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La verdadera ignorancia

Hay siempre un límite, una línea variante o movediza (como la misma frontera que recrea Villalobos). Ese punto de quiebre es que las prenociones o prejuicios que siempre existen en el comienzo de todo proceso de investigación no actúen como un filtro tan deformante que destruyan el carácter indagativo de la experiencia de entender.


No soy de los que le niegan a Sergio Villalobos, nuestro laureado historiador, la sal y el agua. Ello no por benevolencia, sino sencillamente porque he aprendido de algunos de sus libros. Es más, considero a Gonzalo Vial como un historiador interesante (fue, además, uno de mis mejores profesores en la Universidad), pese a que escribió el Libro Blanco, a que no se arrepiente de ello y a que insiste en recordárnoslo, quizás como una manera secreta de expiar su responsabilidad.



Los escritores, y también los historiadores, pueden tener ideas políticas o prácticas morales que consideramos aberrantes, y podemos detestarlos por ellas. Incluso podemos estar obligados a enrostrarles sus responsabilidades históricas. Pero ello no afecta, por lo menos para mí, el respeto hacia su obra cuando creo que lo merece.



Por supuesto, hay siempre un límite, una línea variante o movediza (como la misma frontera que recrea Villalobos). Ese punto de quiebre es que las prenociones o prejuicios que siempre existen en el comienzo de todo proceso de investigación no actúen como un filtro tan deformante que destruyan el carácter indagativo de la experiencia de entender, o el carácter creativo de la experiencia narrativa.



Cuando ello ocurre, es porque la obra de ese autor se ha convertido en puro discurso ideológico, en simulación sin tapujos.



Por estas razones de fondo me sorprendieron y no me alegraron las declaraciones de Villalobos que un matutino puso en su portada, con el abierto propósito de producir un efecto escandaloso usando una infortunada frase para el bronce en la que trata a los mapuches de «burgueses».



Algunos miembros de su mismo gremio deben haber reído solapada o abiertamente de lo que vieron en la tapa del diario y de lo que leyeron en su interior: son los que lo tienen condenado antes que abra la boca o diga lo que diga.



A mí me molestaron (empleo la palabra precisa) esas declaraciones hechas por alguien que actúa como padre de la historia nacional. Primero porque la periodista prácticamente las extrajo de la boca de muestro laureado intelectual. La entrevistadora creó la forma lingüística que el entrevistado hizo suya. Es decir, Villalobos actuó con la misma impulsividad que días antes le había criticado al vocalista de La Ley.



Pero hay una diferencia a favor de Beto Cuevas: éste por lo menos propuso algo bastante menos absurdo que lo expresado por la supuesta piedra angular de la historiografía chilena. La declaración del músico sobre el litoral y Bolivia abrió por lo menos rendijas de concordia con un país vecino, aunque Villalobos afirme que constituye un error histórico.



Mientras tanto, lo que declaró nuestra criolla eminencia, además de incomprensible es ofensivo para un conjunto de seres humanos heridos en su dignidad. Las opiniones de Villalobos sobre el tema representan (aunque él crea lo contrario) una voz más en un debate no zanjado.



A mi modo de ver, el problema de este historiador es que no logra penetrar el asunto de fondo. Lo perjudica su formación disciplinaria cerrada y su insensibilidad de raíz empirista o positivista frente a los fenómenos simbólicos, que le impide ver dimensiones a las que están abiertos cientistas sociales con formación interdisciplinaria o historiadores más conectados a las nuevas corrientes historiográficas, algunos de los cuales son sus propios discípulos.



El problema de fondo es que los mapuches, a quienes Villalobos insiste en catalogar como «simples mestizos», están en proceso de recuperación o reconstrucción (lo mismo da, para efectos de esta discusión) de una identidad. El historiador laureado los ridiculiza afirmando que solamente los mueven intereses burgueses, que en este caso son intereses relacionados con la propiedad. No me queda otra posibilidad que suponer que ése es el significado de su calificación de los mapuches como «burgueses».



A Villalobos se le olvidó que un burgués no es un simple propietario privado. Es un propietario privado que en sus decisiones privilegia el cálculo racional de ganancia del capital, no de la simple renta de la tierra o una ganancia producida por una especulación de ese tipo.



¿Villalobos pretende acaso afirmar que alguna de las hermanas Quintremán se mueve por esa lógica, y que su comportamiento se basa en simples consideraciones racionales de negociación de intereses? Si aceptamos esa hipótesis, esos seres que afirman tener conexiones culturales con la tierra y los ancestros serian simples simuladores.



Si eso quiere decir Villalobos, sería conveniente que en vez de emitir opiniones altisonantes volviera a leer los estudios sobre los movimientos antimodernos del siglo XIX, o los estudios de etnohistoria que circulan en las librerías del país. También puede leer la novela de Vargas Llosa sobre El Consejero (La guerra del fin del mundo), seguramente más cercana a su sensibilidad que Los rebeldes primitivos, de Eric Hobsbawm, los libros de Forster o los textos de Bengoa, cuyas hipótesis históricas son distintas de las del laureado.



Lo grave del tema consiste en que el historiador comentado puede ser oído entre la muchedumbres de asesores y estimular el uso del garrote en lugar de la deliberación pública sobre los problemas del pueblo mapuche.



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