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Exportar educación

De más está decir que debemos estar muy orgullosos como chilenos que este país haya sido escogido para estos fines, y que se trate de un centro para toda América Latina.


En plena era de la información, exportar educación es una idea cuyo tiempo ha llegado. Parte de la razón por la cual Estados Unidos ha pasado a ser la potencia que es en el mundo de hoy, constituyéndose en el verdadero motor de la Tercera Revolución Industrial, reside en la altísima calidad de sus universidades y centros de investigación, sobre todo a nivel de postgrado.



¿Se acuerdan de la época de comienzos de los ’80, cuando se pensaba que Japón desplazaría a EEUU de su condición de primera potencia mundial, cuando los cursos en japanese management eran el último grito y los futurólogos vaticinaban que el siglo 21 sería el siglo del Japón? El que no haya ocurrido se debe a varias razones, pero al menos una de ellas es la otra cara de la medalla del fenómeno estadounidense: las instituciones de educación superior japonesas están lejos de tener la capacidad de innovación que requieren universidades de calidad mundial.



Al mismo tiempo la cultura japonesa, fuertemente conformista, no valora ni premia la innovación como se hace en el país del Tío Sam.



En Chile estamos muy lejos de tener universidades de calidad mundial. Pero sí tenemos un bien ganado prestigio en América Latina de haber contado en su momento con excelentes universidades, y hasta el día de hoy muchos líderes de opinión en Centroamérica y países como Perú, Bolivia y Ecuador se sienten muy orgullosos de haber cursado sus estudios universitarios en Chile.



Dada la enorme expansión de la educación superior, que hoy cuenta con alrededor de 400 mil estudiantes -uno de cada tres chilenos entre los 18 y los 24 años- ¿hemos visto un crecimiento concomitante de los esfuerzos por atraer estudiantes extranjeros, y potenciar así un sector que necesita desesperadamente pasar de este aumento cuantitativo a uno cualitativo? La impresión que tengo es que salvo excepciones muy contadas ello no ha sido así.



La presencia de estudiantes extranjeros tiene todo tipo de beneficios para una institución universitaria, mas allá del tema de los recursos. Traen puntos de vista distintos, airean nuestro muchas veces insular ambiente y constituyen una brisa de viento fresco en nuestras aulas.



Se me vienen a la mente estas reflexiones debido a la reciente apertura del Heidelberg Center para América Latina de la Universidad de Heidelberg en Santiago (en lo que debo confesar un interés: doy clases en el Magister en Estudios Políticos Europeos que ofrecen en su programa). Esa prestigiosa casa de estudios, fundada en el siglo XIV, es la mas antigua de Alemania, y el que inauguró en Santiago constituye el primer centro abierto en el extranjero por universidad alemana alguna.



De más está decir que debemos estar muy orgullosos como chilenos que este país haya sido escogido para estos fines, y que se trate de un centro para toda América Latina. De hecho, hay estudiantes de varios países de la región que han venido a Chile especialmente para cursar estudios en el Heidelberg Center.



Heidelberg, desde luego, no es la primera universidad extranjera de primera línea en establecerse en Chile. Stanford está aquí desde 1991 (aunque con un programa sólo para sus propios estudiantes, que se trasladan desde California) y próximamente lo hará Harvard, aunque con un énfasis mas bien en la investigación que en la docencia.



Todo esto no puede sino tener efectos muy positivos en el ambiente académico local, en que las instituciones criollas se están dando cuenta que van a tener que comenzar a competir con estos monstruos universitarios que se instalan en nuestro medio trayendo muchas de las sanas prácticas y costumbres de las universidades europeas y de América del Norte.



La Universidad de Heidelberg, a todo esto, es una universidad estatal, financiada por el estado de Baden Wurttemberg. En la reciente inauguración del Heidelberg Center estaba no sólo el rector, sino también autoridades educacionales de ese estado germano.



La iniciativa refleja el dinamismo de la educación superior en el mundo. Si parte importante de la exportación de educación sigue teniendo lugar en los países sedes de estas grandes universidades, hay una tendencia creciente a dar el siguiente paso y llevar la instrucción a los países donde se encuentran los estudiantes. Australia ha sido pionera en esta materia, y ahora Alemania sigue esos pasos.



¿Se imaginan ustedes lo que ocurriría si el día de mañana la Universidad de Chile dijera que iba a abrir una sede en La Paz? Estoy seguro que tendría una enorme demanda y sería un gran éxito académico y financiero, pero el solo plantear la idea nos indica lo inviable que es. La crítica sería instantánea: «Ä„Cómo es posible que se use el dinero de los contribuyentes para iniciativas no probadas, y mas encima en el extranjero!», dirían los críticos. Pero es eso precisamente lo que está haciendo Heidelberg.



Siempre he pensado que éste es un país de enormes talentos académicos individuales (la razón por la cual hay tanto chileno dando clases en universidades de primera línea de los países del norte), pero a la hora de darnos estructuras y organizaciones que los potencian fallamos lamentablemente (que es, a su vez, la razón por la cual tanto académico chileno emigra; no tenemos nada que ofrecerles).



El pasar a exportar educación puede ser una de las grandes tareas de estas próximas décadas. Sin embargo, ello requiere de una visión y de una concepción del lugar de Chile en nuestra región y en el mundo de la cual hemos carecido hasta ahora.



* Director del Programa Internacional de la Fundación Chile 21.



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