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De cómo nos afecta la crisis argentina al mito del recambio generacional

«Los destinos de Chile y Argentina en el mundo globalizado y en la inserción de América Latina en ese mundo están indisolublemente ligados. Todo retroceso económico, social o político de uno afecta al otro y lo aisla y hace más incierto su propio proyecto».


Dos temas de debate en estas últimas semanas previas al descanso de febrero.



A diferencia de lo que suele decirse, la crisis argentina nos afecta profundamente, quizás menos en el corto que en el mediano plazo. Es cierto que sufren las inversiones de los empresarios chilenos en Argentina, que la devaluación afectará nuestras
exportaciones, pero la idea general es que el país está resguardado tanto frente a la naturaleza de esa crisis como a sus efectos. Incluso hay quienes señalan que esto demostraría lo bien fundado de no estar plenamente integrado al Mercosur.



Más allá de los argumentos económicos, lo que está en juego es que América Latina, el Mercosur -y sobre todo Chile- necesitan de un vecino fuerte como Argentina, consolidado políticamente en su democracia, desplegando su enorme riqueza económica y la fortaleza de su sociedad civil para los años y décadas que vienen en los procesos de globalización. Hay que entenderlo así.



Más allá de las diferencias estructurales de las economías, si América Latina no consigue formar un bloque al estilo de la Unión Europea, quedará fuera de la historia y sus países serán reducidos a una suma de poderes fácticos y mercados y a una gran masa de excluídos.



Este bloque o espacio latinoamericano en el mundo globalizado no se construirá de la noche a la mañana, sino gradualmente y por uniones subparciales -probablemente- en torno a tres ejes: el mexicano-centroamericano; el brasilero-Cono Sur al que pertence Chile, y -el tercero- el sub bloque andino.



No creo que Chile vaya a jugar ningún rol de liderazgo en esto. No tiene el tamaño ni la riqueza para ello. Pero creo que será una especie de bisagra indispensable para estos tres ejes, ayudando a que México no se norteamericanice demasiado, a que el bloque andino se recomponga políticamente y a que Brasil no ceda a la tentación del aislacionismo.



Chile no puede jugar este rol solo. Para ello necesita constituir este sub-eje menor, pero de gran importancia cualitativa, con Argentina. Dicho de otra manera, los destinos de Chile y Argentina en el mundo globalizado y en la inserción de América Latina en ese mundo están indisolublemente ligados. Todo retroceso económico, social o político de uno afecta al otro y lo aisla y hace más incierto su propio proyecto.



Por eso nos afecta la crisis argentina, no solamente porque algunos empresarios pierdan o porque no podamos venderles nuestros productos. Eso es importante, pero secundario al
lado del gran problema de la pérdida o caída de un socio en el único proyecto de viabilidad hacia el futuro.



Por ello, todo lo que desde el gobierno, el mundo empresarial y las fuerzas políticas chilenas pueda hacerse -por limitado que sea- para ayudar a Argentina a salir de su crisis y no dejarla entregada a la corrupción, las fuerzas especulativas, los poderes fácticos e instituciones internacionales, es no sólo un deber ético, sino la estrategia de mayor conveniencia para el país.



En esto cabe una gran responsabilidad a los medios de comunicación y al mundo intelectual, para sacar a la opinión pública chilena de su indiferencia, como si esto fuera un problema ajeno al país.



El recambio generacional



En otro plano, desde los cambios en los puestos gubernamentales de comienzos de año y los anunciados en las dirigencias políticas de algunos partidos, llama la atención la importancia comunicacional asignada a lo que se llama un recambio generacional, con lo que se introduce una perspectiva absolutamente distorsionadora de lo que está ocurriendo.



Es cierto que el promedio de edad de las nuevas autoridades gubernamentales puede ser menor que el de las antiguas y que en puestos políticos aparecen a veces personas y grupos más jóvenes. Pero eso a lo más es un rejuvenecimiento de la clase
política. Si queremos hablar de generación -más allá de un simple grupo de edad- hay que vincular la cuestión de la edad a la cuestión de un proyecto diferente por parte de ese grupo etario.



No veo para nada un proyecto generacional en los sectores más jóvenes que sea muy distinto al que tienen los mayores y los que ocupan hoy cargos de poder y no han sido aún reemplazados. Sólo hay estilos diferentes, propios de la formación en épocas distintas.



En realidad no existe una nueva generación de reemplazo en el sentido sociológico del término, sino sectores jóvenes con proyectos semejantes -o ausencia de ellos- y estilo diferente al de la generación que dirigió la democratización en Chile, ella misma bastante variada en edades y con profundos cambios en su interior.



Llamar recambio generacional a cambios políticos puntuales es no sólo no entender la política y la sociedad chilena actuales, sino confundir edad con generación y caer en una adulación acrítica de la juventud. En el fondo es postular que hay una generación que ya terminó su misión y que debiera irse para la casa, sin darse cuenta que es esa generación, muy variada en edades, la que aún dirige el país en prácticamente todas las esferas y que su ida para la casa significaría un vacío imposible de llenar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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