al mismo tiempo que de unidad y consenso (porque así lo exigen las condiciones de la política). Este no es un tiempo para el enfrentamiento, las controversias, los lenguajes radicalizados, los gestos de rechazo.



También necesitamos un clima propenso a las inversiones, que abra espacios a los privados, que resalte la iniciativa de la empresa (grande, mediana y pequeña) y cambie el signo de las relaciones entre el gobierno y los sectores de la producción.



Esto último, que parece escandalizar a la izquierda romántica, incluso a Moulian en sus momentos más pragmáticos, es sin embargo una suerte de condición obvia y de sentido común para el buen funcionamiento de una economía de mercado. Y es algo que deviene en imperativo político cuando nos movemos en un entorno de recesión mundial.



Requisito para cambiar el clima y fortalecer la conducción presidencial es presentar al país una clara agenda para los próximos cuatro años. El propio gobierno creó durante la campaña esta necesidad, al insistir en que pasado diciembre vendría un período de calma propicio para el buen desempeño gubernamental y de las políticas públicas.



Pues bien, ¿cuál será esa agenda?



No basta con anunciar que será consonante con el programa de la Concertación en función del cual habría sido elegido el Presidente Lagos. Porque ni hubo un tal programa —en el sentido propio de la palabra— ni fue elegido por las ideas relativamente vagas contenidas en la plataforma electoral, sino por las esperanzas y promesas que él encarnaba.



Básicamente se trata de la expectativa de recuperar el crecimiento alto y sobre esa base hacer una política social comprometida, junto con dar al país una conducción moderna, eficiente y culturalmente abierta.



El reto para el Presidente, me parece a mí, sigue siendo el mismo que tenía al comenzar su mandato, sólo que en condiciones económicas y políticas menos favorables. Ä„He ahí la dificultad!



Formular una agenda clara, precisa, con prioridades fuertes, que marque un sello y permita a la Concertación y al país ordenarse en función de metas y objetivos es algo que contribuiría decisivamente a afirmar un clima de conducción.



En este momento de dificultades y en esta etapa de nuestro desarrollo, dicha agenda no puede tener otro eje central que no sea el crecimiento de la economía. Ahí tiene que estar puesto todo el esfuerzo; de eso depende el resto, partiendo por el empleo y las medidas de modernización con equidad.



Dar respuesta al desafío del crecimiento es el principal medio a la mano para cambiar el clima de opinión y para generar una conducción nacional que sea percibida como eficaz en esta coyuntura.



A su turno, el motor del crecimiento no podrá encenderse sino con un compromiso de inversión y esfuerzo de los empresarios y trabajadores, y con la confianza y el gasto de los consumidores. Hacia allá tienen que apuntar coherente y decididamente todas las medidas reactivadoras.



No es esta una cuestión ideológica, como si el crecimiento fuera algo que sólo interesa a los empresarios. El crecimiento interesa ante todo para la gente, particularmente los más pobres, que sólo logran salir de esa condición cuando el país avanza y crece. Interesa también al gobierno, pues ésa es la única forma de generar empleo y financiar las políticas sociales. Interesa, en definitiva, a todos.



Por eso carece de sentido, a mi juicio, oponer a dicha agenda necesaria unas agendas multicolores posibles, a veces llamadas progresista, ciudadana, social o populista. Ninguna de ellas satisface los requisitos básicos: (i) del crecimiento, (ii) del cambio de clima y (iii) de la conducción. Por el contrario, todas ellas suponen que la agenda necesaria -la del crecimiento—se adopte y se materialice con éxito.



En esta encrucijada se verá cuán fuerte es realmente el gobierno, el liderazgo presidencial y la Concertación.



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