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Fiestas

Afortunadamente tenemos esta noche, la noche en que recibimos el Año Nuevo. Nadie pide más que apostar por lo bueno, y para iniciar la apuesta el gozo es la primera carta. Claro: nadie sabe lo que vendrá en la baraja del 2002, por lo que más vale aprovechar esta noche.


La Navidad se aproxima contoneándose desde lejos y termina como siempre: te da un cachetazo que te cruza la cara, porque a fuerza de aferrarse a un rito ya sin sentido, como fiesta es un engaño, una farsa.



Promocionada por el marketing y la empresa como un momento superior de consumo en materia de regalos, de comida, de ingesta de alcohol o de lo que sea, siempre habrá un momento en que se produzca el cortocircuito. Ya porque a un cristiano de verdad o de mentira le dé por evocar al Cristo, con su ascetismo, sus ayunos y sus harapos; ya por la descarada impudicia de la televisión, que te muestra unas minas algo piluchas vestidas de viejitos pascueros o a los millonarios de la pantalla haciendo gárgaras con el tema de la solidaridad mientras acuchillan fuera del set a sus colegas; ya porque uno ve que a los niños les da por dudar cada vez a más temprana edad de la historia del guatón de rojo que se mete por la chimenea a dejar regalos; ya porque todos, al final, esperan más de los regalos de lo que reciben.



Y, al final, la fiesta se mide por unas pertenencias que dos días después estarán en un rincón cualquiera, olvidadas tan pronto como la fiesta misma.



Los estímulos con que nos bombardean los días previos a la Navidad son para que haya desmadre de consumo y exceso. Se promociona la orgía de la compra, pero es inevitable que, cada cierto rato, algún sermón se nos cruce en el camino bajo la forma de la ridícula puesta en escena de unos villancicos en la televisión (idénticos desde hace años) o las advertencias para vivir «el verdadero sentido» de la fecha por boca de iguanas de la pantalla. La enajenación es evidente.



Afortunadamente tenemos esta noche, la noche en que recibimos el Año Nuevo. Nadie pide más que apostar por lo bueno, y para iniciar la apuesta el gozo es la primera carta. Claro: nadie sabe lo que vendrá en la baraja del 2002, por lo que más vale aprovechar esta noche.



Algunos se dejarán engañar con la falsa sensación de que todo el año que se inicia será una fiesta, pero ya en una semana estaremos preocupados de las cifras de la economía, el balance de accidentes y muertos, las quemaduras solares y la capa de ozono, algún ahogado en una playa, un nuevo entrevero verbal entre políticos que sienten que si se quedan en silencio -como tanta gente sueña- pierden protagonismo.



Ah, y por cierto: las predicciones de brujos, tarotistas, gurús y lo que venga. Cualquiera podría predecir cualquier cosa. Lo recomendable es que cada uno haga su propia predicción, que se convenza que el 2002 será mejor que el 2001 y trabaje para ello.



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