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Populismo y tiranía

El deseo insaciable de la liberta extrema es lo que corrompe a la democracia. En efecto, quien aspira a gobernante se transforma en un demagogo que todo lo promete y no ceja en ofrecer todas las riquezas y libertades al pueblo. Y así la libertad pierde todo límite, la polis se hace ingobernable y la democracia terminará por caer, convertida en demagogia, en populismo desquiciador.


El populismo es una fórmula política que sostiene que el pueblo es un conjunto social homogéneo, depositario exclusivo de valores positivos y permanentes y cuyas demandas deben ser satisfechas por la elite política.



El líder populista sabe que la voz del pueblo es siempre la voz de Dios. Y no acepta nada que se anteponga a su deseo de servir al pueblo, escucharlo y satisfacer sus necesidades. Su relación con el pueblo es directa y vertical. Desconfía de las organizaciones sociales autónomas y de los partidos políticos opositores.



Consultar a los adversarios es pérdida de tiempo y señal de debilidad. Su lucha es contra el no pueblo: los cosmopolitas, los internacionalistas, los imperialistas, los oligarcas, las elites políticas.



El poujadismo en Francia, el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el castrismo en Cuba, el varguismo en Brasil, el peronismo de los ’50 en Argentina, fueron movimientos populistas.



Así miradas las cosas, lo hecho por Joaquín Lavín al vender los derechos de aguas comunitarios e históricos del municipio de Santiago significan un paso más en la peligrosa pendiente del populismo.



En efecto, más allá del debate generado lo claro es que el alcalde contará con enormes recursos para cumplir sus promesas hechas en campaña y que no había podido satisfacer. Todo transeúnte santiaguino sabe del deterioro que ha vivido dicha comuna los últimos dos años.



El propio alcalde, con gran honestidad, ha reconocido que los problemas urgentes de Santiago requerían tomar esta dolorosa medida.



Lo raro es que en actitud típicamente populista convoca a los santiaguinos a un plebiscito, la consulta directa y vertical, para definir cuáles son esos problemas urgentes. Las preguntas obvias son: ¿Por qué no citó a plebiscito para ver si la comunidad estaba de acuerdo o no con la enajenación de los derechos de agua? Si el alcalde no había definido cuáles son esos problemas urgentes y debe consultarlos, ¿por qué enajenó los derechos de agua antes de tenerlos claros?



Pero la pregunta central es por qué adoptó esta dolorosa medida. Nunca es bueno desprenderse de lo propio cuando es valioso. Y menos cuando los beneficios obtenidos de la venta de hoy seran pérdida de un derecho futuro de mañana.



El problema es que Joaquín Lavín ha debido actuar así pues sabe que su principal fortaleza política es ser un buen alcalde. Y no lo era hasta ahora. Peor aún, perdía credibilidad porque no estaba cumpliendo las promesas hechas en su campaña.



Creo que lo anterior debe hacer pensar a quienes votaron por Joaquín Lavín en las recientes elecciones presidenciales. La pregunta es: ¿qué pasará si llega a la Presidencia de la República haciendo promesas imposibles de cumplir?



Si el lavinismo llega al poder las alternativas son bastante malas. La primera es que cumplirá sus promesas aumentando impuestos de altos empresarios amigos y expandiendo el gasto fiscal. Por cierto, esta es la vía de la derecha europea y norteamericana, como lo demuestran estudios comparados.



La segunda es que tratará de cumplir sus promesas privatizando a saco empresas como Codelco o ENAP, como lo hizo con los derechos de agua. Lo tercero es que no las cumplirá y se verá expuesto al descontento popular, que será agravado porque tendrá a la Concertación y los partidos de izquierda en sindicatos y organizaciones de base exigiendo su cumplimiento. Ello traerá el riesgo de volver a la espiral de movilización, protesta, represión y opresión.



Se me viene a la memoria un texto de Platón en La República. En él, dos amigos se preguntan por qué caen las oligarquías y las democracias, y sobre todo, por qué la democracia demagógica genera tiranos.



La oligarquía sucumbe a manos del pueblo porque los pobres no resisten más el único bien que busca el oligarca: la riqueza en exceso. «El descuido de todo lo demás por lucrar es lo que la ha perdido». Como para decir mirando hacia Wall Street: «Nada nuevo bajo el sol».



El deseo insaciable de la liberta extrema es lo que corrompe a la democracia. En efecto, quien aspira a gobernante se transforma en un demagogo que todo lo promete y no ceja en ofrecer todas las riquezas y libertades al pueblo. Y así la libertad pierde todo límite, la polis se hace ingobernable y la democracia terminará por caer, convertida en demagogia, en populismo desquiciador.

Así es como se concluye en la paradoja «que sea a partir de la libertad extrema que surja la mayor y más salvaje esclavitud». La democracia genera al tirano.



Una voz sabia de la antigüedad para alertar a los modernos populistas.



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