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Piluchos

La sesión fotográfica tuvo algo de catarsis, de grito de liberación, y como hay que reconocer que en cualquier otro lugar de occidente una cosa así no adquiriría ese sentido, el asunto pasa por preguntarse por qué en Chile ocurre eso.


Lo mejor de la sesión de fotos de Spencer Tunick fue el ambiente de fiesta de los improvisados modelos, las ganas de pasarlo bien, las risas, la sana resolución de no tomar el asunto en tono grave, conceptual, demagogo. Una horda de piluchos que aparte de tiritones por el frío derramaban alegría, es el espectáculo más inofensivo que se puede apreciar por estos días en las calles de Santiago.



La sesión fotográfica tuvo algo de catarsis, de grito de liberación, y como hay que reconocer que en cualquier otro lugar de occidente una cosa así no adquiriría ese sentido, el asunto pasa por preguntarse por qué en Chile ocurre eso. La respuesta es que muchos siguen sintiéndose oprimidos, pero en su espacio más íntimo, en el de las libertades individuales que a la larga son las que certifican el estado de una democracia.



Nótese, por el contrario, el tono severo y agrio de los que levantaron sus voces en contra de la acción. Basta leer algunas cartas a los diarios invocando el derecho natural para hacerse la idea.



Las críticas más organizadas surgieron desde posiciones religiosas. El arzobispo de Puerto Montt, Cristián Caro, emitió un documento. Le preocupaba la cuestión de los desnudos. Tanto, que se dio a la tarea de dejar su condena por escrito. Se podría deducir que a partir de cierto nivel de gravedad de un asunto, Caro arremete blandiendo un texto. ¿Ha escrito algo a propósito de los curas pedófilos? Porque eso sí que es para preocuparse.



Los otros fueron algunos pastores evangélicos. Usaron las paredes de La Moneda como muro de los lamentos, rezando y amenazando con organizar contramanifestaciones para impedir el evento. Llegaron en patota a contramanifestar, como acostumbran contaminar los espacios públicos con sus sermones cuando nadie los ha invitado. Si esos evangélicos estuvieran en el poder, habría que preocuparse por las libertades individuales. La Inquisición fue un invento de la Iglesia Católica, pero parece que hay muchos religiosos que desearían tener una propia, a su medida, para imponer sus ideas por la fuerza.



Lo que resulta curioso es la seriedad con que algunos se tomaron el asunto. ¿Era para tanto? Tunick, como tantos otros visitantes, debe haber notado esa particularidad de nuestro país que lo hace tan incomprensible para tantos visitantes. Está el peso agobiante de ciertas instituciones las cuales, como si fuera poco, exigen más poder del que ya tienen para prohibir, para normar la vida de la gente.



Por ejemplo, la razonable demanda de una ley de divorcio encuentra una oposición cerrada y organizada, que en ese caso se niega a escuchar los «problemas de la gente». Es entonces cuando asoman los que se arropan con el poder de decidir qué es bueno y malo para los otros, sin vergüenza por las maldades que conocieron y avalaron. Si se hiciera el ejercicio de empilucharlos en el sentido de conocer sus antecedentes, de recordar lo que dijeron, lo que aceptaron y lo que siguen dispuestos a aceptar, sí que resultaría un cuadro obsceno.



Como gesto final de la foto de Tunick queda esa nota televisiva en que una mujer de 72 años decía en cámara «me queda poco por vivir, pero quiero ser libre y hacer lo que quiera». Obviamente, no es sano un país en el que tantos ciudadanos sienten que no son libres para hacer lo que se les da la gana, y cuando lo que pretenden hacer es, finalmente, tan inofensivo.



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