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Saltimbanquis y TVN


La moda de estos niños o muchachos -y también muchachones- que se instalan en los semáforos para, aprovechando la luz roja, dárselas de acróbatas, prestidigitadores, malabaristas, salamanqueros y tragafuegos por unas monedas puede ser vista desde más de un ángulo.



Algunos estiman que esta proliferación de aspirantes circenses es un ejemplo del buen espíritu de nuestra juventud, que escoge disciplinas estimulantes, alegres y hasta jocosas para hacerse un camino en la vida. También, sería otra prueba del espíritu emprendedor que se ha instalado en Chile y que dice que el esfuerzo personal y la voluntad individual son las que marcan el camino del éxito. Pero, por sobre todo para esa mirada, este espectáculo casi permanente en las esquinas sería la constatación de la felicidad de nuestro pueblo, capaz de inventar remedios pícaros para los malos tiempos, un nuevo latido del eterno Pedro Urdemales que vive en cada hijo de esta tierra.



Yo, que estoy curado de tanto anuncio de alegrías, veo más bien jóvenes que buscan desesperadamente conseguir algún ingreso.



Muchos de ellos en edad escolar, y ahí hay que preguntarse cuál es la escuela. Pero otros, más crecidos, tienen esa cara definitiva de engrosar el ejército de cesantes y, sobre todo, de ese contingente que busca trabajo por primera vez y que con mucha dificultad lo encuentra (porque con facilidad no lo encuentra).



No sé si, técnicamente, los malabaristas de que hablamos aparecen, en la encuesta del INE, como desempleados. En todo caso, esa es la cara que les veo.



Todo lo escrito anteriormente tiene que ver, finalmente, con Televisión Nacional de Chile. El canal público -que parece que hace años dejó de hacerse la pregunta de qué significa ser el canal público de un país- anuncia nuevos bríos para poner en la pantalla sólo cuotas de optimismo y realidad maravillosa, la versión televisiva del enfoque picaresco de los prestidigitadores de las esquinas, que se traduce en una conocida complacencia que, por cierto, mucho tiene que ver con el oficialismo de todo tiempo y lugar.



La permanente cantinela de evitar los temas conflictivos, de ver, en este caso, al niño pícaro y no al desesperado que busca unas monedas mientras siente que se le clausuran las verdaderas oportunidades (por ejemplo las del estudio, y no la de los juegos de azar), parece haberse convertido en doctrina del canal.



Puede ser, aparte de las ineludibles intenciones políticas, el resultado de instalar allí a tanto ejecutivo que ha hecho su idea de comunicación en el marketing, o sea en el arte de adulterar, adornar, desfigurar, trufar un producto haciéndolo parecer mejor que lo que es o con propiedades exageradas respecto a las que verdaderamente tiene.



Así, en la práctica, quienes dirigen la televisión pública han optado por no ver la realidad del país, o, en su defecto, de buscar permanentemente el enfoque optimista que ve en un niño limosneando sus destrezas circenses y no la herida que significa para una sociedad que todavía es capaz de mirarse con vergüenza.



Podríamos decir que desde una lógica competitiva parece increíble que TVN esté entregando a la competencia el espacio para indagar en la realidad del país, al renunciar ver los aspectos oscuros de esa realidad. Eso importa poco. Lo que importa es cómo una opción que finalmente es política -y, como todas las cosas turbias, armada desde un consenso del oficialismo con la derecha- arroja una nueva luz sobre cómo muchos con poder hoy día entienden la política: como un juego de luces, como una sarta de avisos publicitarios, como el arte de inventar una realidad que nada tiene que ver con la realidad. A ellos es a los que habría que poner en las esquinas a hacer malabares y juegos de manos. Pero con la cara que tienen, que se parece mucho a la de los payasos.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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