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El retorno de un mito

El autor es un hombre sencillo, poeta y músico de excepción: Daniel Campos. Como su propio creador, es ya un mito el cassette que circuló de mano en mano, grabado en un modesto estudio, vehículo de una comunión clandestina donde el pan y el vino se conjugaban amor y resistencia.


A Helia Birke, sol perenne, donde quiera que estés





«Siempre tú serás de todos mis recuerdos mi única verdad / siempre tú serás de toda mi amargura mi felicidad / siempre tú serás mi libertad / mi risa mi sed mi reÅŸalidad / mi calor mi miel mi claridad / mi inexpugnable soledadÂ…» ¿Quién que se haya formado en el fragor de la vida universitaria de los años ’80 podrá dejar de conmoverse ante esos versos? ¿Quién podrá dejar de evocar esa extraña mezcla de dicha, miedo, ilusión, rabia y dignidad que nos hizo, para bien y para mal, hijos de la dictadura?



Su autor es un hombre sencillo, poeta y músico de excepción: Daniel Campos. Como su propio creador, es ya un mito el cassette que circuló de mano en mano, grabado en un modesto estudio, vehículo de una comunión clandestina donde el pan y el vino se conjugaban amor y resistencia. Canciones como Teresa, Un niño y una flor, Dolor y, desde luego, Siempre tú serás marcaron a fuego a una generación.



Por ello, no es de extrañar que su autor haya devenido en el mito que seguiría siendo, más aún cuando en el apogeo de su reconocimiento -unido a su invisibilización por parte de los medios oficiales- literalmente desapareció del medio nacional, tejiéndose toda suerte de hipótesis para explicar lo inexplicable.



Asesinato, amenazas de muerte, clandestinidad se entremezclaban con nuestras más bellas historias de amor, inevitablemente ancladas a esas canciones.



De allí que no sin cierto escepticismo, cuando leí en un pequeño recuadro del periódico algo sobre un recital de Daniel Campos, me armé de un ánimo templado, como preparado a un alcance de nombres, a una broma linotípica (como si las linotipias aún existieran) y me dirigí al lugar indicado para literalmente ser golpeado por una ola de pasado, de recuerdos hermosos, balances y añoranzas.



Allí estaba, con la calidad y sencillez de siempre, Daniel Campos. Como buen mito, ha envejecido menos que nosotros. Regresó tras años de autoexilio y dedicación «sumergida» a la música en la bella ciudad de Barcelona (algo de clandestinidad habíaÂ…) dispuesto a renovar el lazo con un público fiel que, no dudo, irá experimentando sensaciones parecidas a las que describiera más arriba.



Tengo la certeza que su canto, que hoy combina repertorio clásico y renovado, traspasará las fronteras de nuestra generación, reinventando una comunión de sentido con un público rejuvenecido que sabrá reconocer la singularidad de su arte y su enorme calidez humana.



Mezclado con el pequeño grupo de enfervorizados que los escuchábamos aquel sábado, me enterneció escuchar cómo la mujer de Daniel, emocionada, miraba a los ojos a su hermosa hija y le decía: «Ä„Ese es tu papá!», antes de ir a fundirse los tres en un abrazo donde se anudaba el amor al desafío compartido del regreso.



Supe ese día que comienza a tejerse el reencuentro con su público en escenarios emblemáticos: Universidad de Concepción, Universidad Técnica Federico Santa MaríaÂ… los mismos donde gritáramos, con dignidad y con esperanza: «se va a acabar, se va a acabar esa costumbre de matar» que hoy resuenan como un sueño extraño.



El regreso de Daniel, me digo, es un signo. Marca una vez más el valor, la persistencia de la vida por sobre todo cuanto la constriñe.



Larga vida, pues, a su arte.



Y a ti Helia, tú sabes que esas pequeñas palomas, ese olor a leña, los relámpagos sobre el río y tus ojos -de entre todo lo bueno que me ha dado la vida- serán por siempre calor, miel, claridad, no obstante los años.





* Doctor en Sociología, coordinador del Seminario Interdisciplinario UAH



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