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Las señales confusas


Hubo en una época no breve de la Universidad de Chile un texto de formación básica de primero o segundo año que se llamaba Psicopatología de la Vida Cotidiana. Describía exactamente lo que su nombre indica, y aplicaba un cierto abordaje científica a la tarea de tratar de entender los fénomenos que a diario concurren en la producción de vida, social o individual.



Era el primer gran signo del entusiasmo que sentíamos quienes veníamos de una escolástica de tradición llena de nociones, y nos faltaba empinarnos un poco en el mas allá del mero pensamiento racional. Ä„Hablo de épocas pretéritas, claro está!



Luego vinieron otras épocas, incluyendo el temible postmodernismo que asaltó los viejos tiempos de la Razón, sin reemplazarlos por otros nuevos, ni más grandes ni mas sólidos, y el actual culto de lo efímero hasta se traduce en nuestros códigos laborales que santifican la precariedad.



Creo que salirse de la lógica formal no puede ni debe traducirse en una especie de caída al vacío, la apariencia de lo que percibimos a nuestro alrededor como la única realidad tangible.



A la insistencia de la globalización se sucedió la dictadura de los globalitarios, o sea esta mezcla de globalizador y totalitario que está dispuesto a saltarse hasta las formalidades del manual de Carreño para imponer sus particulares ideas.



¿Y qué pasa en nuestra realidad local, nacional, debido a que somos una pequeña parte del planeta que ahora se mueve al unísono de las teclas de computadores y cerebros electrónicos? Pues lo contrario: se decide que todas las anomalías que se suceden a nuestro alrededor son pelos de la cola, datos sin importancia, pues la globalización sirve para desnacionalizar y vender patrimonio pero no para crear escalas econométricas valederas.



Se centra la discusión, entonces, en si vamos a crecer el 2 ó el 2,5 por ciento y las cosas que dice o piensa la Cepal o el Banco Mundial, pasan a ser argumentos cargados de negatividad que se responden con una campaña publicitaria que reza «piense positivo».



Se obtiene como resultado un doble efecto brutal: desprestigiar el acto de pensar y banalizar la positividad.



Luego se lanzan algunas reformas que tienen como finalidad resolver situaciones calificadas como graves. Se crea, por ejemplo, el bando Pro AUGE y el Anti AUGE, y después de entregados los papeles al Parlamento se comienza a explicar en qué consiste.



Los buenos son Pro y los malos son Anti. Un buen día los Anti, que son los que comercian «por presas» con la salud de la gente, empiezan a comprender los beneficios que tendrían si se hacen Pro, más aún si pueden intervenir en la elaboración del plan mismo y cambiarle algunos de sus contenidos.



También uno de los Pro empieza a decir por conferencias públicas que el dinero no será suficiente, y que su aplicación generará más problemas que los que se quería resolver.



Se desahucia la Prueba de Aptitud Académica y se crea otra forma de medición, que ahora según el parecer de la Universidad de Chile no es aplicable en lo inmediato. ¿A algunos de ellos se les olvidó la angustia adolescente de todos nosotros cuando de enfrentar el temido paso se trataba? ¿Y entonces esto es un capricho de alguien que cree saberlas todas? ¿En qué quedamos?



Se bajan los costos del dinero hasta niveles jamás antes conocidos, y los bancos bailan una zamacueca de felicidad. Al público se le explica en cada ventanilla bancaria que estas ocurrencias del gobierno no significan nada y que debe seguir pagando el 1 ó el 2 por ciento mensual, y suma y sigue.



¿Es maldad o tontera? Nada de eso: es cobardía, incapacidad para afrontar los temas reales que conlleva una transición. Se sigue gobernando con las estructuras legales emanadas de una dictadura que se quiso reemplazar, y la ausencia de coraje se evidencia no solo en la impunidad del principal inculpado, sino sobre todo en la incapacidad para romper con su obra.



Por eso, cuando se habla de «señales» y se relacionan con los sectores poderosos, hay una sola señal que no se ha dado y parece que tampoco aparecerá: una dirigida a nuestro pueblo, a todos, a ricos y pobres, para convocarlos a refundar la patria herida en el ala por cazadores furtivos que en la sombra y bajo terror crearon un traje a su medida.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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