Publicidad

Aristóteles y el Plan AUGE

Estamos frente a un problema central de la modernidad que Chile ha abrazado: la eficiencia. Ella ejerce su reinado total. Se trata de controlar y sojuzgar todas las condiciones y lograr el máximo beneficio con el mínimo costo.


Horror de horrores. El mundo de los negocios y la economía privada nos ha invadido de tal modo que la esfera personal y familiar, junto con la esfera pública marcada por la política y el interés general, parece que ya no existen.



Piense usted cómo vivimos obsesionados por palabras como ahorro, inversión, crecimiento, ganancia, gasto, beneficio, producción, propiedad, trabajo, precio, costo, arriendo, préstamo, hipoteca, crédito, pesos, dólares o UF. Incluso ya se habla de capital humano y de inversión en la gente.



¿Qué ha pasado con nuestras vidas?



Lo dicho se aplica al debate acerca del Plan AUGE. Todo ha quedado reducido a la cuestión de miles de millones de pesos. Y por cierto, lo central es la respuesta a la más fría de las preguntas: ¿quién paga esto?



Lo temible es que la salud parece dejar de ser un atributo central de la humanidad de cada uno de nosotros. Es un costo a pagar. Y el derecho a la salud pierde su calidad intrínseca de ser un elemento esencial del derecho a la vida. Es un gasto social.



Para el creyente, la vida humana es el más sagrado de los hijos de la Creación. Y para el antropólogo, el biólogo y el físico, ese ser que habla, ríe y llora es fruto de un proceso que ha tomado 15 mil millones de años nacer. Cuando hablamos de salud hablamos de la vida humana, creación sagrada para el religioso y milagro evolutivo para el científico.

Estamos frente a un problema central de la modernidad que Chile ha abrazado: la eficiencia. Ella ejerce su reinado total. Se trata de controlar y sojuzgar todas las condiciones y lograr el máximo beneficio con el mínimo costo. Los medios deben ajustarse racionalmente a los fines. La acción humana ha de ser operativa en sus más recónditos detalles.



Esta forma de pensar llevó a Francis Bacon a decir que la naturaleza debía ser torturada para arrancarle sus secretos. Ä„Y vaya si lo fue durante la modernidad! Efecto invernadero, deforestación, agujero en la capa de ozono, contaminación y extinción de especies, entre otros males.



Esta forma de pensar también nos condujo a Treblinka. Es el razonamiento de James Hillman en su libro Tipos de poder. Lo recomiendo.



Treblinka fue el campo de exterminio de la Polonia ocupada por los nazis. Su comandante, Franz Strangl, era la eficiencia en persona. En diecisiete meses fueron asesinadas 3 millones de personas. La «enorme tarea a realizar» de Himmler era muy costosa si se hacía como en la Unión Soviética, fusilando a los judíos y enterrándolos en fosas comunes. Se requería una forma de matar más rápida, indolora, incruenta, sin efusión de sangre ni gases fétidos, simple, que permitiera extraer dientes de horror con el menor número de soldados, testigos y costos posibles. Eureka: Ä„las cámaras de gasÄ„



Franz Strangl aplicó eficientemente el método. Era su trabajo. Cuando se le preguntó si alguna vez había conversado con alguno de los cinco mil judíos que llegaban al día a Treblinka, contestó: «¿Hablar? No… yo generalmente trabajaba en mi oficina (había mucho papeleo) hasta eso de las 11. Luego hacía la ronda siguiente, comenzando en Tolentager. Para entonces ellos ya habían adelantado el trabajo» (esto significaba que las 5 mil ó 6 mil personas que habían llegado esa mañana ya estaban muertas: el trabajo consistía en asfixiar, quemar y eliminar los cuerpos, lo que tomaba gran parte del día y a menudo continuaba durante la noche). «Llegaban, y en dos horas estaban muertas».



Aristóteles llora. Y con él toda la humanidad, que hoy es sacudida por las matanzas en Palestina. ¿No aprendemos nada? ¿Estamos condenados a olvidar? Para el padre de Nicómaco, cuando nos preguntamos por la causa de las cosas deben distinguirse cuatro factores. Cuando estamos frente a una escultura y nos preguntamos cómo nació a la vida mundana, Aristóteles nos dice que es el artista y su energía quien inicia el movimiento y el cambio: es la causa eficiente. La causa material es el bloque de piedra sobre la que se esculpe. La búsqueda de una imagen bella es la causa final. Y, por cierto, el artista debe tener en la mente una idea, forma o imagen de la estatua que quiere construir. Esta última es la causa formal.



Las cuatro causas son necesarias y ninguna puede ser excluida. Para qué escribimos este artículo es a lo menos tan importante como el computador, la impresora y el diario El Mostrador.cl que me sirven de causa eficiente. Y por cierto, si mi causa final al escribir este texto es cumplir un compromiso pecuniario con el diario, promover el lobby de una isapre o ser asesor del Ministro de Salud pasa a ser un elemento vital a la hora de interpretar este texto (es el contexto que enmarca la causa final que persigo).



Los políticos tendemos a reivindicar la causa final de nuestras acciones. Para qué decir los filósofos y teólogos. Los científicos tienden a preocuparse de la causa material. Y los economistas y administradores se ensañan con la causa eficiente.



Y ese es el error de Strangl. Se dedicó unilateralmente a la causa eficiente, sin tomar en cuenta la pregunta ética por la finalidad de sus actos o la materia sobre la actuaba -el ser humano- y la idea de humanidad y trabajo que estaba detrás de su obrar. Lo mismo descubrió Hannah Arendt al entrevistar a otro connotado nazi: Adolf Eichmann. El obedecía eficientemente las órdenes. Era un reputado kantiano que cumplía su deber, el cual no incluía hacer preguntas ni menos pensar críticamente.



Cuando la sola eficiencia nos domina pagamos dos precios enormes. El primero es que todo se realiza a corto plazo, pues los valores de la vida se juegan en un horizonte mucho más amplio (amor, ética, felicidad, vida buena). El segundo, el fin justifica los medios. Cuando reina la eficiencia, los dichos son «sólo hazlo», «consíguelo», «no hagas preguntas», «quiero resultados y no explicaciones».



Como la vida o la muerte, la salud no es una mercadería. No tiene precio, aunque sí puede tener un costo. Por esa razón el mercado falla ante la salud. Y consiguientemente, el Estado, la empresa privada, la sociedad y el ciudadano tienen deberes ineludibles.



Por todo eso, no aceptemos la hegemonía de la eficiencia. Cuando se trata de hacer de la salud un derecho de todos, la finalidad ética debe imponerse sobre todo cálculo utilitario menor. La eficiencia es un valor a perseguir cuando se pone al servicio de lo bello, lo bueno y lo verdadero. En caso contrario, nos puede subir a un tren que termina en Treblinka.



_______________



Vea otras columnas del autor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias