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La extraña solidaridad de los chilenos

Lo cierto es que los países que captan más inversiones, como Estados Unidos y Europa, tienen impuestos mucho más altos que los chilenos.


El 21 de mayo el Presidente Ricardo Lagos manifestó que Chile, al contrario de la mayoría de las economías de América del Sur, ha logrado éxitos económicos y de productividad que es imposible negar. Es bueno recordar que en esa oportunidad destacó que la economía en los períodos de la Concertación creció a un promedio de 5.4 por ciento anual, y que si lo comparamos con otros períodos es nítidamente superior.



La productividad también es un factor que se debe destacar, y más cuando el reconocimiento viene del exterior. En efecto, Chile ascendió del lugar 24 al 20 en el ranking mundial de competitividad, mejor que España, Francia y Japón.



Esto ha traído enormes beneficios para todos los chilenos, y sobre todo para los grandes empresarios, como en el caso de los viñateros.



Vuelvo a recordar que el Presidente Lagos señaló que Chile es hoy el quinto exportador de vino en el mundo. Viene después de Francia, Italia, España y Australia. Desde 1990 hemos pasado de 52 millones de dólares en producción de divisas a 595 millones de dólares, una cifra diez veces mayor.



Ese cambio se debe entre otras causas a que Chile, al recuperar su democracia, se reinsertó en el concierto mundial y ha realizado una política de acuerdos bilaterales y multilaterales de apertura comercial. El Estado de Chile, encabezado por los presidentes Aylwin, Frei y Lagos, han abierto mercados a nuestras exportaciones.



Pero parece que esas exportaciones no son tan «nuestras», pues cuando se pide la vuelta de mano, la reciprocidad entre lo recibido por la democracia y lo que se le debe a ella, la reacción de los grandes empresarios duele, y mucho.



El diario El Mercurio publicó el domingo una inserción pagada por una asociación de viñateros, quienes protestan por el alza del impuesto a los alcoholes. Como se sabe, dicha alza pretende financiar la salud para todos los chilenos, especialmente los más pobres. Y sucede que quienes han ganado millones de dólares gracias a su esfuerzo empresarial y el apoyo de todo un país encabezado por sus gobiernos democráticos, han dicho «no».



«No queremos pagar más impuestos» nos han expresado. Y por cierto, con gruesos alegatos en favor de la estabilidad de las reglas del juego económico: que lo importante es volver a crecer, que se dañará la capacidad de generar más empleo, que se obligará a despedir gente o aumentar los precios de los productos, o que con impuestos altos no llegarán los inversionistas extranjeros.



Lo cierto es que los países que captan más inversiones, como Estados Unidos y Europa, tienen impuestos mucho más altos que los chilenos. La verdad es que cuando aumentamos los impuestos en 1991, el crecimiento económico no solo no bajó, sino que subió. Los hechos indican, siguiendo a Sen, que cuando la población activa está más educada y protegida socialmente por una red estatal y solidaria de seguridad social, la gente y las economías rinden más.



El hecho es que Alemania, con un estado de bienestar voluminoso, es la economía que exporta más en el mundo per cápita.

Más allá de estos fríos razonamientos económicos, señalemos que el alza de impuestos solicitada por el gobierno es pequeña, casi misérrima, comparada con las necesidades de ese 70 por ciento de chilenos que viven en hogares donde se ganan menos de 350 mil pesos mensuales.

¿No son muchos de esos mismos empresarios quienes se niegan a una pequeña alza de impuestos los que van a las comidas de pan y vino del Hogar de Cristo? ¿No fue el padre Hurtado el que dijo que «el verdadero cristiano da y da hasta que duela. Mientras la limosna no nos cuesta, vale poco», y advertía que «hay mucha gente que está dispuesta a hacer obras de caridad, a fundar un colegio, un club para sus obreros, a darle limosnas en sus apuros, pero que no puede resignarse a lo único que deben hacer, esto es: a pagar a sus obreros un salario suficiente para vivir como personasÂ… Es más fácil ser benévolos que justos»?



La solidaridad tiene un precio, y se llama justicia. Si no hay una mejor redistribución de la riqueza en Chile, más temprano que tarde el miedo se apoderará de la sociedad chilena. Miedo a los que están fuera de las riquezas que con tanta generosidad produce esta tierra. Y llegará el día en que nuestros barrios se llenarán de alarmas, guardias privados y cercas alambradas como en campos de concentración. Todos temerán, en la persona del delincuente, la acción justiciera de nuestras conciencias que no nos dejarán dormir.



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