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El día que Brasil derrotó a Alemania

La esperanza se introduce entre los intersticios de estas felices coincidencias de fechas. Treinta de junio y nueve de noviembre: guerra o paz, tiranía o libertad, prepotencia o hermandad. El mundo debe optar.


El día que Brasil derrotó a Alemania fue un domingo 30 de junio del año 2002. Las dos superpotencias del fútbol se enfrentaron por primera vez en una final. Dos países enteramente distintos. Uno germano, el otro latino. Uno teutón, el otro negro, indígena, mestizo, blanco… Uno desarrollado, el otro pobre. Y Brasil venció, la alegría morena estalló y la bestia rubia nietzscheana calló y respetuosamente felicitó al vencedor.



Como Senegal venció a Francia, Brasil vencía a Alemania. ¿Qué habrían dicho Adolfo Hitler y los portavoces del colonialismo fundado en el racismo?



Porque fue también -paradojalmente- un 30 de junio el día en que Adolfo Hitler consolidó su poder. Fue la «noche de los cuchillos largos» de ese día de 1934 en que se produjo el asesinato masivo de los principales jefes nacionalsocialistas adversarios del Führer y de los líderes de la oposición. En 1932 el Partido Nazi había alcanzado el 37,3 por ciento de los votos. Esa noche del 30 de junio, Hitler avanzó más y alcanzó el poder total. Europa viviría su «guerra civil». Cien millones de personas morirían a partir del proceso desencadenado por ese poder criminalmente asido esa noche del 30 de junio.



Luego llegaría la noche del 9 de noviembre de 1938. Conocida como «la noche de los cristales rotos», la Kristallnacht dejó miles de tiendas judías destruidas, fueron asesinados 91 judíos, centenares quedaron heridos y más de 30 mil fueron arrestados y enviados a campos de concentración.



Un 9 de noviembre partió «la solución final». Había que acabar con el pueblo judío y demostrar que la raza aria era la superior.



Había sido un francés, Gobineau, quien señaló que la ley de la historia estaba dictada por la lucha natural de las razas. Que la decadencia de las civilizaciones se producía por la degeneración de las razas y ésta, a su vez, era el producto de la mezcla, en que la raza de menor calidad se imponía como dominante.



Tan monstruosa idea racista justificó los excesos del colonialismo. La pensadora judía alemana Hannah Arendt lo recuerda: «Así llegó el exterminio de las tribus de hotentotes por los boers, los salvajes crímenes de Carl Peters en el Africa Alemana del Sudoeste, la masacre de la pacífica población del Congo, que de 20 a 40 millones quedaron reducidos a ocho millones, y finalmente quizás lo peor de todo, determinó la triunfal introducción de semejantes medios de pacificación en la política exterior ordinaria y respetable».



El horror del racismo totalitario se consolidó en la «noche de los cuchillos largos» del 30 de junio. Los métodos aplicados en las colonias llegaron a la Europa civilizada. Y un mismo 30 de junio del 2002, el moreno Brasil derrotó a una rubia Alemania, que para horror de los racistas de este mundo, integró entre sus jugadores nacionales a un alemán negro como el carbón. Ese alemán entre alemanes se entregó por entero por su patria germana. Asamoah es su nombre.



¿Qué hubiera pensado F.J. Hegel desde las graderías, viendo a Asamoah, el negro jugador alemán? ¿No recordaría que había dicho «el negro es el hombre en su inmediatez», en «estado pedestre», «esta condición no es susceptible de algún desarrollo o educación: así como los vemos hoy, así han sido siempre»?



Un 9 de noviembre de 1938 explotó la persecución judía en «la noche de los cristales rotos». Pero fue también, y paradojalmente, un 9 de noviembre de 1989 en que cayó el muro de Berlín. Así comenzó el término de otro totalitarismo fundado en la lucha económica de las clases y no en la lucha natural de las razas. Pero se trataba igualmente de acabar con el otro, con el distinto.



La esperanza se introduce entre los intersticios de estas felices coincidencias de fechas. Treinta de junio y nueve de noviembre: guerra o paz, tiranía o libertad, prepotencia o hermandad. El mundo debe optar.



Un treinta de junio mil 500 millones de humanos, todos igualados en el tonto juego de patear una pelota de cuero, celebramos el triunfo de la humanidad. Un pueblo oriental aplaudió a un moreno y creyente Brasil que, arrodillado, daba las gracias ante una Alemania derrotada pero digna.



Un 30 de junio del 2002 volvimos a creer en el sueño del inmortal músico alemán Beethoven, quien sordo y pobre quiso componer una canción que uniera a la humanidad entera. El nos enseñó a cantarle a un nuevo día y a soñar en un nuevo sol en que los hombres volverán a ser hermanos. El 30 de junio del 2002 así lo creímos.



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