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Identidad nacional y cultura

En los países desarrollados las librerías pasan hoy por un período de oro, y en Estados Unidos, tiendas como Barnes&Noble y Borders inauguran tienda gigante tras tienda gigante, verdaderos supermercados del libro, con sofás para que uno se siente a leerlos y cafés Starbucks al interior de ellas.


De todos los países latinoamericanos, el que tiene una de las identidades menos definidas y marcadas ha sido Chile. No es casualidad que si vivimos un tiempo en otro país de habla hispana rápidamente adoptemos el acento de sus habitantes, algo que jamás le ocurre a un argentino o a un mexicano.



No deja de ser una gran paradoja que, por una parte, la geografía y la distancia nos haya desarrollado una mentalidad de isla, separada y muy distinta del resto de América Latina, y por otra que el sentido de «lo chileno», con todo lo sui generis que es, sea tan poco asible y definible. En momentos en que se anuncia otra campaña de «imagen país» en el extranjero para potenciar el Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea, será fascinante observar cuáles serán los símbolos y emblemas que se escogerán.



De que se necesita, se necesita. Más gente en el mundo sabe lo que es y dónde está Isla de Pascua que lo que es y dónde está Chile, y lo mismo vale para la Patagonia.



Que los extranjeros no sepan lo que es Chile, puede pasar. Pero que nosotros mismos no sepamos lo que somos es un poco mucho. Sin embargo, ésa es una de las principales conclusiones del último informe del PNUD Desarrollo Humano en Chile. Nosotros los chilenos: un desafío cultural, que debería ser lectura obligada de todo connacional interesado en nuestra idiosincrasia.



Ante la pregunta sobre si «existen distintas formas de entender o definir lo chileno», un 30 por ciento contesta que «no se puede hablar de lo chileno, somos todos distintos»; un 28 por ciento piensa que «hoy en día es difícil decir qué es lo chileno», y sólo un 42 por ciento considera que «lo chileno está en nuestras costumbres, valores e historia».



Parece que a la tradicional falta de densidad identitaria se agrega ahora, con el fenómeno de la globalización, un desafío mayor: mantener un sentido de lo que somos. Manuel Antonio Garretón, con su habitual capacidad de ir al hueso, ha señalado que el principal problema que enfrentamos como país es decidir si construiremos una genuina comunidad nacional, con todo lo que ello implica, o si nos transformaremos en un simple espacio físico donde tienen lugar todo tipo de transacciones comerciales entre individuos que sienten poco o nada en común. Para Manuel Antonio, ello pasa por resolver el tema de la impunidad.



Otro aspecto de esta tarea es el del libro y la lectura. Poco antes del Informe del PNUD se emitió el de la Mesa del Libro auspiciada por Chile 21, la cual funcionó durante un año examinando precisamente este problema. El cuadro que pinta es dramático, y no creo que el mismo esté desvinculado de los hallazgos del PNUD. Mientras el país ha crecido mucho en los últimos años, y el gasto en cultura en su sentido mas amplio también, el libro en Chile está en crisis. En todo el territorio nacional hoy hay poco mas de 100 locales que venden sólo libros, la mayoría en Santiago (en Buenos Aires, en cambio, hay 600). En los últimos dos años han cerrado 50 librerías. Y si las cosas están malas en Santiago, en regiones lo están mucho peor.



Si no leemos, mal podemos saber quiénes somos. Se dirá que vivimos en la era de la imagen y de la televisión, de internet y la informática, y que el libro ya está obsoleto. Esto es falso. En los países desarrollados las librerías pasan hoy por un período de oro, y en Estados Unidos, tiendas como Barnes&Noble y Borders inauguran tienda gigante tras tienda gigante, verdaderos supermercados del libro, con sofás para que uno se siente a leerlos y cafés Starbucks al interior de ellas. Mientras tanto, las nuestras languidecen, nuestros hijos leen cada vez menos y el sentido de «lo chileno» se pierde.



¿Qué nos pasa?



La verdad es que nuestras políticas públicas son antilibros. Si en muchos países los libros no pagan IVA o lo hacen forma diferenciada, en Chile pagan el 18 por ciento como todo. Si en otras latitudes los fondos recaudados de esa forma se reinvierten de lleno en la industria del libro, en Chile (pese a que originalmente se prometió otra cosa) sólo ocurre con una mínima parte. Si en otros lugares la tarifa de Correos para impresos es reducida generosamente, en Chile lo es apenas o casi nada. Si en otros países hay estímulos generosos para dedicarse a escribir, en Chile (con la excepción de los que entrega el Consejo del Libro) las becas y premios son contados con los dedos de una mano y más bien mezquinos. Si en otros lugares la piratería y la reprografía es sancionada, en Chile los libros pirateados se venden frente al Ministerio de Educación. ¿ s de sorprender que el libro esté en crisis?



No le tengo gran simpatía personal al gremio de los libreros. Creo que parte de los problemas se los han buscado ellos mismos. El que los libros no tengan precio impreso (¿han visto cosa más desesperante que tener que estar preguntando el precio de cada libro que a uno le interesa?) , o lo que es peor, esta manía que han adoptado de envolverlos en papel celofán (de manera que uno no pueda saber lo que está comprando) no contribuyen precisamente a que entrar a una librería sea una experiencia grata.



Con todo, hay que reconocer que ese gremio enfrenta obstáculos muy poderosos con estas políticas públicas antilibros. El que un país con 400 mil estudiantes en la enseñanza superior enfrente una crisis del libro parece absurdo, hasta que uno se da cuenta que muchos de ellos jamás compran un libro pero gastan fortunas en fotocopias que botan después de los exámenes.



Uno podría pensar que el que uno de cada tres chilenos piense que «no se puede hablar de lo chileno» es una amenaza mayor a este «lindo país, esquina con vista al mar». ¿Será suficiente como para remecer a nuestras autoridades a tomar las medidas necesarias en defensa del libro y la lectura, parte tan importante de lo que es afirmar lo propio?



* Director del Programa Internacional de la Fundación Chile 21



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