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Hablar de poesía en la Hungría postcomunista

Pedro Lastra me recordaba, mientras caminábamos por la misma Plaza de los Héroes, y mirando desde hoy cierta poesía de Neruda, que el vate chileno había escrito una abundante obra presionada por el partido. Una poesía militante que solo sirvió al propósito utópico de aquella época.


No cruzaremos dos veces el Danubio
en la misma dirección.
No beberemos dos veces
el mismo vino húngaro.
Pero la memoria es amplia y espejeante
como la estepa que pudimos transitar.



Juan A. Epple




Realizar ahora un congreso de poesía en Hungría en nada se parece a esos cónclaves culturales que se organizaban en la época comunista y bajo la poderosa influencia soviética. En aquellos tiempos los congresos de literatura debían apoyar como fuera la causa proletaria y la solidaridad con los pueblos que luchaban por su liberación y eran explotados por la clase burguesa.



Hungría hoy es otro país, como lo son todas las naciones que estuvieron bajo la influencia de la Rusia comunista. Y en la nueva Hungría, durante el mes de mayo reciente, se realizó en la ciudad y la Universidad de Pécs el III Congreso de Poesía Hispana, Europa y las Américas. Alrededor de 77 participantes, entre poetas y críticos, nos juntamos para hablar, leer y discutir sobre poesía. El congreso también rindió un merecido homenaje al poeta y académico chileno Pedro Lastra.



Soldados republicanos en el frente (fotos de Frank Capa)







La mayoría de los participantes en el congreso comprobó que ningún vestigio queda ni de la presencia soviética ni del socialismo en Hungría. Todas las estatuas alusivas a los héroes del comunismo que estaban en diversos lugares públicos -Lenin, Marx, Engels, Dimitrov, personalidades soviéticas, mártires comunistas-, hoy están en un área de Budapest llamada el Parque de las Estatuas, atracción turística para contemplar el pasado en que se quiso levantar una utopía social que se desplomó. O la desplomó para siempre la modernidad occidental que ahora llamamos mundo globalizado. El pueblo húngaro, como ocurre con el resto de Europa, quiere gozar esta nueva vida, y de eso no hay la menor duda.



El deseo de vivir al estilo global se ve claramente en las grandes ciudades húngaras. Datos recientes dicen que ese país es uno de los paraísos para las transnacionales e ideal para la manufactura de productos destinados al mercado mundial, aunque su mano de obra todavía no es altamente calificada.



Actualmente el 80 por ciento de la exportación húngara procede de las industrias extranjeras instaladas allí. Nuestra guía en Budapest nos dijo que las tierras más ricas ya están en manos de capitales austríacos y alemanes. Con la entrada en el Mercado Común Europeo, cerca de 2003, Hungría se transformará en un par de años en un país tan moderno como Alemania o España, dicen los analistas.



Esto no indica un paraíso absoluto, sino el riesgo de adquirir las lacras que aparecerán en su sociedad integrada a la globalización, según denuncian los grupos que se oponen a ese proceso. Tampoco es difícil entender cómo la gente, principalmente los jóvenes, están gozando, participando y abriendo totalmente las puertas a la cultura popular norteamericana. Basta sentarse en cualquiera de los cientos de hermosos cafés y restaurantes que hay en avenidas y callecitas de Pécs o de su bella capital, Budapest, partida en dos por el río Danubio, para darse cuenta de ese cambio que desea la mayoría de la población húngara.



Hungría, a diferencia de otros países bajo la orbita soviética, tuvo un comunismo singular. Un comunismo, como ellos mismos dicen, igual a su tradicional sopa goulash (que tiene de todo: carne, papas, cebollas, tomates, pasta, páprika, ajo, aceite, hierbas, harina, pan). No hubo la eliminación de ciertas libertades como en otros países. Se permitió poseer cierta propiedad privada, como bares, restaurantes o tiendas.



Nos dijo una profesora húngara que ella tuvo acceso durante el período comunista a muchas lecturas que estaban totalmente prohibidas en otros países bajo el mismo dominio soviético, aunque sí había control sobre la gente que salía del país. Sería por ese comunismo goulash que a Budapest se la llamó a partir de los ’70 «el París del este europeo», porque el control inspirado por la URSS nunca fue absoluto allí.



Del pasado comunista, aparte de las estatuas abandonadas en aquel parque quedan reliquias que se venden como curiosidades: insignias de Lenin o Marx que orgullosamente quizás (o no) llevaba alguno en su pecho, o en su gorra de soldado comunista, o le había sido entregada por el comité central del partido. Se vendían a dos dólares.



Mujer y su niño tras un bombardeo nacional en la Guerra Civil.







Era un tiempo en que poetas, escritores, artistas, cantaban a la sociedad nueva que se construiría sobre las ruinas del capitalismo. Eso pensábamos algunos en el Congreso reciente en Pécs. Otros no lo mencionaron, porque ya era un pasado casi arcaico o porque a nadie le interesaba hablar de eso. Reflexionaba que si este mismo congreso se hubiera realizado en 1965, por ejemplo, de seguro más de algún poeta habría sido invitado a leer ante las masas algunos de sus versos, quizá ante la gigantesca Plaza de los Héroes, en el centro de Budapest. ¿Habría leído el poeta una obra comprometida con las masas y los obreros?



Pedro Lastra me recordaba, mientras caminábamos por la misma Plaza de los Héroes y mirábamos desde hoy cierta poesía de Neruda, que el vate chileno había escrito una abundante obra presionada por el partido. Una poesía militante que solo sirvió al propósito utópico de aquella época y que probablemente quedará arrumbada al igual que las estatuas del parque de Budapest.



Neruda pasó por este país en 1965, y escribió junto a Miguel Ángel Asturias una crónica larga titulada Comiendo en Hungría, relato poético que exaltó la cocina húngara con imágenes pantagruélicas. Ese mismo año Neruda también era parte del jurado del Premio Lenin que había instituido la Unión Soviética en respuesta al Nobel occidental. Esa vez el galardón fue otorgado al poeta español Rafael Alberti.



Aún más: Neruda, pocos años antes de 1965, ya había estado en Budapest después de un recorrido por la URSS y Polonia, y firmó un contrato para una edición de su poesía. Fue en Hungría cuando el autor chileno rechazará toda su producción previa, principalmente la amorosa y la de Residencia en la Tierra, por la poesía militante. Así lo dijo en un famoso discurso en México por esas fechas: «yo había visto a miles de jóvenes que empezaban a llegar a Hungría de todos los puntos del planeta para participar en el Festival Mundial de la Juventud… No quise que nuevos dolores llevaran el desaliento a nuevas vidas, y no acepté que uno solo de esos poemas míos escritos antes se publicaran en las democracias populares».



Todos esos datos me producían una sensación difícil de describir en Budapest. La poesía militante de Neruda; su paso por Hungría en 1965; aquel discurso suyo rechazando su poesía previa; el Premio Lenin; la insignia de Lenin que compré por dos dólares; el Parque de las Estatuas; la conversación con Pedro Lastra. Todo el conjunto me daba vueltas mientras bebía una taza de café expreso en el centro de la ciudad. Y para aumentar aun más la imagen posmoderna de todo, el lugar donde estaba instalado el café era también un casino tan espectacular como el mejor de Las Vegas, en Estados Unidos.



Quizás lo que colmó el vaso para algunos participantes en el congreso de poesía fue la visita al museo histórico de Budapest, que está instalado en el famoso Castillo de Buda, donde vieron una exposición de fotografías sobre la Guerra Civil Española del fotógrafo húngaro Frank Capa (1913-1954).



Soldados republicanos descansan junto al fuego.







Capa nació en Budapest, y comenzó su carrera como reportero fotográfico en ese conflicto. De vuelta a Alemania, huyó de los nazis en 1939 hacia París y luego emigró a Estados Unidos, donde se hizo ciudadano en 1946. Se dice que hay cerca de mil 600 de negativos de película de Capa en tiras de fotogramas sobre la Guerra Civil guardados en la sede de los archivos históricos del PCE en Madrid.



Sin duda, la exposición reciente de Capa en su ciudad natal de Budapest es un acontecimiento importante. Con algunos invitados al congreso visitamos las fotos del húngaro. Y es cierto, deben ser las imágenes más impresionantes tomadas nunca durante aquella guerra, que fue también una lucha (de los republicanos), con ayuda del bloque soviético, para construir una sociedad mejor.



Resultaba impresionante que aquellas fotografías estuvieran ahora en el museo de un país que vivió la utopía comunista que no funcionó y de la cual sus habitantes hoy no quieren saber nada. Tal vez la exposición haya sido posible únicamente porque Capa era de Hungría y se hizo famoso en Estados Unidos. No lo sé.



En todo caso, viajar como escritor y artista a esos países que una vez fueron socialistas fue para muchos de los participantes en el Congreso de Poesía Hispana, Europa y las Américas un viaje especial del que probablemente a más de alguno inspirará una obra, una crónica o un trabajo académico. Porque el arte, bueno o malo, cambien o no las sociedades, pasen años o siglos, siempre continuará alimentándose de las contradicciones históricas y humanas.



* Escritor y académico chileno residente en EEUU.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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